

(Foto: TAVO)
La impunidad, la corrupción y el autoritarismo constituyen, debido a condiciones históricas y sociales, que no naturales, antropológicas o inherentes a la naturaleza de los mexicanos, el cemento que sostiene a grupos políticos conservadores, a la oligarquía financiera, comercial e industrial, y al poder de dominación, de explotación, realmente existente.
De lo anterior se desprenden dos posturas frente a esa circunstancia. La primera considera a la impunidad, la corrupción y el autoritarismo como cuestiones naturales, propias de la condición humana. Esta actitud paraliza la acción, la imaginación, la crítica de la gente y la somete a un tiempo eterno, sin posibilidad de transformar la realidad, es decir, sin horizonte de futuro. Así, el presente es eterno.
La segunda postura frente al mundo ubica la trilogía mencionada como una construcción histórica, cultural y social, la cual debe ser transformada por voluntad humana y plantea la posibilidad de producir opciones de futuro distintas al orden de cosas existente. Esta última actitud se asume en un pensamiento crítico, disruptivo, ético, fundado en la ira y la rabia. Como bien dice Adolfo Gilly: “Que no nos vengan con que es el tiempo de la esperanza. Es ahora el tiempo de la ira y de la rabia. La esperanza invita a esperar, la ira, a organizar. Después de la ira viene la esperanza”.
La corrupción, la impunidad y el autoritarismo han exiliado de la política a la ética crítica, es decir, la acción pública, como contenido de lo político, se cambió por un pragmatismo sin principios históricos, ni morales, ni cívicos ni constitucionales, donde solamente importa el éxito personal o de mafias y donde el poder es medio para que los pocos, los privilegiados del sistema de dominación, acumulen riquezas exorbitantes. Estos comportamientos someten a humillación, sufrimiento y empobrecimiento a millones de personas.
El sistema político, el poder de dominación y su entramado institucional, cada día que pasa se aproximan a una descomposición tal que pierden sus atributos fundamentales y los fines que los justifican, esto es, se corrompen porque lo político se les olvida y solamente les queda la búsqueda de lo privado y el fortalecimiento de sus privilegios. El dinero es lo que importa y la dignidad se ausenta. Donde la dignidad no está presente todo se puede intercambiar, todo se puede pactar (alianzas) con tal de continuar en el poder. No hacer alianzas cuando conviene se intercambia por el aumento de precios en bienes y servicios (aumento en el precio de la gasolina y electricidad).
De lo anterior surgen algunas preguntas. ¿Dónde están la ley, el límite, la ética, la justificación de la acción política conforme a la razón, lo público, el respeto al otro, a su diferencia; lo solidario, la justicia, la igualdad y la paz?, ¿dónde está la seguridad? Todo ello no está presente en las relaciones sociales reales, sino que se colocan en lo formal, lo ficticio del discurso del poder (delirio de Enrique Peña Nieto y su espectáculo con jóvenes), para continuar engañando y mintiendo a la mayoría de la sociedad mexicana.
No cabe duda que el espectáculo político sustituye a la realidad. Lo más grave que sucede es que el espectáculo político de luz y sonido se convierte en pantalla para expulsar al pensamiento crítico y a la acción constituyente. La verdad no importa, lo que interesa es persuadir, convencer, ocultar y reprimir.
El sistema y su poder de dominación no viven ni existen para servirles a los excluidos, los marginados, los desiguales en todo, sino para servirle a la oligarquía, a los poderosos y a los satisfechos totalmente. En este caso la impunidad les permite colocarse por encima de la ley (Casa Blanca). Desregular para que el libre comercio permita la entrada a los monopolios y oligopolios en bienes y servicios.
Un país o una nación donde no imperan la ley y el Estado de Derecho como límite a la voracidad del más fuerte, del dueño de los medios de producción y del sistema político y sus instituciones, produce condiciones para desorganizar el tejido social y cultural, ya que la completud de los oligarcas o dominadores debilita, destruye creencias compartidas y representaciones comunes como la solidaridad, el sentido de comunidad y la diferencia (anomía).
Si lo anterior se tambalea se afecta el orden simbólico, es decir, el Estado de Derecho, la moralidad social, y se coloca la arbitrariedad y la anomía como articuladores del sistema de dominación. Con lo anterior ganan los satisfechos y pierden los subalternos. ¿Hasta cuándo?
Los impunes, corruptos y autoritarios viven por encima de la ley. Lo anterior posibilita la creación de grupos o mafias que se sienten como la fuente misma del poder (corrupción de la política), sean de la oligarquía, de la delincuencia organizada, de las cúpulas partidarias de distintos colores, sus objetivos son particulares y no contemplan la voluntad, las aspiraciones y los deseos del pueblo.
Por eso vemos a diario que la norma se aplica a los subalternos, a los desprotegidos, a los pobres. Los impunes, corruptos y autoritarios nunca llegan a la cárcel: Ulises Ruiz, Mario Marín, Luis Echeverría, Vicente Fox y su megabiblioteca, los hijos de Martha Sahagún, Arturo Montiel, César Nava y los contratos de servicios múltiples en Pemex, Enrique Peña Nieto y otros.
Como bien afirma Julio Scherer Ibarra: “Los impunes se comportan como inocentes. Son la ley y la ley no castiga a los de arriba, a los grandes, a los conductores. En el búnker todo se arregla entre correligionarios”. Otro mundo es posible.
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