Este ciclo de entregas bajo el título “El turno y la presencia” finaliza con Manuel Ponce. Es poeta de vocación mística-religiosa, vanguardista, innovador en el verso y dueño de una voz originalísima. Nació en Tanhuato el 15 de febrero de 1913 por circunstancias de la Revolución Mexicana y murió a la edad de 81 años en la Ciudad de México, el 5 de febrero de 1994. Luego de ordenarse sacerdote a los 23 años, permaneció en aquel ilustre Seminario Tridentino como profesor de historia, literatura, apologética y preceptiva durante 25 años, descollando entre sus actividades la de director de Trento, cuya finura, excelencia y modernidad tanto honra al Seminario de Morelia, al decir de Alfonso Méndez Plancarte, y a las prensas morelianas. En aquel seminario estudió filosofía, latín y literatura. Desde temprana edad sus poemas aparecieron en revistas como Ábside, de los hermanos Méndez Plancarte. Más tarde figurará con poemas en las páginas de revistas como El Hijo Pródigo, Letras de México, América y hacia la madurez de la vida colaborará en la revista Vuelta, fundada por Octavio Paz, en La Gaceta del FCE y la Revista de la Universidad.

(Foto: Especial)
En el año de 1943 funda en Morelia la revista Trento, que se editó durante 25 años, siendo publicado el último número en 1968. Este año, en que cambia en definitiva su residencia a la Ciudad de México, donde vivió hasta el último día de su vida. En 1987, como motivo de sus 75 años de vida, la Universidad Nacional de México y el gobierno del estado de Michoacán, a través del IMC, le rinden homenaje por sus 75 años de vida y un año más tarde se publicó bajo la responsabilidad del poeta Javier Sicilia y Jorge González Durán por primera vez Poesía 1940-1984, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México en coedición con el gobierno de Michoacán a través del Instituto Michoacano de Cultura (1988).
En 1980, Gabriel Zaid publica Antología poética en el FCE, siendo la primera selección cronología más completa y rigurosa que se da a conocer hasta entonces, con una selección impecable, acompañada por un estudio introductorio ya clásico a su poesía para así convertirlo –afortunadamente– en un poeta moderno y vigente en la tradición de la lírica española del siglo XX. Ya que lo determina magistralmente al detenerse, de manera particular, en el célebre poema que figura en su libro El jardín increíble y que lleva por título “¡Ay, muerte más florida!”, proclamando públicamente su originalidad única en la tradición de la poesía mexicana y entre sus contemporáneos, los demás poetas que nacieron durante las primeras décadas del siglo XX en México no habían logrado esa musicalidad desde el idioma y desde el verso para hacer una manifiesta voluntad por encontrar la mayor originalidad con el lenguaje.
Se ha dicho que la poesía de Ponce nace de una profunda emoción religiosa, los elementos terrenales y divinos –agua, montes, ángeles, tardes, gorjeos– caben en un solo instante: “Todo pasa, lo efímero es eterno”. Escribe como un diálogo pausado, para llamarnos la atención sobre el misterio de las cosas sencillas: “Se prende una rosa, se prende una tarde pequeña”. Por el valor estético y el rigor lírico de su obra, Manuel Ponce ha sido considerado el más importante renovador de la poesía sacra mexicana del siglo XX.
Gabriel Méndez Plancarte, en 1939, escribe una emotiva presentación al publicarle poemas inéditos en la revista Ábside y desde entonces se suceden las claves para desentrañar la originalidad de su poesía. Ya para estudiarlo o revisar toda su poesía y reconocérsele desde la poesía sus aportaciones. En 1943 José Luis Martínez en un texto breve, pero emblemático por esa lectura de la lírica, dice que es un poeta hermético, dueño de una originalidad sorprendente.
La avalancha de reconocimiento a su lírica tan profunda y personal le llegan en cascada, teniendo como antecedente que “traduce para sí casi todo Dante” y fue pausada o mejor dicho guardada con cierto celo; su lugar de poeta excepcional y diferente por su forma de escribir poemas es ante todo la de un autor consumado en su estilo y por la musicalidad que encierran sus versos. María Teresa Perdomo escribe con un giro más que preciso: “Esta poesía se aparta también de una tendencia actual en la que el hombre de nuestros días se está empequeñeciendo aceleradamente al vivir sólo con sus sentidos y para sus sentidos, olvidando su espíritu”, y sentenciar vivamente: “En la poesía de Ponce vive y vibra el espíritu”.
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