
Mientras las fuerzas políticas, los llamados líderes de opinión y los ciudadanos comunes se ven obligados a discutir y tomar posiciones en torno a los asuntos de la inmediatez y los múltiples temas de escándalo que se posicionan cotidianamente frente a nuestra mirada en el escenario nacional, la sociedad nacional corre el riesgo de dejar pasar los grandes problemas nacionales -como los llamó Molina Henríquez en su magistral obra de 1909- que están definiendo por un periodo, que acaso pueda medirse por generaciones, el rumbo de la nación.
¿Hasta qué punto la focalización en lo inmediato nos ha impedido pensar a fondo y resolver en un sentido popular el tema del proyecto nacional? ¿En qué medida los árboles no nos han dejado ver el bosque?
Un caso típico y actual es el de las tan discutidas alianzas electorales. En la perspectiva electoral, se trata de que, fatal e inobjetablemente, la izquierda política y social ha perdido el protagonismo que en el 2006 el movimiento lopezobradorista le permitió asumir y, nuevamente, como en el 2000, la disputa por el poder se plantea entre dos corrientes expresivas de la derecha económica o, para decirlo en otros términos, convergentes en un mismo proyecto de desarrollo, marcado por el neoliberalismo dominante. Dentro de esa disputa, se pretende que a la desfalleciente izquierda electoral no le queda otro camino que tomar partido y aun subordinarse a alguno de los términos de una disyuntiva que no es la suya. Ante la perspectiva que parece inminente de un retorno del PRI al poder presidencial en 2012, y que pasaría por la senda de un triunfo del mismo en la elección local del Estado de México, sería obligado no sólo para el PRD sino para la coalición lopezobradorista formar con el PAN un frente electoral en esa entidad que frene el irresistible ascenso de Enrique Peña Nieto a la Presidencia. De no ser así, se argumenta, el PRI triunfará y estará pavimentando su camino de retorno a Los Pinos.
Con todo el rigor que pueda envolver a ese silogismo, creo que éste deja de lado lo esencial. Se enfoca en lo coyuntural y reduce la competencia electoral -y a la democracia misma- a un problema cuantitativo, a la suma o resta de votos, que no expresa las necesidades de la sociedad y ni siquiera los intereses estratégicos de los partidos.
Cierto es que en otros momentos se vio como necesario forjar alianzas electorales que pudieran abrir el paso a la transición democrática y que, dejando de lado diferencias de fondo, privilegiaran la búsqueda de la derrota del PRI como partido de Estado o, si se quiere, del régimen. PAN y PRD tejieron en la era priísta ese tipo de alianzas sobre la base de una premisa elemental: ambos eran partidos de oposición al mismo régimen autoritario y presidencialista. Ninguno de ellos había pasado por la experiencia del gobierno nacional.
Después del 2000, empero, el escenario es muy otro. El PAN ha demostrado hasta la saciedad que, como partido de gobierno no sólo no rompió sino ha reproducido en escala ampliada el autoritarismo que decía combatir. El desafuero de 2005 y el fraude electoral de 2006, la militarización del país con el pretexto del combate a la delincuencia, la embestida frontal contra el sindicalismo en Luz y Fuerza y en el sector minero, la alianza estratégica del gobierno con la Iglesia católica, los intentos de restringir libertades para imponer la moral particular de ésta, la entrega apenas velada de los recursos petroleros nacionales al capital extranjero y una larga lista de actitudes han terminado por demostrar al menos dos cosas: que el PAN en el gobierno es una opción tan autoritaria como el PRI (que, por su parte, no ha dado muestras de haberse transformado en lo más mínimo) y que es imposible conformar con este partido un programa de gobierno o siquiera una plataforma electoral compartible aún por la más pragmática de las expresiones que pretenda presentarse como de izquierda.
Casi para cualquiera queda claro de lo que se trata. Felipe Calderón y el PAN saben o intuyen imposible frenar solos al PRI y Peña Nieto en el Estado de México y esperan usar a un maleable y acomodaticio PRD en la peliaguda por no decir imposible empresa, a sabiendas de que en el 2012 será mucho más fácil cerrar el paso al polo de centro izquierda.
Las alianzas duraderas y verdaderamente estratégicas se dan en otros espacios. En el Congreso, PRI y PAN marchan juntos hacia la aprobación del conjunto de modificaciones a la Ley Federal del Trabajo que pomposamente llaman reforma laboral. Tomado inicialmente por el PAN de los proyectos del Consejo Coordinador Empresarial, es un ramillete de propuestas que ahora ha sido reciclado y radicalizado en contra de los trabajadores por el PRI. Del mismo modo, en el Senado el PRI retoma el viejo proyecto -rechazado en sus documentos básicos y que le costó a Elba Esther Gordillo su defenestración como coordinadora de bancada, en su momento, para ser luego integrada a la alianza calderonista- de un ajuste fiscal que generalice el cobro de IVA a alimentos y medicinas. La coincidencia de proyectos entre ambos partidos en temas sustantivos es total.
El PAN, el PRI, la cúpula empresarial, la Iglesia católica, los grandes medios de difusión y el sector financiero forman parte desde hace tiempo del bloque de poder sobre la sociedad mexicana. Bajo el predominio de este último sector, ese bloque ha sido dirigido políticamente por el PRI, que inició las llamadas reformas estructurales conforme al consenso de Washington en los 80 y 90, y por el PAN, que las ha consolidado. Dentro del mismo esquema de poder, que es decir el mismo proyecto oligárquico de nación, lo que está en disputa es sólo la conducción política: si es el PAN, más cercano a la Iglesia y al capital extranjero, o el PRI, proclive al gran capital de origen nacional, el que estará al timón del buque en el próximo periodo. Nada tiene que ganar en ello ninguna de las expresiones de la izquierda.
Con alianzas coyunturales que no hacen sino fortalecer a uno u otro de los polos del espectro político de las derechas no se construirá jamás un proyecto propio de la izquierda electoral, hoy seriamente debilitada por la defección del PRD. Lo esencial es conformar ese proyecto con una perspectiva independiente de la oligarquía y avanzar en él hasta donde se pueda.
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