Douglas Coupland nos retrató en su novela del año 91 como la Generación X, la cual, de acuerdo con los especialistas, está conformada por quienes nacimos entre 1960 y 1980. Nos califican como escépticos y desconfiados; en el caso de México hemos sido a quienes nos tocó vivir en permanente crisis económica pasando por los sexenios de López Portillo, Miguel de la Madrid y hasta Salinas de Gortari.
A decir de los mercadólogos, la Generación X se ha adaptado bien a lo digital, aunque saben divertirse sin ella; son progresistas, emprendedores, ambiciosos y competitivos, pragmáticos y autónomos, además de adictos al trabajo, enfocados en el reconocimiento, cómodos con las relaciones de autoridad y siempre están en búsqueda de la excelencia. Buscan información sobre el día a día y confían más en los medios tradicionales que en las redes sociales.
Me siento orgullosa de formar parte de esta Generación X que en realidad no ha sido tan “X”. Considero que los que rondamos en los 40-50 de edad hemos sido mediadores entre la tradición y los nuevos esquemas bajo los que hoy viven millennials, hipsters, yuccies y más. Medio soñadores y locos, pero creemos férreamente en los valores tradicionales como la democracia, el amor, la familia y el planeta. Fuimos (como generación) los primeros que empezamos a manifestarnos a favor del medio ambiente y nos lanzamos a salvar a las ballenas como Willy. Fuimos también los que nos unimos por el azote de hambruna en África y atestiguamos la caída de los viejos regímenes con el Muro de Berlín. Vivimos en crisis económica permanente, pero gracias a nuestra creatividad siempre hemos encontrado la forma de sacarle la vuelta.
Hoy vivimos y nos comportamos como si aún tuviéramos 20. Nuestros amigos de la infancia y juventud los atesoramos como si fuésemos hermanos. Bailamos y nos emocionamos cuando escuchamos nuestras canciones ochenteras y recordamos con ternura las vivencias que ellas nos traen al presente.
Quizá también hoy sufrimos los estragos de comer tanto chile y tamarindo, pero creo que aún tenemos sistemas inmunológicos fuertes porque nos criaron con comida orgánica y bebíamos agua de la manguera del jardín en los días de calor.

(Foto: TAVO)
Tenemos la capacidad de dialogar y entendernos con nuestros padres y abuelos porque somos tolerantes y respetuosos de la tradición y tratamos de inculcarles esos valores a nuestros hijos y sobrinos.
Pasamos por la férrea disciplina del colegio, donde no había más opción que estudiar y sacar buenas notas. De ahí nuestra tradición que aún conservamos por investigar e ir hacia el fondo de las cosas y no quedarnos en lo superfluo.
Vivimos del Atari al Xbox, y de la Macintosh al iPhone, del Walkman al iPod, y siempre nos hemos adaptado con gran entusiasmo. Sin embargo no necesitábamos de la televisión o una tablet para divertirnos: la calle era nuestro parque de diversiones y nuestros vecinos siempre fueron nuestros amigos. Fuimos la generación que inició con las primeras clases de computación, aunque fuera en lenguaje Basic y tuviésemos que programar escribiendo primero a mano los comandos para lograr que la computadora hiciera algo.
Soñábamos con llegar a ser alguien importante, con tener casa, familia y patrimonio como la fórmula para obtener el reconocimiento de los demás, y se supone que con base en el trabajo arduo alcanzaríamos nuestras metas.
Hoy esta generación enfrenta la incertidumbre de las pensiones, puesto que los que actualmente están retirados no reciben una pensión digna o con la que puedan vivir. Los que han logrado hacerse de un patrimonio siguen pagando la hipoteca y ven con horror la crisis educativa y la laxitud de la disciplina y los contenidos, puesto que ello no luce promisorio para las nuevas generaciones que se reflejan en sus hijos o sus nietos.
Al sentarnos a platicar con un chico de la llamada Generación Z (nacidos entre 1994 y 2010), nos quedamos mudos por su simplismo con el que ven al mundo: aspiran a ser filósofos, creativos o videobloggers, siendo que su entorno se cae en pedazos, y no sabemos si se dan cuenta de ello, o si realmente están aterrizados en la realidad. Les arrebatamos las tablets y los llevamos a rastras a estos chicos al parque, o a inventarles juegos, o a leer un libro, para que al regreso a casa se vuelvan a apoltronar y a ensimismar con sus chats y videojuegos.
Los X protestamos en las calles o participamos en el comité vecinal porque estamos habituados desde las elecciones del consejo estudiantil. Seguimos a pie juntillas lo que dicen nuestros políticos y ponemos en tela de juicio cualquier cosa que nos venden. ¿Por qué? Porque llevamos años escuchando el mismo discurso sin ver que algo en nuestro país realmente cambie.
Aún mantenemos la empatía con los otros y podemos hacer labor de voluntariado, defender al indefenso, cuidar de nuestros mayores y hasta ayudar a un desconocido a cruzar la calle. Las generaciones de ahora sólo contemplan la vida a través del visor digital y su única acción es poner un like.
Quizá esta Generación X en realidad somos la bisagra entre el saber tradicional y el digital, y nos toca retransmitirles a las nuevas generaciones los valores que nos deben caer en el olvido: la disciplina, la solidaridad y la acción, para que así puedan tener herramientas más sólidas y efectivas al enfrentar un tiempo en el que nuestras facturas les tocará pagar…
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