Mi primera reacción cuando algunos medios de comunicación (de esos que suelen asumirse como agoreros del fin de la historia, de tragedias apocalípticas o de bonanzas paradisiacas) anunciaban la conclusión del momento histórico que colocó a la izquierda en buena parte de los gobiernos del cono sur a partir de los resultados en la elección presidencial de Argentina, fue decir que una golondrina no hacía primavera.
Sin embargo, después vino otro revés para las fuerzas progresistas del sur del continente y el chavismo fue derrotado en la elección parlamentaria del pasado 6 de diciembre. A la mañana siguiente, el órgano electoral había dado 107 diputados de la Asamblea Nacional a los opositores de la Mesa del Unidad Democrática, quienes también se alzaron con el triunfo en 17 de los 23 estados, incluidos bastiones históricos del chavismo.
En Argentina, como en Venezuela, el kirchnerismo se enfrentó mediáticamente a la oposición y sus operadores en las televisoras, radiodifusoras y medios escritos. Ahí Mauricio Macri se impuso al candidato de la izquierda, Daniel Scioli, por apenas tres puntos porcentuales. Sin embargo, en las provincias la mayoría electoral fue progresista.
Pero pese a los reveses sufridos por la izquierda, aún no puede hablarse claramente de un viraje de los gobiernos de Sudamérica hacia la derecha. En Venezuela, la mayoría opositora en el Parlamento tendrá que vérselas con un presidente Maduro que ha demostrado tenacidad y capacidad de operación política. En Argentina, la mayoría que llevó a la oposición al poder pende de un frágil margen de ventaja y de una composición territorial que sigue dando a la izquierda el gobierno local de buena parte de la población.
Aunado a ello prevalecen gobiernos progresistas en el sur, como el de Evo Morales, Tabaré Vázquez y Rafael Correa, cuya vitalidad y resultados en conquistas de libertades democráticas tal como ocurre en Uruguay, así como en materia económica Ecuador obtuvo en 2014 un crecimiento económico cuatro veces superior al promedio de la región, resultan una fortaleza para los mismos.
Pero más allá de las posibilidades de viraje de signo político en los gobiernos de América Latina, vale la pena recordar que el ascenso de la izquierda al poder estuvo precedido por un periodo de crisis económica de 1998 al año 2000, a los que los gobiernos respondieron con contracción del gasto público, así como por escándalos de corrupción que cobraron facturas electorales a los partidos políticos de derecha que se encontraban en aquel entonces en el poder.
El escenario previsible, al menos para el caso de Argentina, es el del regreso a las políticas de ajuste estructural y de contracción de la política fiscal en un entorno internacional incierto en materia económica, derivado de la caída en los precios del petróleo, medidas que justamente precedieron a la debacle electoral de la derecha en 2003 en aquel país.
Las tendencias electorales de los próximos años en los demás países del subcontinente latinoamericano tampoco son concluyentes sobre la posible derechización de sus gobiernos. En Colombia, la pacificación parece abrir cauce a las posibilidades de triunfo de la izquierda. En el caso de Perú, la derecha parece estar mejor posicionada rumbo a la elección presidencial del próximo año. Para México está clara la posibilidad de que en 2018 la izquierda ascienda al poder presidencial.
La golondrina entonces aún no hace primavera.
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