Desde muchas aristas, el actuar del gobierno mexicano, en exceso “solidario” con la posición norteamericana frente a la situación política de Venezuela, debería llamar a temor a muchos actores políticos y económicos nacionales, no sólo porque esta administración ha dado muestras nuevamente de sometimiento al designio de Donald Trump, sino porque está en ciernes la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
El gobierno de Enrique Peña Nieto se muestra agotado en sus bonos de popularidad y muchos grupos de la sociedad ya miran a 2018 como la luz al final de un largo túnel de desatinos y yerros, situación que merma las capacidades de interlocución del gobierno mexicano entre actores de la vida económica y social con los que hoy debería privar el diálogo y la estrecha relación ante la redefinición de la agenda económica con nuestro principal socio comercial.
Enrique Peña Nieto proyecta una representación del Estado mexicano débil, acartonada, sin rumbo y que ha dado al traste con una añeja y prestigiada tradición del país en materia de política exterior, misma que nos ha dignificado en muchos momentos cruciales de la historia del mundo, puesto que los principios de no intervención y de respeto a la libre determinación de los pueblos nos ha puesto como una nación que, por ejemplo, abre sus brazos a migrantes de otras latitudes en desgracia.

(Foto: Cuartoscuro)
El vuelco de la representación mexicana en el exterior a un discurso beligerante en contra de un gobierno legítimamente electo de un país hermano como Venezuela parece tener detrás a la bravuconería del presidente norteamericano, quien atiza a las representaciones de otros países a tensar el ambiente en contra de la nación sudamericana.
Esta posición mansa de la administración de Peña está alejada de la actitud aguerrida con la que un negociador debe enfrentar a sus pares en una mesa donde se han puesto en juego las posibilidades de una economía que poco a poco ha transitado a una condición de dependencia hacia la de su vecino del norte.
Y es que, por encima de la posición política de carácter personal que tienen el canciller y el presidente de la República en relación con el gobierno de Nicolás Maduro, quizá debió imponerse una visión del Estado mexicano en la que ceder fácilmente a las presiones de Donald Trump podría significar una muestra de debilidad en el contexto de los cabildeos ya mencionados.
Una situación que actúa como agravante y que evidencia debilidad de nuestro país en la mesa del TLCAN es la carencia de una política industrial que mire más allá del crecimiento económico que proviene del sector externo, mismo que pende de las posibilidades de arrastre del mercado norteamericano hacia la planta productiva nacional.
Por ello es que resulta indispensable que el Senado de la República asuma su papel en materia de política exterior y fiscalice con mayor agudeza la forma en la que ésta se conduce en este momento crítico, en el que el gobierno federal parece ser un bocado fácil de engullir para el envalentonado magnate que habita la Casa Blanca.
De momento, el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, ha dicho que no revelará las estrategias ni los objetivos de la negociación del acuerdo comercial mencionado; sin embargo, las decisiones tomadas en contra de Venezuela y su gobierno parecen adelantar las vísperas de un resultado que se construirá en función de los intereses de Washington.
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