
El fin de semana que cerró el XXIX Festival de Música de Morelia estuvo marcado por dos eventos magníficos. El primero de ellos se dio la noche del viernes 24 de noviembre en el Templo del Carmen. Se puso la “Oda a Santa Cecilia”, cantata de George Friedrich Handel (1685-1759). Parece haber sido una pieza de encargo que compuso rápidamente para estrenarse el día onomástico de esa santa, patrona de los músicos, el 22 de noviembre de 1739. El texto es inglés, de John Dryden, y gira en torno al concepto pitagórico de que la música fue una fuerza central en la creación de la tierra. Se apega estrictamente a los cánones descriptivos de la cantata barroca (a cargo de solistas vocales), adornada de ricas variaciones armónicas, instrumentación muy compleja y lucida participación de coros masivos.
Yo creo que es una pieza obligada en el repertorio de cualquier melómano decente, pero queda en deuda si se le compara con otras cantatas del propio Handel o de otros autores barrocos. Resulta una obra grandiosa, pero no tiene grandeza.

(Foto: Especial)
La versión que escuchamos el pasado vienes estuvo a cargo de la Orquesta Barroca La Galatea (que usó instrumentos barrocos), los solistas vocales Andrea Haines y Eleonore Cockerham, sopranos; Barnaby Smith, contratenor, y Sam Dressel, tenor; el flautista Luis Julio Toro y la Coral de Las Rosas. Lo hicieron en forma magnífica y muy lucida que mucho gustó al público que había llenado el recinto. En particular a mí no me gusta el sonido “viejo” de los instrumentos construidos a la barroca, pero esto es personal. Obra y versión fueron estupendos y resultaron en una velada que quedará como una de las notas altas en este festival.
Al mediodía del sábado 25 estuvimos en el patio principal del Palacio Municipal para escuchar al pianista, compositor y doctor en composición Dai Bo, de China. Es ciego total desde los seis años y un artista moderno y notable en el mundo. Propuso un programa muy atractivo con sólo dos autores. En la primera parte, diez de las catorce piezas que constituyen una gran obra didáctica: El arte de la fuga, de Johann Sebastian Bach. Es un conjunto de ejemplos de las técnicas del contrapunto; son catorce fugas y cuatro cánones, todos sustentados en un mismo tema, aparentemente simple. Después de un intermedio se presentarían diez piezas de Dai Bo agrupadas con el nombre de Paisajes desaparecidos. Luz de nuestros días, que el autor refiere como conjeturas sobre J. S. Bach, es decir, juicios formados por indicios de las fugas. Son piezas de modernismo extremo, muy diferentes entre sí, que pueden gustarnos o no pero no pasan desapercibidas. Ya para el concierto decidió cambiar el orden, alternando una fuga de Bach y una conjetura de él. Y bueno, a unos les gustó la idea y a otros no, pero así fue.
La velada fue excepcionalmente interesante y cautivadora por la belleza y perfección de las fugas de Bach, ejecutadas por Dai Bo con una rigidez matemática asombrosa y emotividad intensa, como fue en el “Contrapunto 14”, con que cerró la velada. Inmediatamente ocurría el contraste de la música moderna y universal de Dai Bo, tan variada como lo eran las fugas de Bach. En fin, hay momentos en que se acaba el verbo para poder decir de la música. Ese momento me ha llegado, pero me alcanza para decirles que el aplauso fue tan generoso para el artista como el artista lo había sido con nosotros. Nos lo agradeció con dos estupendos encores de su autoría, pero tan distintos entre sí como el día y la noche.
El XXIX Festival de Música de Morelia que ha terminado ha sido diferente de todos los anteriores, y mucho en relación con los primeros. Pero este cambio ha sido una evolución y no una revolución. Era en agosto y ahora es en noviembre, sigue durando quince días, aunque ahora concentrados los eventos en tres fines de semana. Era un solo evento al día y ahora son hasta tres. Hay mucho más eventos gratuitos y populares y en el programa musical ahora se apuesta a géneros distintos, como el jazz y la música popular, y al modernismo en la música clásica. A esta evolución contribuyen varios factores: la capacidad económica ahora disminuida de todos los sectores de la población, los diferentes directores artísticos que ha tenido el festival, desde Fernando Lozano en los primeros hasta Javier Álvarez en los últimos, y el cambio de paradigmas estéticos en la música, propiciado por los nuevos creadores y el público joven. Quizá los mayores vivimos esto con nostalgia, pero los jóvenes lo aplauden. Esto es bueno y hermoso y representa el dinamismo de la institución, que así está sentando las bases de una vida larga y exitosa. ¡Ojalá!
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