¡Qué bueno que te encuentro!, necesito un interlocutor para poder intercambiar algunas palabras sin caer en la vulgaridad, lejos del celular y los mensajes de WhatsApp. ¿Cómo has estado?, ¿qué haces?, etcétera. Tenía razón mi amigo, las personas viven aisladas al no tener con quién hablar de los temas que les son interesantes, que les preocupan, con los que sueñan, los que extrañan, los que les indignan, de ahí que las palabras habladas o escritas tengan un significado en nuestra existencia más allá de ser el propio lenguaje, las palabras tienen muchas razones desde la sencillez de su naturaleza propia hasta la síntesis de un poema o del compromiso social de señalar los excesos de las oligarquías. Cuentan el cuento de la realidad, lo interpretan y describen cada quien a su manera; habrá miles de poetas y escritores, hay miles y miles de libros desde que el hombre inventó la palabra, pero en cada época, de cada lugar del mundo la palabra es encuentro, es el diálogo, es el interlocutor con el que hablamos aunque no estemos juntos.

(Foto: Archivo)
Hay por el mundo entero festivales de diversas manifestaciones culturales que celebran acontecimientos o convocan a la discusión y análisis de historias no contadas, la fiesta de la cerveza en este mes, Oktoberfest, en la ciudad alemana de Múnich, es un acontecimiento mundial, la Feria de Sevilla, las temporadas de conciertos, de ópera, exposiciones temporales de museos; por acá está en Yucatán, el Festival de la Cultura Maya, en Guanajuato el Cervantino, los de Jalisco, etcétera. ¿Y nosotros? Sin una política cultural, sin dinero, sin ideas, vemos cómo se van diluyendo los eventos que podemos considerar relevantes como el de Zacán, el del Cine en estos días, el de la Música, la plástica, la danza, la poesía, por las contradicciones propias del entendimiento de lo que significa la cultura de los pueblos, damos paso a festividades, extraordinariamente banales, como el de “la corunda y la enchilada”, que sin duda nos posicionan en el universo de la cultura gastronómica. El Día de Muertos languidece entre la desorganización vial, el alcohol, la desinformación y los conjuntos norteños. Es cierto que nuestro estado tiene costumbres y culturas diferentes en la Costa, Tierra Caliente, los lagos, el norte, el Oriente, los bosques, no hay una cultura propiamente dicha que nos identifique a todos, de ahí nuestra disgregación en los 113 pueblos, pero esa diversidad es a la vez nuestra propia identidad. No todos bailamos “Juan Colorado” pero sí nos gustaría escuchar una orquesta sinfónica que ejecute con maestría lo que toca.
La cultura como un instrumento de la política es una visión diferente a la de la politización de la cultura, a la forma en que se hace la cultura, con la originalidad que se busca y se ha buscado a través de los siglos desde la libertad del hombre para crear sus propias expresiones, aún en el folclor. El folclor de hoy no es igual al de ayer, así el hombre de las cavernas expresó su arte muy diferente al que hoy veneramos en algunos museos. ¿De qué cultura hablamos cuando los michoacanos hablamos de cultura? Si la cultura es parte de nuestra realidad, ésta se interpreta y se expresa en las diversas formas que el arte, desde la concepción individual, lo propicia en la plena libertad de la creación. Con esta perspectiva la burocracia relativa a la cultura no deja de ser eso, burocracia, un instrumento de la política. En la cultura de los michoacanos, como en la de todo México, convergen los elementos de los pueblos indígenas con los elementos de la llamada civilización que no ha podido eliminarlos a pesar de los intentos reiterados desde la Conquista, pero esa cultura de los pueblos a nadie le importa, desde la perspectiva de la política cada pueblo con su realidad a cuestas interpreta su realidad, y si ésta es de pobreza y de miseria, así es su cultura, “no hay más cera que es la que arde”, pero su originalidad está por encima de cualquier connotación económica.
La Universidad Michoacana, hoy “Benemérita y Centenaria”, que vendría a ser la vanguardia de la cultura, se debate en su tragedia del dinero que no alcanza para pagar casas del estudiante, sueldos a jubilados y prestaciones aberrantes a los sindicatos. ¿Y la cultura?, ¿y la Facultad de Bellas Artes?, ¿y La carabina de Ambrosio? ¿Seremos capaces de concebir un festival de la cultura michoacana? Habrá que abrir la mente y destinar un poco o un mucho de dinero a la organización para traer a Morelia todas las manifestaciones culturales en un solo periodo de tiempo, los jóvenes no buscan la música clásica, ni el ballet, ni la ópera, traen la onda electrónica, las manifestaciones plásticas no se reconocen, la poesía se pierde en los laberintos y las súplicas para que se publiquen los trabajos, las revistas viven sin patrocinios, los libros que se publican son seleccionados por el burócrata en turno que favorece a sus cuates, la danza está prácticamente en el olvido, los estoicos practicantes esperan el milagro del resurgimiento cultural, igual la música, el famoso Conservatorio, antigua escuela de organistas de templo, es hoy botín de los corsarios y la ilusión de ser una verdadera escuela de música, se aleja ante el conflicto.
Si hay una sinfónica, pues que sea una verdadera sinfónica a la altura de cualquiera que se diga sinfónica, aunque estén sindicalizados, ¿y si ese es el problema?, pues habrá que resolverlo.
¿Cómo crear un festival de la cultura michoacana? Dejo la pregunta en el aire, no digo en el viento porque el viento se la lleva, en el aire flotando entre la forma y el fondo, entre el sentido y el contenido que nos haga tener conciencia de la conciencia de ser michoacanos.
¿De qué sirven las casas de la cultura? ¿De qué sirve el Titanic de Zamora? ¿De qué sirve la Secretaría de Cultura? ¡Convirtámosla en la Secretaría de la Poesía y servirá para lo mismo!
PD. Hoy aproveche, San Agustín invita, con sus baños públicos surrealistas en el callejón del lado sur. Cinco pesos por entrar, ver y salir huyendo.
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