Donald Trump, presidente de Estados Unidos desde el pasado 20 de enero del presente año, ha generado indignación y escozor entre diversos sectores de la población en el mundo: mujeres, minorías sociales (indígenas, ambientalistas, feministas) y, desde luego, la llamada comunidad diversa sexual LGBTTTI (lesbianas, gay, bisexuales, transexuales, transgéneros, travestis, intersexuales).
Las manifestaciones del presidente Trump en muchas ocasiones han sido misóginas, machistas, clasistas, racistas, xenofóbicas, homofóbicas, lesbofóbicas, transfóbicas, neocolonialistas, y ello ha impulsado a que se lleven a cabo manifestaciones y acciones colectivas de protestas, muchas de ellas totalmente pacíficas. Así, en algunas partes del mundo y de Estados Unidos, como en Chicago, Utah y Nueva York, expresan su descontento prácticamente a partir de su toma de posesión.

(Foto: TAVO)
Las redes sociales, así como otros instrumentos de comunicación electrónica, han dado a conocer la indignación y el rechazo a la actitud altamente discriminatoria y excluyente a amplios sectores de la población derivado de su condición de género, migratoria, étnica, de orientación sexual o identidad de género, pero también de los ambientalistas, y de una falta de oficio con los cuerpos diplomáticos y los organismos internacionales.
Con respecto a la diversidad sexual, con derechos ya reconocidos en el periodo del ex presidente Obama, el mismo día de la toma de posesión del presidente Trump fue retirada de la página web de la Casa Blanca el sitio de los derechos LBGTTTI, ya ganados por la Unión Americana.
Para el caso de la comunidad diversa sexual, este posicionamiento le complica el escenario y la lucha por la defensa de sus derechos humanos; con este posicionamiento la diversidad sexual recibirá exclusión y discriminación de Estados Unidos (pero también de América Latina y el Caribe, tal como lo señala desde 2015 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a través del estudio “Violencia contra las personas LGBTI”). De esta manera la violencia continuará sucediéndose en el continente americano pero con la salvedad de que será legitimado desde la decisión del hombre más poderoso del mundo.
El discurso del presidente Trump promueve la violencia por prejuicio, que es un fenómeno social que se dirige contra grupos sociales específicos tales como las personas LGBTTTI, mujeres, minorías sociales y migrantes, y tiene un impacto simbólico y envía un mensaje de terror generalizado a dichas comunidades, nuevamente el miedo como un instrumento de control.
La preocupación constante de diversos colectivos, principalmente los LGBTTTI, pero en específico aquellos que hoy están solicitando asilo político en Estados Unidos, las comunidades trans, o de aquellas que viven con VIH/Sida, es que se pudieran aprobar de inmediato leyes o políticas públicas que refuerzan los prejuicios sociales y aumenten los efectos negativos que tales prejuicios tienen en las vidas de las personas LGBTTTI, particularmente en contextos donde la violencia por prejuicio es predominante.
Y es que, de aprobarse e instrumentarse las normas o las políticas, podrían ir contra las comunidades LGBTTTI considerándolas como personas dedicadas a la vagancia, a la depravación o a la corrupción de menores, todos ellos elementos que tenderían a fortalecer la protección de la “moral pública” con los efectos que llevaría a criminalizar a las personas LGBTTTI.
Y lo expreso sin temor a equivocarme: la sola presencia de una persona trans en un espacio público puede ser interpretada como una “exhibición obscena” que violenta la moral pública desde la perspectiva de la Policía; lo mismo ocurre en relación con las demostraciones de afecto en público entre parejas del mismo sexo, quienes podrían ser consideradas depravadas y exhibicionistas que atentan igualmente contra la moral pública al oponerse al modelo hegemónico del patriarcado, el sexismo y el androcentrismo.
Lamento que en algunos países como Rusia, y hoy Estados Unidos con el discurso de Trump, se fortalezcan patrones conservadores en contra de la dignidad humana de las comunidades de diversidad sexual.
Como ayer, como lo será hoy, la importancia de mantener unido el colectivo LGBTTTI, o TTTILGB, a efecto de hacer un frente común y no permitir en ningún momento la separación ni de las comunidades ni de los liderazgos, como tampoco del acrónimo. Recordemos que lo que no está no existe, lo que no existe no tiene derechos; la invisibilidad es un mecanismo de opresión para fortalecer el patriarcado, de ahí la importancia de mantener visibles las tres “T”, como hoy ya se hace en la Ciudad de México en su Constitución, aun frente a diversos debates estériles.
Si bien en la Ciudad de México existen nuevas alianzas y reposicionamientos desde el feminismo de mujeres cisgéneros y comunidades trans, entiendo que las comunidades de gay y lesbianas podrían caminar sobre bases de mayor apertura al empoderamiento de las comunidades trans y sus liderazgos de representación; se trata de no colonizar cuerpos como tampoco identidades. Todos en una misma lucha, reconociendo sus diferencias y aceptando los mismos derechos para todos.
Hoy lo que vemos en estas acciones colectivas públicas es un acompañamiento de las feministas con las comunidades trans, donde el discurso feminista respalda a los discursos trans para convertirse en un discurso incluyente y de respeto a las diversidades no sólo culturales, sino corporales. Es éste un importante elemento de resignificación no sólo del movimiento feminista, sino de resignificación del discurso para ir construyendo un nuevo movimiento social incluyente, de respeto.
Termino expresando que lo que menos desea seguramente la comunidad diversa sexual es que se vuelva a las múltiples formas de violencia contra las personas LGBTTTI, incluyendo violaciones al derecho a la vida, tales como ejecuciones extrajudiciales cometidas por actores estatales o con aquiescencia de éstos y asesinatos cometidos por actores no estatales; así como invisibilidad, estigma, prejuicio, violencia, discriminación frente a la salud, empleo, justicia, participación política y, finalmente, que se continúe con el habitus, o como le llama Lizárraga Cruchaga, los esclavos del género.
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