
En el capitalismo corporativo, mediático, empresarial, político y militar, la acumulación de riqueza no se distribuye con justicia, pero sí se distribuyen la pobreza, el sufrimiento y el dolor en la mayoría de las clases subalternas. El sistema inventa mitos sociales y religiosos para que la gente acepte su situación, su circunstancia y su condición. Así, a unos les dice que mañana será mejor y a otros les inculca la ilusión del cielo, de un más allá. Este capitalismo sigue triunfando porque produce un individuo conformista, vía los códigos que el mismo poder genera, y aquél es un buen consumidor y nunca sujeto desafiante.

(Foto: Cuartoscuro)
Como afirman algunos pensadores de lo social, la compra que hace el consumidor no presupone ningún discurso. El consumidor compra lo que le gusta, sigue sus inclinaciones individuales, su sentido es “me gusta”. No es ningún sujeto reflexivo o crítico de lo existente. Por eso hoy en día la comunicación digital crea las condiciones para que los afectos y emociones se cultiven con facilidad y rapidez. Las emociones son fugaces y los sentimientos duran más.
Es importante darnos cuenta de que la tecnología que el propio orden del capital produce utiliza los saberes de la psicología positiva con el propósito de difundir técnicas e ideas necesarias para que las personas incrementen su felicidad y su bienestar cotidianos aprendiendo a clausurar y excluir de su conciencia las ideas y recuerdos negativos. Este hecho permite que el individuo regrese a su “yo” y olvide el “nosotros”. La dialéctica también es regresiva.
Las técnicas que aplica la psicología positiva se están instalando en los espacios escolares con el fin de que los niños y las niñas alcancen la felicidad. Se busca producir condiciones para la cuantificación del “yo”, es decir, poder efectuar seguimientos sobre el estado de ánimo, personalizados en diarios y de aplicaciones de teléfonos móviles.
La felicidad y el bienestar ya forman parte de la lógica de acumulación de capital como mecanismos que mueven los procesos en el rendimiento del gran dinero. Los primeros son medios que trabajan en la acumulación de capital en pocos oligarcas. Por eso los propietarios de las tecnologías generan los datos de la felicidad y los amos del dinero están fascinados por las promesas de tales tecnologías.
Recordemos al bueno de Aristóteles, para quien la felicidad constituye la última razón de los seres humanos, pero en el sentido ético del concepto. Sin embargo, Nietzsche afirma que los hombres no buscan la felicidad. El sistema neoliberal vigente adopta la felicidad y el bienestar con el objeto de culpar a los individuos de su propio malestar: eres pobre porque quieres, tú puedes.
El orden de explotación y dominación vuelve al “yo”. De ese modo el individuo se olvida de la clase social, de lo público. Pregunta obligada: ¿por qué tanto interés de la oligarquía por estos temas? En principio, de entrada, resulta sospechoso y digno de desconfianza. Lo último se disipa en el momento en que el sistema político usa tecnologías de observación y vigilancia para captar estados de ánimo, sentimientos, emociones, pensamientos, vía algoritmos, técnicas de meditación para evitar el estrés y todo a favor del interés de la oligarquía ( Pegasus=corrupción).
La felicidad y el bienestar deberían ser del orden público. En este sistema es imposible que se acceda a ello. Dicho orden los plantea como elecciones personales con la idea de construir un individuo orientado hacia el consumo o híper consumismo y fortalecer el egocentrismo narciso.
Lo anterior conduce a los dos momentos, felicidad y bienestar, hacia la creación de comportamientos orientados al consumo, promoviendo de ese modo lo que algunos sociólogos llaman “vuelta al yo” y la anulación del “nosotros”. Como afirma William Davies: “Ahora disponemos de una ciencia pura sobre el afecto subjetivo y estaríamos locos si no pasáramos a aplicarla en los ámbitos de la gestión empresarial, la medicina, la autoayuda, la mercadotecnia y los comportamientos personales”.
Estos nuevos saberes el capitalismo corporativo los incorpora a su imaginario, donde los sentimientos y emociones se convierten en medios de producción que al final del día se instalan como guías para orientar el comportamiento tanto en el plano ético como en el político. Esto es, el sistema hoy está monitoreando y midiendo los sentimientos y emociones de las personas para acrecentar el gran dinero.
Que se entienda: no estamos en contra de la felicidad o el bienestar, sino por comprender el uso que el sistema les otorga al ubicarlos hacia la interioridad de las personas y el olvido de lo exterior, del mundo, de los otros. En julio de 2014 Facebook modificó con éxito los estados de ánimo de centenares de millones de usuarios a través de la manipulación del suministro de noticias y comentarios visibles para el individuo.
La acelerada fascinación por las cantidades de sentimientos subjetivos sólo puede distraer nuestra atención crítica de los problemas políticos y económicos de sentido más extenso. El proceso económico procura mantener al individuo preocupado por su interior y se olvida de lo externo. Así pasamos de la economía de la producción hacia el capitalismo de consumo.
Según Gilles Lipovetsky, “la vida en presente ha reemplazado a las expectativas de futuro histórico y el hedonismo, a las militancias políticas; la fiebre del confort ha sustituido a las pasiones nacionalistas y las diversiones, a la revolución”. Las empresas ya no se orientan a la calidad del producto, sino que dirigen sus acciones hacia el mercado y el consumo. De ahí resulta el rey de la Bolsa de Valores y el consumidor como cliente conformista y rey.
En el mundo globalizado, los asalariados, el propio Estado, los sindicatos y los partidos políticos pasan a segundo plano, eclipsados ya por la pujanza de los mercados financieros y los mercados del consumo, economía del comprador. Así el consumidor busca el confort psíquico, de armonía interior y plenitud subjetiva, y de ello dan fe las técnicas derivadas del desarrollo personal de las doctrinas orientales, los guías de la felicidad y la sabiduría. Se declaran felices pero les invade la tristeza, depresiones y la ansiedad. Otro mundo es posible.
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