
Inicio estas reflexiones con el pensamiento de José Martí: “Nuestra América, del pasado y del presente, que por su condición subalterna lucha por romper con el estado de cosas instituido desde el descubrimiento hasta la actualidad”.
Decía el bueno de Carlos Marx que cada siglo tiene su principio, que los siglos producen a los principios, a los conceptos o categorías, pero no a la inversa. De ese modo, el siglo XI produjo el principio de la autoridad y el siglo XVIII generó el individualismo. Hoy vemos que el consumismo produce un tipo de individuación cuyas representaciones apuntan hacia los goces, los placeres, el ocio, la diversión, con un sentido plenamente egoísta, ajeno totalmente a lo colectivo y a los referentes de ideales universales como historia, patria, etcétera.

(Foto: Carmen Hernández )
El individualismo obsesivo se olvida de las identidades colectivas y se instala en las fuerzas libres del mercado neoliberal. Este último tiene la pretensión de desparecer todas las fuerzas que se incluyen en los sindicatos, uniones, movimientos sociales, organizaciones y partidos políticos, con sustento social-colectivo. Como bien dice Sergio Zermeño: “La anomia es una situación extrema asociada a los procesos modernizadores que desarraigan a los individuos, los arranca de sus tierras o de su cultura imponiéndoles la vida en ambientes totalmente extraños y sin pasado”. Si la derecha en el poder quita la historia y la filosofía de la escuela pública es que desea bloquear en los estudiantes la memoria colectiva e individual y el pensamiento crítico.
Si todos somos iguales ante el consumo, si todos gozamos, si tenemos los mismos placeres, las mismas diversiones, entonces el individuo tiene la falsa ilusión de que elige, que es libre de hacerlo. No se da cuenta de que al encerrarse en sí mismo, donde el ego es la medida de todo, se anulan la crítica y la autocrítica y pierde la capacidad de nombrar, significar de otro modo su existencia.
El consumismo, con la ilusión de igualdad ante los objetos, provoca el ocultamiento de las contradicciones sociales que se manifiestan entre las clases sociales, entre dominadores y dominados, explotados y explotadores, gobernantes y gobernados. Recordemos que el poder produce la individuación con el fin de homogeneizar a lo sujetos, convertirlos en mínimos, en masas, súbditos y obedientes.
El poder de dominación no todo lo hace por la fuerza, sino que se vale de representaciones, de conductores, significantes amos (prohíben y permiten) que pretenden sustituir referentes históricos colectivos (bloqueo histórico), como es el caso de la Revolución Mexicana, la Independencia, los Sentimientos de la Nación, y cambia éstos por nombres de jugadores, de artistas, equipos deportivos, nombres de objetos, etcétera.
Recordemos, no olvidemos. El actual gobierno derechizado pretende y pretendió quitar de la mente de los mexicanos el festejo o recuerdo de la Revolución Mexicana. Por eso suspendió el acto para conmemorar dicho acontecimiento. No sólo venden, despojan y se apropian del patrimonio de la nación, sino que también nos quieren quitar nuestros mitos y narraciones históricos. En síntesis, nos quitan la necesidad de conciencia, de acción y de realidad, para dejarnos en la realidad del mercado y la explotación.
El neoliberalismo o globalización, en cuanto a los referentes, lucha de clases, proletariado, causas sociales colectivas, comunidad, ideales universales, se empeñan, desde el nacimiento del capitalismo, en ocultarlos, reprimirlos y bloquearlos. Su política cultural y sus reformas laborales, administrativas, que no educativas, pretende sustituirlos por nombres, significados y mecanismos que ocultan todo ello.
Así, para evitar la contradicción entre el patrón y el trabajador, inventó las juntas de Conciliación y Arbitraje ( hoy desaparecidas ). Para enmascarar la contradicción y aminorar y reprimir la lucha de clases entre los que tienen el capital, la propiedad privada sobre los medios de producción, y los que sólo tienen su fuerza de trabajo, inventan la democracia representativa y las elecciones. Hoy vemos un desencanto que llega al 37 por ciento de los mexicanos encuestados (Latinobarómetro) sobre dichos mecanismos de control social.
Como bien dice Gilles Lipovetsky en su libro La sociedad de la decepción: “Pasamos de la moral de los deberes hacia Dios (teológica) hacia los deberes a los otros, a la historia, a la patria (laico-moralista). En la tercera fase (postmoralista), el individuo se instala en los placeres, la diversión, el ocio, el ego, la felicidad y el bienestar personal”. Con este individualismo obsesivo y narciso mueren los ideales revolucionarios (tercera muerte de la Revolución Mexicana) y nadie, o muy pocos, dan la vida por la propiedad de la nación, sus riquezas, como el petróleo y la electricidad (en noviembre tedremos el quinto incremento de esta última).
Según Lipovestsky, estamos asistiendo a una despolitización muy grave. En este caso enumera cuatro razones que destilan la desilusión. La primera tiene que ver con la falta de creencia en las utopías. Las utopías que nos permiten otear el futuro se sustituyen por metas pragmáticas, placeres inmediatos. Importa el presente eterno.
En segundo lugar están los derechos humanos, que el poder violenta permanentemente. De 58 derechos que se inscriben en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, el gobierno prianista en México viola 44, entre ellos el derecho a la vida. Para muestra un botón: las Fuerzas Armadas han recibido un total de doce mil 408 quejas por diversos actos violatorios a las garantías individuales. Existe un desajuste entre el discurso y la realidad, entre el nombre y lo nombrado.
El tercero se refiere a la liberalización de lo financiero. En este aspecto nos gobiernan los ciclos financieros y económicos. La oligarquía pone y quita presidentes según convenga al crecimiento de la acumulación de capital.
En cuarto lugar están los mensajes políticos. En este caso, el poder público se asocia con el poder mediático y ambos producen un discurso sin verdad, sin pensamiento reflexivo, sólo con un sentido para convencer y persuadir a la gente. Todo ello genera decepción en la población.
No olvidemos que somos sujetos que pensamos, hablamos, hacemos, creamos, luchamos, transformamos y no sólo consumimos (el Buen Fin ya viene). No se trata de comprar para existir, sino de que el sujeto desafiante se apropie de la crítica a lo existente, del proyecto de una nueva sociedad, del conocimiento sobre lo constituido y de la práctica para transformar el orbe. Otro mundo es posible.
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