Sobre el poeta Nicanor Parra escribí el día que cumplió 100 años de vida y ahora, ante la noticia de su muerte, recupero aquellas palabras para rendirle nuevamente un merecidísimo homenaje. Los datos de su biografía en el orden de la poesía castellana son inconfundibles. Al presentarlo Ramón Xirau en su Antología de poesía iberoamericana contemporánea inmediatamente lo hace familiar. Primero: científico de formación, profesor de matemáticas, y es en el terreno de la poesía donde indica que por uno de libros (Poemas y antipoemas), es autor de una poesía que quiere ser antipoesía, difícil, hermética, exacta como exactas son estas formas de la poesía que se llaman matemáticas. Por lo mismo Xirau recuerda que ha practicado la poesía de origen popular pero que su obra se define en una frase muy clara y que fue dicha por el poeta chileno: “La fusión del artista consiste en expresar rigurosamente sus experiencias sin comentarios de ninguna especie”. En ocasiones hay que recordar que es un poeta duro; en otras, irónico y burlón, como sucede en los poemas del libro Versos de salón. Creo, por largo tiempo, seguirá siendo el mejor poeta chileno de la generación posterior a Huidobro y Neruda y terminar aseverando que es inconfundible su estilo: es el poeta centenario, vivo de nuestros días y hay que festejarlo: está de pie, aunque se encuentra inaccesible para el mundo de la literatura; vive alejado de la vida pública en algún lugar de su natal Chile.

(Foto: Especial)
Si hablamos en dirección de la poesía: es el inventor de una expresión poética que en sí es única y por eso su obra queda registrada en la historia como ejemplo de irreverencia que se expresa no sólo en la lengua española, sino como padre fundacional de la antipoesía. Esta expresión sirve para situarlo por ese estilo inconfundible y en sí el que determinó su vida tan singular y a la vez esencial para la tradición de la poesía contemporánea. Sólo él fue capaz de mostrase de frente a los demás como un poeta distinto –particularmente con sus paisanos Pablo Neruda y Vicente Huidobro– ya que Parra arranca al lenguaje poemas que son perfecta sonoridad, perduran por el tiempo y ante la realidad misma de la escritura se vuelven en sí un ejemplo del poeta portentoso y malversado, pero original por esa manera tan fina y elegante sostiene la notable belleza lingüística, o recuerda ese sarcasmo tan suyo, fino de su voz, para romper los cánones formales de la poesía moderna y crea naturalmente una identidad lírica solamente suya. Obvio que para conocerlo un solo poema no es suficiente o cabalmente pero sí es un ejemplo de su abundante respuesta a la escritura, la seca realidad de las imágenes, el diálogo que transmite o registra ante las dudas que genera su correspondencia con la poesía de estos tiempos.
Un poema como “Ritos”, que se encuentra en el cuerpo de Canciones rusas, que publicó originalmente en 1968, cuando su autor contaba 54 años, permite conocerlo al menos por ese ritmo tan suyo. Ya había dado a la imprenta el grueso de su obra: desde ese clásico vivo de su generación que es Poemas y antipoemas, hasta títulos que son la huella que irrumpe por largos silencios y que estira una y otra vez las puertas de la solemnidad para decir, pero el poema en su individualidad registra el camino que se cruza entre la voz y la realidad de su visión lírica: “Cada vez que regreso/ A mi país/ después de un viaje largo/ Lo primero que hago/ Es preguntar por los que se murieron:/ Todo hombre es un héroe/ Por el sencillo hecho de morir/ Y los héroes son nuestros maestros.// Y en segundo lugar/ por lo heridos./ Sólo después/ no antes de cumplir/ Este pequeño rito funerario/ Me considero con derecho a la vida:/ Cierro los ojos para ver mejor/ Y canto con rencor/ Una canción de comienzos de siglo”.
En efecto, es un poeta que vive relegado por voluntad propia en Las Cruces, litoral central de Chile, pero Octavio Paz lo reconoció como parte esencial de su generación y dejó entrever que es un poeta imbatible, silenciosamente capaz de llegar al centenario como si fuera un lucifer atravesando las corrientes literarias del siglo XX. Ante su muerte, ahora nos queda su antología canónica El último apaga la luz (2017), para reiterar una vez más que es un clásico de la lengua castellana de todos los tiempos; marcó toda la segunda mitad del siglo XX y los años del presente por sus poemas, hemos vivido una renovación que asimismo es la pasión lírica a propósito de su obra selecta.
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