
La relación de poder, que articula la mayoría sobre la minoría, el amo y el esclavo, burguesía y proletariado, gobernantes y gobernados, ricos y pobres, satisfechos e insatisfechos es reveladora de que unos, los pocos, explotan y alienan a la mayoría. Aunque esta última, continúa resistiendo y rebelándose, de varias formas.
Para clarificar lo anterior, se requiere que en nuestra conciencia o subjetividad se incorpore un acto de admiración, de pregunta, de autoconciencia, de distancia, conforme a la razón crítica, con la finalidad de quitarle, a dicha relación de poder, sus pantallas, sus velos, sus máscaras, a fin de conocer y reconocer, que su estructura tiene un contenido histórico, el cual permite la posibilidad de transformarla en otra opción, otra alternativa y otro sentido, que elimine todo aquello que provoque dolor, terror o sufrimiento en los excluidos y marginados.
Es importante entender que dichas relaciones de fuerza, de dominio y de obediencia, no son naturales, sino que son construidas por los mismos componentes de la relación y, por lo tanto, uno de ellos, los oprimidos, esclavizados, subordinados y explotados, pueden decidir, vía la acción constituyente (política), romper esas cadenas y generar otras opciones de vida, fundadas éstas en otra formación social, con un nuevo entramado institucional, más acorde con lo humano.
Las relaciones de poder que van dando sentido a lo que existe como objetos, cosas, saberes, conocimientos, creencias, conciencia, esquemas de percepción (habitus), prácticas y acciones, son apropiadas o expropiadas por seres concretos, élites, oligarquías, poderes fácticos, que las ponen a su servicio particular, aún siendo una minoría de la población.
Es correcto decir que esa minoría, no sólo concentra el poder, la riqueza, la relación de fuerzas militares, policiacas, sino que produce también un sentido simbólico, que le sirve para engañar y mentirle al otro, que permanece en desventaja en dicha relación social.
Por otro lado, es muy ilustrativo recuperar las ideas del bueno de David Hume: Nada es más sorprendente para los que consideren los asuntos humanos con mirada filosófica que ver la facilidad con la que la gran mayoría es gobernada por una pequeña minoría, y observar la sumisión implícita con la que los hombres anulan sus propios sentimientos y pasiones en favor de los de sus dirigentes.
La relación de poder que envuelve a gobernantes y gobernados, no corresponde a un fatalismo o determinismo mecánico, causado por dioses o por la naturaleza, sino que ahí está presente la voluntad humana o pleito de voluntades (poder), acompañada ésta, de sujetos reales, con distintos intereses, deseos y sentimientos, unos a favor del bien común y otros, buscando la satisfacción personal, de grupo o de clase social.
Ante esta problemática, me surgen varias interrogantes. Recordar, que sin preguntas, sin asombro, sin admiración, que pedía Aristóteles, no existe la posibilidad de comprender, de explicar, sobre todo, de reconocer que en esa relación dominado-dominador, explotador-explotado, existe una estructura simbólica, un capital simbólico y una violencia simbólica, como mediaciones. No cabe duda que el que domina explota y el que explota domina. En ese sentido, quien pretenda humanizar dicha relación, lo que hace es perpetuarla, eternizarla y reproducirla, en el tiempo y en el espacio.
La violencia simbólica, como estrategia de gobierno prianista, siembra en la conciencia y en el comportamiento de la gente, en las clases subalternas, miedo y terror, los cuales paralizan a los ciudadanos ante el mundo. Esa violencia simbólica no sólo es formal, lógica o psicológica, sino que está presente en lo real, en lo cotidiano, y a diario topamos con actos violentos, con cuerpos sin vida, con desaparecidos y, en general, cuerpos violados y torturados (los gobernantes ni la ven ni la oyen). A esto no se le puede llamar vida, sino muerte del tejido social.
Es necesario develar los mecanismos, a través de los cuales el poder y el capital reproducen la sumisión y la conformidad social, en la mayoría de la población. Esos mecanismos no son patentes y claros, ante la conciencia de las personas, sino que tienen la cualidad de permanecer invisibles y, a veces, nos olvidamos de su existencia. Por eso, el poder difunde, vía los medios de comunicación, de toda naturaleza, opiniones, creencias, mitos, mentiras, imágenes, verdades a medias, muy ajenas a la conceptualización, conforme a la razón crítica.
Algunos intelectuales consideran la posibilidad de construir un consenso racional, deliberativo y público, entre clases explotadas y clases que tienen años haciendo uso privado de las instituciones del Estado, que hoy nombro como canalla y que no tiene nada de simplificado o achicado. Este último ha venido cumpliendo con los dogmas que le impone la globalización, esto es, ha privatizado el patrimonio de la nación, reducción del gasto público y, lo peor, desregulariza todo aquello que tiene que ver con la problemática social y de distribución de la riqueza. De ahí la desigualdad brutal que padecen millones de mexicanos.
En ese sentido, no es posible un consenso racional, porque no somos una sociedad de iguales, sino una sociedad donde la desigualdad y la injusticia social son reales, se observan, se ve y la sufren seres de carne y hueso. Por eso es imposible el consenso racional. Por ello, avizoramos un desenlace violento, si no paramos el tren desbocado del capitalismo, cuya ley o valor de cambio, concentra la riqueza en el uno por ciento de los mexicanos (un millón de familias). Otro mundo es posible.
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