
En los ya lejanos años 60 fue popular un humorista regiomontano, ya fallecido, Hermenegildo L. Torres, quien en un par de discos, La macolla de la PUP volúmenes I y II, disertaba sobre la gran cantidad de pendejos que existen en nuestro mundo y las consecuencias de sus torpes actos. Con lenguaje ameno y accesible daba una completa clasificación de los mismos y terminaba proponiendo que de plano lo mejor era admitir que pertenecíamos al abundante grupo de pendejos, ya que, según él, era más fácil aceptarlo que tratar de demostrar que no lo éramos. Para este fin había fundado un grupo llamado Por la Unión de los Pendejos (PUP), y hasta enviaba credenciales a quien lo solicitara.

(Foto: Especial)
Muchos conocen una composición en voz de Facundo Cabral, "Los pendejos", obra de ácido humor como casi toda su producción. Entre otras cosas habla de su abuela y su difunto marido, transcribo textual: "Estuvo casada con un coronel que era realmente un hombre valiente, sólo le tenía miedo a algo… a los pendejos. Un día le pregunté por qué y me respondió: ‘Porque son muchos y no hay forma de cubrir semejante frente. Y por temprano que te levantes, a donde quiera que tu vayas ya está lleno de pendejos, y son peligrosos porque al ser mayoría eligen hasta al Presidente’". Vaya que si son peligrosos, recordemos que en 2006 estuvimos a medio punto de arruinar al país con un sexenio a cargo de un inculto y necio populista rodeado de una camarilla de voraces delincuentes. Un sexenio que nos hubiera catapultado no a un futuro promisorio, sino a los negros abismos del echeverriato con su cauda de intolerancia, corrupción, clientelismo y mesianismo. Ahora bien, intente usted convencer a un fiel seguidor de López Obrador del peligro que representa este mesías; imposible, primero convence a un tigre para volverse vegetariano o transforma en ateo a un testigo de Jehová.
Es apasionante el estudio de la estupidez humana. El análisis de la tontería humana es tan antiguo como esta misma; entre sus precursores está Teofrasto de Ereso, autor de los Caracteres, y a Luciano de Samosata, que escribió, entre otras obras, los Diálogos de los muertos, ejemplo de ingenio satírico.
Pero quizá el más conocido sea Erasmo de Rotterdam, a quien se le atribuye cierta vecindad con este movimiento por su Moriae encomium, mal traducido como Elogio de la locura, más bien es de la estulticia, donde no escaseaban los reproches contra la gente de la Iglesia, aun cuando el autor se guardó de tomar partido en el conflicto del reformismo que había ya estallado en su época. No le valió pues terminó mal con los dos bandos.
Acompañante fiel de la estupidez es la ignorancia. Mal muy extendido en nuestros días y del que poco se habla y aún menos de hace para remediarla, pues a determinados grupos de mucho poder le conviene un pueblo de ignorantes.
Pero, ¿quién es un ignorante? Ignorante no es quien no sabe, sino quien no quiere saber. Es decir, quien puede saber y no quiere porque cree saber ya bastante. Son esas personas que sin estudiar medicina se automedican, sin estudiar derecho creen conocer mejor las leyes que muchos abogados, profetizan como si fueran el oráculo de Delfos o Casandra rediviva sin leer lo suficiente y sin investigar nada creen saber de política, deporte, ciencia y de cualquier cosa que se les pregunte. Son fieles lectores de revistas de chismes, entusiastas seguidores de pseudociencias, astrología, iridología, tarot, naturismo, flores de Bach y demás vaciladas que periódicamente aparecen.
No saben dialogar pues creen que preguntar es de ignorantes, cuando en realidad es el primer paso para abandonar la ignorancia. No saben escuchar, sólo saben repetir una y otra vez como pericos los mismos argumentos que escucharon de otros igual de ignorantes que ellos, y si consideran que es necesario gritar, lo hacen a la menor oportunidad pues también creen que gana el que grita más fuerte, y lo peor, detestan leer libros y revistas serias. Les salen ronchas o les “bailan” las letras.
Mal asunto la estupidez.
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