La individualidad sobresaliente de María Teresa Perdomo es un doble ejemplo del tiempo: es la lectora cuidadosa, atenta y la única y que ha trascendido el silencio de la obra de Ramón Martínez Ocaranza, Manuel Ponce, José Rubén Romero y Concha Urquiza. Esto impone estilo, sabor único y por su prosa exige ir a los poemas de ella misma. Para seguir la senda de su lírica se vuelve referencia determinada en estos tiempos dentro y fuera de la ciudad de Morelia y de la propia Universidad Michoacana ya que su formación académica es otro ingrediente interesante, pero su legado ensayístico está más que presente en estos dos espacios. Pero la lectura de su poesía es más que un vínculo con la Universidad y la tradición nicolaita, como recordar que es heredara de una poesía que le viene de autores como las elegías a la ciudad de Concha Urquiza y de poetas como a Generación del 27.

(Foto: Especial)
Es Perdomo como un ejemplo que impone estilo. Su poesía evoluciona por la perfección que le imprime al soneto. Capta la fuerza del lenguaje: experimenta la forma del verso en sus diferentes variantes. Más bien es su revelación. He aquí que con su escritura parte de esa seducción que no se encuentra en otras autoras del mismo periodo. Deja ver el efecto de su voz modulada con una fuerza y hay que descubrirla permanentemente, como ejemplo de una influencia específica toma un estilo como el de Federico García Lorca, pero incluso por su cuenta va más allá y termina rindiéndole homenaje.
Mientras que José Antonio Alvarado, Gaspar Aguilera Díaz y José Mendoza Lara tienen en primer lugar la continuidad de esa individualidad, su mayor virtud está en la escritura frecuente del verso libre, por el ejercicio de cierto coloquialismo, sin dejar de lado la capacidad de la música, el ritmo, la esencia del lenguaje y su sonido. Llevan en rigor un estilo más libre y personal, condicionado al verso por su ritmo y el sonido de las palabras, pero con una riqueza que están explorando para perfeccionar el poema.
Por ejemplo, Alvarado registra el coloquialismo en el versículo largo. Posiblemente marca distancia generacional con los autores pero nunca quieto. Su poesía la ha publicado por periodos intensamente creativos.
Cuando surge el poema, la huella de ese romanticismo es parte de la escritura colinda con el amor, la muerte y la sobrevivencia al olvido. Por su parte, José Mendoza Lara asume la poesía con un ejemplo de alto nivel a partir de lecturas selectivas: en primer lugar está Octavio Paz y se impone en su poesía que sea un solo volumen y vaya creciendo con el curso del tiempo, pero dentro de éste se encuentra un poema memorable de la poesía michoacana llamado “Pájaromaquia”. Hay que ir a lecturas formativas y su experiencia de profesor universitario para ver el resumen de lecturas que son claves a través de una antología de literatura latinoamericana, para conocer autores de todos los tiempos y latitudes. Nunca cierra el círculo: la mirada está puesta en periodos de obras y autores: ya sean de aquí, como Ramón Martínez Ocaranza, y romper esas fronteras locales e ir a la lengua española, o remitir una y otra vez a Sor Juana. Creo que lo hace con esa fuerza de la metodología que brilla como reflexión de la poesía que acumula pero bajo la responsabilidad de su autoría.
Por su parte, Gaspar Aguilera Díaz registra dos estadías que condicionan conocer su elevada originalidad lírica: en primer lugar está la lectura de Julio Cortázar, destacadamente Rayuela; el otro momento tiene que ver con los viajes, la escritura y el recuento de la memoria prodigiosa. Todo esto le permite ir y venir y regresar a Morelia para seguir escribiendo una poesía que tiene la seducción del erotismo, el canto a la ciudad visitada, el espíritu de una vocación que es perfectamente como si fuera un resumen de los títulos publicados. Su poesía es su verdadera carta de presentación.
Los autores michoacanos nacidos el mediodía del siglo XX son diferentes a la generación inmediata anterior. Surgen de manera disímbola entre su estilo y lo que escriben. Empezando por los títulos publicados que son apabullantes, y en este sentido me quedo con los que han publicado poco, con regularidad, durante cuatro décadas y han aportado un puñado de poemas lo suficientemente reflejando el espíritu de la vida o están proscritos, para insistir y definirse con el curso del tiempo. La lista es amplia, como decir que lo mejor en todo caso es seguir leyéndolos. Dentro de esa lista, sin embargo, ya destaca Frida Lara Klahr…
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