
Inicio estas reflexiones con el pensamiento de Bernardo Barranco: “El Estado laico actual es aquel que avala la libertad de creencias en el sentido amplio, así como la libertad de no creer. Debe garantizar también la equidad, es decir, la no discriminación, y los derechos, principalmente de las minorías; en otras palabras, la libertad de conciencia. El Estado laico garantiza la autonomía de lo político frente a lo religioso”. En la democracia neoliberal mexicana todo ello está ausente. Veamos.
Existen doctrinas o discursos, fundamentadas en creencias, las cuales se orientan hacia la búsqueda de ilusiones vinculadas a dogmas de fe, que no permiten a los sujetos adheridos a ellos una intervención, desde su interior, para clarificar y justificar el sentido de dichas representaciones conforme a las preguntas de la razón humana. De ahí la necesidad de tomar distancia, de hacer la lectura, desde otro modo de pensar, más en la crítica, con el objeto de incomodar a la sumisión y a la conformidad establecida.

(Foto: Especial)
Este otro modo de pensar lo constituye, sin lugar a dudas, una ética con sentido crítico y disruptivo para develar los fundamentos de la religión, vía el rito y la experiencia de lo religioso. Pero también incorporar a dicho análisis el orden del poder y el capitalismo corporativo vigente, ya que tanto el ritual o ceremonial como la experiencia religiosa no son hechos que floten en el espacio de la neutralidad.
Tanto la experiencia religiosa como el poder político y el sistema económico son objetos creados por los propios hombres y mujeres. Pero esas creaciones a veces se le escapan a sus creadores; además, tienen la cualidad social de engañar, de ocultar y reprimir muchos sentidos que son contrarios a la condición humana. Algo peor, en la historia esas creaciones se han unido con el fin de homogeneizar, de esclavizar, de explotar y de dominar la conciencia (psicopolítica) y el cuerpo de los individuos (biopolítica).
La historia de México ha mostrado que la institución de la religión católica, la cual profesa una mayoría de mexicanos, se ha enfrentado con la violencia de las armas, al Estado mexicano (la Guerra Cristera). Estos hechos revelan que la Iglesia católica distingue muy bien, lo que corresponde a la salvación de las almas (ilusión) y lo que compete a su política terrenal, necesaria para continuar imponiendo sus intereses concretos, en el aquí y el ahora.
Nadie se engañe. Como bien afirma Francisco J. Múgica: “Sí, señores, si dejamos la libertad de enseñanza absoluta para que tome participación en ella el clero con sus ideas rancias y retrospectivas, no formaremos generaciones nuevas de hombres intelectuales y sensatos, sino que nuestros postreros recibirán de nosotros la herencia del fanatismo”.
Tanto el Estado como la Iglesia católica o las iglesias forman parte de una estructura de dominación y de explotación. Ninguna de esas instituciones escapa al modelo de acumulación capitalista y al principio de libre mercado. En estos juegos de poder, donde lo que predomina es la racionalidad instrumental, donde lo que importa son los medios, causas y efectos para continuar sometiendo la voluntad de los individuos, creyentes o no, al sistema de conformismo social.
Hoy vemos que el Estado nacional homogéneo y autoritario está sitiado y secuestrado por los amos del dinero (oligarquía), por una clase política panista, priista y chuchista perredista (Frente Ciudadano por México, que ni es frente ni es ciudadano ni es por México), está violentando los principios constitucionales como el de laicidad (varias legislaturas estatales han penalizado el aborto), el cual constituye una condición necesaria para que los ciudadanos elijan libremente cuál experiencia religiosa desean practicar o no practicar ninguna.
El Estado laico no impone religión alguna ni el gobernante debe imponer sus creencias religiosas a los gobernados, cuando aquel las tenga. Como bien afirma John M. Ackerman: “Uno de los logros más importantes de los revolucionarios de 1910 fue, sin duda, la irrestricta separación Iglesia-Estado. La fortaleza y la dignidad del Estado laico mexicano siempre fueron ejemplos internacionales del éxito de un liberalismo progresista, y se destacan hoy más que nunca en una época de resurgimiento de fundamentalismos y sectarismos de diversa índole a lo largo y ancho del planeta”.
Pero hoy estamos viendo que los gobernantes tienen un mayor acercamiento con la cúpula de la Iglesia católica, a tal grado que ésta está haciendo su mayor esfuerzo para que se introduzca en la escuela pública la instrucción religiosa. Vemos cómo se extiende su influencia en los medios de comunicación, especialmente la televisión comercial. No es extraño que sacerdotes y obispos participen en las elecciones con opiniones en favor o en contra de candidatos, y al paso que vamos los estaremos viendo como candidatos a puestos de elección popular.
En los últimos años la institución de la Iglesia católica y otras han revelado que no sólo explotan, desde su poder, la fe, sino que también violan el cuerpo de la población más vulnerable, como son los niños y las niñas. Ante estos hechos delictivos y monstruosos los jerarcas de las diversas iglesias han guardado silencio y han sido cómplices de esos delitos. Como ejemplo de lo anterior están los Legionarios de Cristo, quienes han venido aparentando cambiar todo para que todo siga igual.
Como afirman algunos, el perdón no basta y menos reducir los delitos de pederastia a la conducta individual de su fundador Marcial Maciel (“asesino solitario”), cuando esos delitos se inscriben en un entramado institucional. El informe de la ONU desenmascaró todos estos silencios y complicidades en torno a esos delitos. El cardenal Norberto Rivera, que unos llaman el pastor del poder, ha sido omiso ante esos hechos.
Es más, ellos no se atreven a castigar a los pederastas, y son tan cínicos que con las limosnas de los creyentes pagan a quienes los han demandado y solamente les prohíben a los delincuentes ejercer su ministerio (oficio) y el castigo mayor se lo dejan a Dios, después de muertos, como es el caso de Marcial Maciel (maniático sexual), quien violentó el cuerpo y la mente de muchos niños y no recibió ningún castigo en la tierra. Estos señores son buenos enterradores de las creencias religiosas, para bien de la humanidad.
En teoría somos un Estado laico, pero en la práctica, ahora con el prianismo en el poder, vemos que la Iglesia católica está adquiriendo mayores privilegios, mayor capacidad para continuar explotando las creencias religiosas y defender sus intereses privados terrenales. Al fin y al cabo que los deseos de salvación nadie los puede garantizar ni comprobar (ilusiones). Como bien dice Bernardo Barranco V.: “La Iglesia católica, astuta como siempre, no es responsable de la apuesta de Peña Nieto; sin embargo, sabrá sacar provecho político con creces, ejercer todo su peso simbólico y lobby para posicionar su visión, misión y acentos políticos propios”. Otro mundo es posible y necesario.
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