Dos consideraciones iniciales. La primera tiene que ver con lo dicho hace días en cuanto a lo que establece la Constitución de Apatzingán en su artículo 24 cuando señala: “La felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos, consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad. La íntegra conservación de estos derechos es el objeto de la institución de los gobiernos y el único fin de las asociaciones políticas”.
La segunda tiene que ver con los contractualistas de los siglos XVI, XVII y XVIII -Hobbes, Locke y Rosseau-, particularmente John Locke cuando, al justificar el origen de las instituciones políticas argumentaba que el hombre en su estado natural (sociedad primitiva) era libre e igual, siendo sus únicos límites la ley natural fundada en la razón, por lo que era libre de proteger y defender su vida, libertad y posesiones frente a los demás (obviamente no había instituciones en ese estado primitivo), lo cual en muchos casos lo convirtió en juez y parte de su propia causa, lo que provocó injusticias y enfrentamientos constantes.
Frente a este escenario se hizo necesaria, a través de un contrato, la creación de una sociedad política con órganos de gobierno que preservaran la libertad e igualdad perdidas, asumiendo que la política es la felicidad que reside en la paz, la armonía y la seguridad.
Por su parte, Hobbes en una lógica muy similar habla como fin de las instituciones políticas la de preservar la paz y la seguridad, mientras que Rosseau hace hincapié en la preservación de la libertad.

(Foto: Archivo)
Esa es, pues, desde la perspectiva contractualista el origen y la quintaesencia de las instituciones políticas desde su creación por las sociedades, salvaguardar la felicidad, armonía, paz, seguridad, libertad, igualdad, entre otros.
Y bajo esta lógica, es como uno puede aproximarse a entender qué sucede cuando esas instituciones políticas creadas por la sociedad, a contracorriente de las tesis monárquicas en donde el monarca era por dedazo divino, no cumplen con esas funciones. Esta es, sin duda, una buena reflexión, pero para otro momento.
Regresando. Sin duda, encontramos una conexión entre el pensamiento de Morelos y del constituyente mexicano de 1814, con el contractualismo de Hobbes, y que se reduce, entre otros aspectos a la felicidad como el fin último de las asociaciones políticas.
Y todo esto viene a cuento, porque el pasado 20 de marzo fue el Día Internacional de la Felicidad, habiéndose instituido como tal en 2012 por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas.
Y todo esto viene a la mente porque, curiosamente existen países como Japón y Brasil que han elevado a rango constitucional el Derecho a la Felicidad.
Y porque un pequeñito país como Bután, en los Himalayas, mide su Producto Interno Bruto por el grado de alegría de su pueblo.
Y porque en México, como país, según el World Happiness Report 2015, nos encontramos en el lugar 14 en felicidad, de 158 naciones.
Y porque la felicidad como tal, va vinculada con la expectativa de vida, la salud, el ingreso per cápita, la libertad para tomar decisiones y la percepción sobre la corrupción, y por tanto, constituyen algunos factores definidos para diferenciar entre los países la felicidad de sus habitantes.
Y sobre todo, porque al menos exclusivamente para mí, a partir de lo anterior, aún sin saberlo del todo, comprendo y acaricio el empeño de mi Marifer por, ya desde su corta edad, añorar la creación de un partido político que será, ya desde ahora, el Partido de la Felicidad.
Así pues, como fin último, como objeto, como aspiración, como añoranza individual o colectiva, incluso como derecho, veamos a la felicidad con otra mirada.
Una pequeña dosis de historia nicolaita. “…Al principiar la segunda quincena de septiembre de 1810, la apacible Valladolid… supo por una carta que recibió el licenciado Victoriano de las Fuentes –catedrático de Jurisprudencia del Colegio de San Nicolás–, fechada en San Miguel el Grande, Guanajuato, que el señor cura Don Miguel Hidalgo y Costilla, al frente de un numeroso grupo de sublevados había capturado aquella población, encarcelando a varios individuos principales de ella y poniendo nuevas autoridades al grito de ¡Libertad, igualdad y gobierno nacional!… Así las cosas, el 17 de octubre entraron a la ciudad el señor Hidalgo, don Ignacio José de Allende, el capitán Mariano Abasolo, don Juan Aldama y el grueso de sus tropas, conduciendo prisioneros al intendente Merino y a sus acompañantes a quienes se mandó encarcelar en el Colegio de San Nicolás, el cual desde esos momentos quedó clausurado”.
ihurtadomx@hotmail.com
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