La garganta se hace nudo, la impotencia acalambra nuestros sentidos y toda la razón es secuestrada por los sentimientos. Las cascadas de imágenes y testimonios forman parte de un mensaje no escrito, un lenguaje inexplicable pero más poderoso que cualquier oración o frase cuidadosamente escrita o proferida.
Asistimos a un cúmulo de desventuras narradas por videos y gráficos. Si más de 200 muertos son una estadística, un solo desaparecido (aunque sea inventado) es una tragedia digna de ser transmitida en horario estelar. Así entonces, a la audiencia se le impone el colofón de un “minuto a minuto” del desastroso sismo, en una construcción hecha desde la narrativa transmedia.

(Foto: Cuartoscuro)
Los terremotos que han sacudido al país en días recientes han develado el lado horrendo de la moderna sociedad de la información: el de las máscaras. Innumerables son los casos de héroes anónimos que aparecen como protagonistas de sus propias historias en redes sociales o en programas de televisión, pero también son incontables las situaciones de impostores que desde la prestidigitación de la realidad virtual mienten y logran transmutar y confundir sus imposturas con la mismísima verdad.
La nublada razón de las audiencias y su emoción exacerbada son el perfecto telón negro sobre el que brillan las más fantasiosas puestas en escena de parte de estos magos de la falsedad. Las estampas de esta realidad alterna se han pintado y revestido en latitudes y con actores tan divergentes.
Desde la primera dama chiapaneca, la reconocida actriz Anahí, que viste lujoso calzado durante su recorrido en las zonas afectadas por los sismos en aquella entidad; pasando por el mismísimo Enrique Peña Nieto montando una escena de carga y descarga de víveres, hasta la patética danza de los porcentajes a la que se vieron orillados los partidos políticos a decir que donarían a los afectados por esta tragedia, todas han sido las pistas de una gigantesca carpa a la que se han subido actores de todo tipo.
Dos montajes adicionales se hicieron desde el afanoso histrionismo que se subió a la dolorosa ola del sentimiento de pérdida de millones de mexicanos. Uno fue el de la inexistencia de la niña Frida Sofía, que permanecía, según el libreto prefabricado desde un oscuro lugar, bajo los escombros de una escuela en la Ciudad de México.
El otro ocurrió en Pátzcuaro, donde un ciudadano –valga decir, reconocido militante del Partido Verde, sí, el mismo que ha hecho de Manuel Velasco el protagonista de una telenovela–, sin presentar elementos de prueba claros, construye toda una narrativa descalificando a las autoridades de aquel municipio, retirando del centro de la misma el esfuerzo de los patzcuarenses por recabar víveres para sustituirlo por la minucia que significó la descoordinación que existió en durante un evento altruista desarrollado en la plaza pública.
La velocidad con la que se transfieren imágenes y sonidos en la moderna sociedad da a los ciudadanos una poderosa herramienta de articulación de una retórica subversiva en contra de los medios de comunicación tradicionales sobre los que se ha fundamentado la estabilidad sistémica del poder. Sin embargo, estos canales alternos son puertas de doble entrada que abren espacio a la irresponsabilidad y a la construcción de puestas en escena transponen las dimensiones entre mentira y realidad.
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