
El undécimo país más poblado del mundo, pero décimo con más automóviles (35 millones), México, ya enfrenta los problemas de la apertura comercial en materia de vehículos automotrices, que tiene impactos directos no sólo en el medio ambiente, sino en la salud de las personas. La capital del país es el caso más agudo pero las demás ciudades empiezan a sufrir sus efectos.
En días recientes la Ciudad de México ha pasado de días fríos y lluviosos a calurosos y de contingencias ambientales, lo que ya ha causado efectos negativos en la salud de un número importante de personas. Se ha estimado que dos de cada diez empleados de comercios capitalinos se han ausentado del trabajo a causa de enfermedades respiratorias.
La calidad del aire de la capital se encuentra en este momento entre mala y muy mala, en buena medida como consecuencia del movimiento cotidiano –si no es que diario– de alrededor de 3.5 millones de autos que se estima hay en la ciudad. Se habla del crecimiento del parque vehicular que ha carecido de toda regulación como una de las principales causas del problema ambiental.

(Foto: Francisco Lemus)
¿Qué regulaciones podrían llevarse a cabo para la adquisición de un vehículo en una sociedad liberal, sobre todo liberal en términos económicos? Acaso podría alguien decretar quién tiene y quién no tiene derecho a adquirir un vehículo. Eso sería, sobre todo para quienes resulten afectados, un claro atentado a sus derechos de consumidor.
Dado que vivimos en una sociedad de consumo, atentar contra éste sería el crimen más horrendo que se pueda llevar a cabo (a Cuba no se le perdona del todo), a la vez que en términos concretos, en el caso mexicano abriría la puerta a grandes corruptelas (ojalá este segmento no le dé ideas a nadie).
La alternativa viable y que se está poniendo en marcha es utilizar propaganda para ayudar a las personas a “comprender” lo irracional que puede ser adquirir un auto en esta ciudad. Esto suena muy bien para los habitantes de las zonas más gentrificadas de la ciudad, barrios centrales donde se ha desplazado a la población pobre en beneficio de personas con mayor poder adquisitivo.
En estas colonias basta caminar unos pocos metros para llegar a una estación del Metro o Metrobús (el ineficiente hermano menor), y cuentan con numerosas estaciones de ecobicis, sólo con pagar una cuota anual muy baja. Pero el resto de los habitantes de la ciudad están cada vez más alejados de sus centros de trabajo o estudio.
Las autoridades capitalinas estiman que para 2020, en toda la ciudad se llevarán más de 28 millones de viajes dentro de la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), de los cuales una quinta parte serán trayectos de municipios mexiquenses (donde viven cada vez más miembros de la clase trabajadora) a delegaciones de la Ciudad de México.
Para muchas de estas personas, utilizar el transporte público con la ineficiencia que le suele caracterizar, simplemente no es opción; a ello hay que agregar la clara distinción de estatus que marca para muchas personas tener un auto propio, accesible a buena parte de la población gracias a los planes de financiamiento.
En las ciudades del resto del país hay que agregar un todavía más deficiente servicio de transporte público, que contradictoriamente es más costoso que en la capital mexicana; la llegada de autos que en la ciudad ya no pueden circular por sus impactos al medio ambiente y la nula planificación vial que realizan las autoridades.
Dato: entre el 2000 y 2012 el parque vehicular nacional aumentó 112 por ciento, al pasar de 16.5 a 35 millones, mientras que la población sólo creció 20 por ciento.
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