
Pocos temas tienen la virtud de generar una discusión como el aborto; cualquier intento de confrontar las disímbolas posiciones ocasionará un alegato que, casi invariablemente, terminará en una polarización de las opiniones, y con poco que se descuiden, la discusión terminará entre gritos y manotazos.
Para fines prácticos entendemos que aborto es la expulsión del producto de la concepción cuando no es viable. En el tercer trimestre del embarazo no existen abortos, en esos casos se habla de parto prematuro y el producto, con mayores o menores cuidados, ya es viable.

(Foto: Cuartoscuro)
Ahora bien, sin ser una clase de obstetricia, debemos recordar que existen abortos espontáneos, en los cuales la mujer, por vaya usted a saber qué razón médica, simplemente expulsa el producto. En estos casos no hay problema alguno, la paciente que ha sufrido un aborto espontáneo simplemente acude a un hospital, donde se le realizará un legrado uterino. El procedimiento dura minutos y es bastante seguro en manos competentes. El problema es el llamado aborto inducido o "aborto criminal", que es cuando la mujer, por así convenir a sus intereses, decide abortar el producto de la concepción.
En México es legal abortar cuando el embarazo es a causa de una violación y en algunas situaciones concretas y precisas de orden médico. En la ahora Ciudad de México es legal en todos los casos desde 2007 si es en el primer trimestre.
Pero la verdadera discusión es ¿tiene o no derecho la mujer a solicitar la interrupción de un embarazo no deseado?
La Iglesia no se complica la vida, la respuesta es un rotundo no. Simplemente no y basta; en el caso de un aborto inducido no se admiten discusiones, razones, motivos, reflexiones, condicionantes, argumentos ni nada. Todo es blanco y negro, no hay matices. Es un dogma y como todo dogma no está sujeto a interpretación ni a razonamiento alguno. Y como todo dogma se debe obedecer y basta. Si no está uno de acuerdo es nuestro problema, no el de ellos.
Evidentemente con personajes que representan esa posición resulta ocioso cualquier intento de discusión. Un sacerdote o ministro de cualquier rito cristiano debe forzosamente defender ese dogma. No puede ni debe cambiar de punto de vista.
Pero, ¿qué tan importante es el problema del aborto en México? En México se practican, según las no muy confiables estimaciones oficiales, un millón de abortos clandestinos por año, de los cuales también se estima que mueren por lo menos diez por ciento de las mujeres que se lo practican. Mundialmente México ocupa el primer lugar en embarazos de adolescentes.
Ahora bien, el hecho de que el aborto sea legal no implica que una mujer necesariamente tomará esta ruta. En este sentido, una cosa es el aborto y otra muy diferente es quién tiene el derecho de resolver si lo hace o no. Si es el Estado el que lo prohíbe o es el individuo el que lo decide de acuerdo con su libre albedrío.
Muy difícil ponerse de acuerdo, pero me parece que el criterio que usa la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos equilibra los dos valores en cuestión. Determinaron que durante el primer trimestre la intimidad de la madre prevalece sobre la vida potencial del feto. Por eso declararon legal al aborto durante los primeros 90 días de embarazo sin que el gobierno pueda inmiscuirse en la decisión de la madre. Durante el segundo trimestre el aborto es aceptable siempre y cuando la vida de la madre no corra peligro y, ya en el tercero, únicamente se permite para preservar la vida o la salud de la madre.
En los países donde la sociedad optó por legalizar el aborto, en un margen que va de doce a catorce semanas de gestación, se concluyó que suspender o no un embarazo no deseado es una decisión íntima, individual, que compete sólo a la conciencia de la potencial madre. Penalizar esa decisión, como ocurre en México, o sujetarla a reglas morales o religiosas, significa cancelar el derecho de las mujeres de seguir o no con un embarazo, además de que coartan libertades fundamentales como la de credo (la embarazada puede ser atea o agnóstica) y la de actuar conforme a la conciencia, más allá de presiones legales, morales o religiosas.
En la discusión del aborto no debemos perder de vista que México es un Estado laico con una democracia representativa. Es decir, una organización política y social en la que los ciudadanos depositan su representación en el Congreso. Y si no están de acuerdo con esas reglas del juego, entonces deberán trabajar para lograr una mayoría legislativa capaz de cambiarlas, y de paso fijarse mejor la próxima vez a la hora de votar.
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