Terroríficas escenas son las que hemos visto en días recientes en las redes sociales o en la televisión: por un lado, las deplorables condiciones de la población venezolana por la falta de alimentos, seguridad y libertades, y por el otro, los niños y muertos ante el ataque perpetrado en Siria con armas químicas. Pareciera que estamos reviviendo épocas de la historia contemporánea que ya creíamos superadas, pero no es así.

(Foto: Especial)
Si echáramos un vistazo a las conferencias emergentes de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en cuanto al tema de Siria, observaríamos la condena unánime por parte de los diplomáticos representantes de los países, así como en el debate de la Organización de Estados Americanos (OEA), donde hay una desaprobación por la falta de condiciones democráticas en Venezuela. Sin embargo, ¿cuál de estos dos organismos tiene hoy una maquinaria aceitada y lo suficientemente capacitada como para intervenir e incidir en estos países y poner un alto a estas barbaries? La verdad es que ninguno.
Durante la época de la reconstrucción de la postguerra, las naciones acordaron la integración de mecanismos financieros y de diálogo que abonaran a prevenir los grandes desastres humanitarios como los suscitados durante la Segunda Guerra Mundial y el movimiento nazi. Se crearon con estos propósitos el Fondo Monetario Internacional (1944), el Banco Mundial (1944) y la ONU (1945), pero quizá desde su creación hasta la Guerra de Iraq en 1990 y el lamentable atentado a las Torres Gemelas en 2001, hemos estado atestiguando cómo se ha ido diluyendo su capacidad de incidencia para la pacificación y la reconstrucción mundial.
En el caso de la ONU es lamentable cómo se ha convertido en estos tiempos en un enorme aparato burocrático con costos altísimos de operación (aproximadamente tres mil millones de dólares anuales), pero con una baja capacidad de incidencia.
Quizá su ineficacia reside en esa pesadez institucional, pero por otra parte también en que el espíritu de cooperación y pacificación de las naciones ya no es el mismo que de antaño. A esta condición se suman las grandes fuerzas globales que no tienen ni ley ni ética: el terrorismo, la delincuencia organizada, el tráfico de armas, humanos y especies, el ciberterrorismo, la pobreza, el cambio climático, las epidemias y más. Éstas sobrepasan cualquier capacidad de acción de los países, y mucho más de los gobiernos locales, quienes son los que a final de cuentas pagan todas las facturas.
Así que ante este panorama desolador bien vale la pena repensar qué tipo de instituciones necesitamos para poder asegurar la supervivencia humana, y a la luz de ello o reiniciar los organismos internacionales vigentes para catapultarlos a la agenda de lo global, o cancelar aquellos que cuestan demasiado pero que ya han expirado en su razón de existir. Y es que antes Estados Unidos jugaba a ser el policía del mundo (aunque a partir de sus propios intereses geopolíticos y económicos), pero hoy su nuevo presidente en turno ha sido muy claro en desdeñar ese papel y dejar a otros para que lo resuelvan (“America first”, rezaba en su discurso de campaña). En la agenda económica Alemania parece ser hoy el líder global por su fortaleza interna y la capacidad de auxiliar a los países vecinos equilibrando el sistema financiero global, pero en el ámbito de defensa cada país mantiene sus propios intereses y pareciera no haber las condiciones suficientes como las hechas en el periodo de la postguerra.
Quizá no todo está perdido, y en paralelo a esas fuerzas oscuras que transgreden el interés público global existen otras fuerzas alternativas que pelean a contracorriente, así como algunas subcapas de solidaridad y subsidiaridad que se asoman cuando la ciudanía organizada muestra la voluntad de cooperar en agendas ambientales, combate a la pobreza, democratización de la información, derechos humanos y cultura, así como en los casos de desastres naturales como sucedió en Perú y Colombia en los últimos días.
Cómo encontrar orden dentro del caos es el gran debate de hoy en día, así como el diseño de los modelos de política e instituciones con esta capacidad de alcance de lo global. Con el tiempo habrá que descubrirse cuáles son las piezas faltantes para lograrlo, así como para asegurar que las oportunidades para acceder la prosperidad y el desarrollo de los países sea para todos por igual en un marco de verdadera democracia y libertad, dejando de lado la esclavitud de las fuerzas oscuras que nos someten y dominan en la actualidad.
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