Estamos siendo testigos del ocaso de los medios de comunicación tradicionales: televisión, radio y prensa escrita, y específicamente en México del triopolio medios-gobierno-partido en turno, como apunta el periodista mexicano Jenaro Villamil, esto ocasionado por el declive del poder mediático y de la credibilidad del sistema en un contexto de cambio tecnológico que posibilitó una “rebelión de las audiencias” a partir desde 2010 a la fecha (Villamil Jenaro. La rebelión de las audiencias, Grijalbo, 2017).
La fórmula que imperó en nuestro país desde el periodo postrevolucionario hasta poco hace diez años no tenía como objetivo primordial el educar o informar a las audiencias, sino entretener a los “jodidos”, como lo llegó a declarar abiertamente Emilio Azcárraga Milmo, El Tigre, en 1993, cuando dijo: “México es un país de clase modesta muy jodida, que no va a salir de jodida. Para la televisión es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de su triste realidad y de su futuro difícil… La televisión no es para los ricos como yo, que tenemos muchas posibilidades, ni para los que leen revistas de crítica política, sino para los jodidos, los que no leen y aguardan a que llegue el entretenimiento”.
En aquellos años (los 90), quienes pasamos por la Escuela de Ciencias de la Comunicación analizamos hasta el cansancio el modelo de la aldea global de Marshall McLuhan y hablábamos de sociedades alienadas y enajenadas, por lo que propugnábamos por medios libres e independientes que le dieran voz y poder al ciudadano. Ese tiempo ya está aquí: vivimos en un mundo hiperconectado, con audiencias hipersegmentadas, diversificadas y dispersas, que juegan un papel dual muy activo porque pueden ser espectadores y a la vez con las tecnologías al alcance de su mano pueden producir sus propios contenidos y hasta convertirse en mini estrellas de las redes, aunque sea por unos instantes (“la audiencia es el mensaje”, diría quizás ahora McLuhan). Surge el Homo zapping, que es exigente, impaciente, demandante, crítico, y cuya atención hacia un contenido específico es efímera: dura segundos o breves minutos, pero no más. Se trata de un nuevo y complejo ecosistema, anárquico, intenso, pasional y muchas veces desinformado.

(Foto: Especial)
Y esta transición nos está impactando como sociedad sin duda, y por consecuencia, en nuestra manera de hacer política. Curiosamente, como señala Villamil, la apertura de las tecnologías acrecentada por la reciente reforma en materia de telecomunicaciones ha venido acompañada de un declive de la confianza tanto en los medios tradicionales como en el sistema político mexicano. Así por ejemplo, en la encuesta de Parametría de 2012, en la que de los 800 hogares del país entrevistados el 55 por ciento admitió tener mucha confianza en los noticiarios de pantalla, en 2014 esta cifra descendió a 37 por ciento, y en 2017 el 83 por ciento declaraba que confiaba “poco o nada”. Este fenómeno coincide con los 82 millones de críticas, memes, sátiras y mensajes en contra del presidente Peña Nieto medidos durante el cuarto año de su gobierno del periodo del 1º de enero al 1º de septiembre de 2016, documentado en un reporte al que tuvo acceso Insurgente Press.
En nuestro país, de acuerdo con la Tercera Encuesta Nacional de Usuarios de Servicios de Telecomunicaciones levantada por el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) en 2016, el 86 por ciento de la población que se conecta vía telefonía móvil lo hace a través de un Smartphone, y principalmente lo hace para interactuar en las redes sociales (89 por ciento), ver videos cortos (90 por ciento) y consumir noticias (64-67 por ciento). Aunque el 98 por ciento de los hogares mexicanos tiene una televisión, menos de 30 por ciento una computadora y 40 por ciento escucha radio, más del 40 por ciento de la población navega por Internet y el 92 por ciento de estos últimos consume contenidos audiovisuales (YouTube, Netflix y videojuegos en ese orden). En cuanto a redes sociales, Facebook es la campeona en México.
¿Cuál es la tendencia? Para el español Mariano Cebrián Herreros, catedrático de la Escuela de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, el futuro apunta hacia una mayor fragmentación de las audiencias, así como la intrascendencia del modelo tradicional de medición de los raitings, toda vez que difícilmente un solo medio llegará a alcanzarlo en su totalidad como sucedía años atrás. También los medios electrónicos masivos están siendo ya reemplazados por plataformas digitales: la televisión por YouTube, el cine por Netflix y la radio por las múltiples opciones como Spotify o las aplicaciones de música que se personalizan en un iPhone (por cierto, les recomiendo la página radio.garden/live si gustan escuchar estaciones de radio de todo el mundo). Así que ya no hablaremos de empresas de medios, sino de plataformas. Inclusive la computadora está siendo sustituida por el Smartphone: en México hay 81 millones de personas mayores de seis años que son usuarios de celular, y de ellos 60.6 utilizan un teléfono inteligente.
Cada vez será más difícil el diseño de contenidos en este contexto, toda vez que, como señala Villamil, los nuevos ejes de este modelo de comunicación que privilegia el uso de Smartphone se basan en la movilidad, brevedad y la eficacia, y las audiencias ahora se caracterizan por la interactividad, hipertextualidad, instantaneidad, interacción, movilidad y son profundamente antigobiernistas. Ya no reina la homogeneidad; sin embargo, aunque las audiencias estén fragmentadas, no necesariamente quiere decir que estén dispersas. Prueba de esto último son los movimientos de las primaveras en distintos países del mundo y en el caso de México el Movimiento #YoSoy132, que puso en jaque al gobierno. Ya no se puede controlar a las audiencias porque los resultados son fatídicos y generan un efecto boomerang negativo cuando se intenta hacerlo.
Están cambiando los contenidos, las agendas informativas y las formas de entretenimiento; se está construyendo un nuevo paradigma que los medios tradicionales y la clase política entendieron mal y muy tarde.
Ahora me pregunto: ¿cuál será el perfil de quienes quieran llegar al poder en una contienda electoral?, ¿qué características deberá tener el candidato para poder conectar con una audiencia tan atomizada y plural? Ello será un verdadero reto para los expertos del marketing político en las próximas décadas. Quizá la corriente nos llevará a tener perfiles que puedan pasar cualquier filtro del escrutinio del Big Brother en el que vivimos, y acercarnos cada vez más a aquellos perfiles éticos, íntegros, sin muertos en el clóset, que se sientan cómodos hablando con la verdad, y que además sean carismáticos y con habilidades de comunicación como para poder enganchar a la audiencia. Pero en el caso de los políticos acartonados, con pasado oscuro que quieran maquillarse y venderse en redes, les será cada vez más difícil salir victoriosos, porque al final de cuentas en estos tiempos ya todo se sabe. Quizá esté corriendo en paralelo la era de la extinción del espécimen Jurassic politikus.
En fin, será muy interesante ser testigo de esta nueva historia que se escribe en nuestro modelo de ser sociedad y hacer política en medio de una hecatombe planetaria por los tsunamis, terremotos, el cambio climático y lo que se sume. Y creo que nosotros como sociedad evolucionaremos también: aspiro a que la “legión de los idiotas” que señaló Humberto Eco quede atrás y caminemos hacia una raza con conciencia planetaria y humana, lo cual será el filtro clave, más allá de cualquier tipo de regulaciones o leyes como las que nos quieren imponer los jurásicos.
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