
Si la corrupción es uno de los graves problemas que afectan a México, normalizarla lo empeora porque la sociedad se vuelve indolente y apática, lo que beneficia a buena parte de los políticos tanto por la impunidad como porque entonces el menos malo se vuelve la mejor de las opciones posibles.
Cuando Miguel Alemán tomó a su cargo la Presidencia de México se planteó combatir la corrupción como primer gran objetivo. Al paso del tiempo su administración dejó huella precisamente por la corrupción rampante.

(Foto: Especial)
En ese sexenio se otorgó la primera concesión a Televisa, años más tarde Miguel Alemán Velasco, hijo del ex presidente, se convirtió en socio-accionista y hasta conductor de noticiarios de esa empresa. Las acciones eran antes de su padre, lo que ya habla de los conflictos de interés de la Presidencia y de cómo una empresa puede convivir tranquilamente con ello.
La corrupción no cesó, tampoco se sofisticó, en todo caso se normalizó, y la mayoría de los mexicanos fueron interiorizándola. La creencia de que el gobierno en turno robaba pero algo repartía se volvió justificación de la mayoría y de los corruptos mismos, que podían decir que habían llevado agua a su molino pero algo habían entregado al resto de la población.
La corrupción bondadosa del Partido Revolucionario Institucional (PRI) pudo ser uno de los elementos que en 2012 llevaran a algunas personas a pensar que el regreso de este partido a la Presidencia sería garantía de una estabilidad perdida.
Sin duda el PRI regresó con su corrupción, pero además cargado de un gran cinismo, la impunidad de la que han gozado gracias a un pacto entre todos los políticos, del color que sean, les ha dado valor para poder continuar con las corruptelas que han llenado los escándalos de los periódicos durante los últimos años, sin ir más allá del escándalo.
Si bien en este momento ya nadie cree que tras esa corrupción haya un poco de beneficios para el pueblo, tampoco hay grandes esfuerzos por hacer que dicha corrupción se convierta en procesos legales, ni siquiera en procesos políticos que sean efectivos para modificar el sistema político mexicano.
A lo más que se puede aspirar en la mayoría de los casos es a promover que un político, emanado de la misma escuela que la gran mayoría, sea el adecuado, aquel que por una cuestión de bondad inmanente decida dejar de ser corrupto y entonces traer el edén económico y político al resto de la sociedad sin que ésta haya hecho nada más que poner un tache en una boleta.
O si no, al menos que robe pero que algo reparta al resto del pueblo.
La figura del menos malo se vuelve entonces una opción socorrida por gran parte de los electores sin importar si efectivamente hay elementos que permitan comprobar que ese menos malo sea un personaje en el que se pueda confiar que no sea tan malo como el resto de los políticos.
Llevar la discusión política a niveles de tan baja calidad es precisamente una de las razones por las que no se puede atacar de manera frontal un problema como el de la corrupción.
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