

(Foto: Especial)
Las fábulas son composiciones literarias por lo general breves, en las que los personajes son casi siempre animales u objetos dotados para el caso de características humanas como los son el habla, el movimiento, etcétera. Estas historias por definición concluyen con una enseñanza o moraleja de carácter instructivo, misma que suele figurar al final del texto.
Jean de La Fontaine, personaje perteneciente al mismo grupo que Racine, Moliere y el crítico y poeta Nicolás Boileau-Despréaux, publicó numerosos volúmenes de cuentos y relatos en verso y tres colecciones de sus Fábulas, las que lo convirtieron en uno de los hombres de letras franceses más eminentes de la época. En 1683 fue elegido miembro de la Academia Francesa. Sus fábulas resaltan por su agilidad e ingenio narrativo, así como por el amplio y sutil conocimiento que el autor tenía de la vida. El es autor de las conocidas fábulas de "La cigarra y la hormiga" y "La zorra y la cigüeña". Otro gran fabulista fue el semilegendario esclavo Esopo, originario del Asia Menor y autor, entre otras, de "La zorra y las uvas" y "Las ranas pidiendo rey".
La fábula “El escorpión y la rana” es archiconocida, con ligeros matices considero que todos la hemos escuchado o leído en más de una ocasión en nuestra vida. En nuestro atribulado México es una fábula recurrente cada que se hace referencia a la notoria incapacidad que tienen tanto algunas personas como algunas estructuras para reformarse. Puede maquillarse, cambiar de discurso, inventar rostros nuevos, pero en el fondo medularmente son las mismas de toda la vida.
Recordemos nuevamente esta fábula: Había una vez una rana sentada apaciblemente a la orilla de un río, cuando se le acercó un escorpión que le dijo: “Amiga rana, ¿puedes ayudarme a cruzar el río?, ¿puedes llevarme en tu espalda?”, “¿qué te lleve en mi espalda?”, contestó la rana, “¡ni pensarlo! ¡Te conozco!, si te llevo en mi espada sacarás tu aguijón, me picarás y me matarás. Lo siento pero no puede ser”.
“No seas tonta”, le respondió entonces el escorpión, “¿no ves que si te pincho con mi aguijón te hundirás en el agua y que yo, como no sé nadar, también me ahogaré?”. Y la rana, después de pensarlo mucho, se dijo a sí misma: “Si este escorpión me pica a la mitad del río nos ahogaremos los dos. No creo que sea tan tonto como para hacerlo”.
Y entonces la rana se dirigió al escorpión y le dijo: “Mira escorpión, lo he pensado y te voy ayudar a cruzar el río”. Acto seguido el escorpión se colocó sobre la resbaladiza espalda de la rana y empezaron juntos a cruzar el río. Cuando habían llegado a la mitad del trayecto, en una zona donde había remolinos, el escorpión picó a la rana. De repente la rana sintió un fuerte picotazo y cómo el veneno mortal se extendía por su cuerpo. Y mientras se ahogaba y veía cómo también con ella se ahogaba el escorpión, pudo sacar las últimas fuerzas que le quedaban para decirle: “No entiendo nada. ¿Por qué lo has hecho?, tú también vas a morir”. Y entonces, el escorpión la miró y le respondió: “Lo siento ranita, no he podido evitarlo, no puedo dejar de ser quien soy ni actuar en contra de mi naturaleza, de mi costumbre y de actuar de otra forma distinta a como he aprendido a comportarme”. Y poco después de decir esto desaparecieron los dos, el escorpión y la rana, debajo de las aguas del río.
Moraleja: la naturaleza a un malvado no cambia. Confiar en sus palabras es una pésima idea.
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