¿Quién de niño no veía el cielo fascinado de ver las estrellas y la luna?, el cielo es un inmenso mar donde podemos zambullirnos y llenarnos de conocimiento y felicidad.
Cuando era niña las estrellas se veían sin problema, incluso en la Ciudad de México, donde vivíamos; sin embargo, donde más disfrutaba ver el cielo era cuando iba acostada en el asiento trasero mientras mi papá conducía. Me encantaba imaginarme cuántas cosas habría allá arriba, cuántas ciudades, cuántas civilizaciones. Imaginaba cuántos niños estarían imaginando si habría vida en este planeta en el que vivimos.

(Foto: Cuartoscuro)
Le decía a mi papá lo que pensaba y me respondía narrándome sobre la mitología griega y cómo la humanidad siempre ha intentado entender qué sucede en el cielo, y se imaginaban que allá arriba vivía Ra, el dios sol, y Selene, la diosa luna.
Me contaba cómo los vikingos y los fenicios eran grandes conocedores del cielo, conocían a la perfección las constelaciones para guiarse en sus viajes.
Me fascinaba escuchar e imaginar cómo desde la época prehistórica el ser humano se ha guiado por lo que sucede en el cielo para su vida diaria. Mediante paciente observación fueron señalando los días propicios para plantar, para cosechar, para conocer el ciclo sexual de la mujer. Veneraban a la luna pues ella alumbraba su camino en la oscuridad. Veneraban también al sol y respetaban la grandeza del cosmos. Aprendieron y crearon calendarios con base en la observación de la luna y el sol. Me fascinaba, y aún me fascina, la grandeza del ser humano y del cosmos.
Seguramente de ahí me nació la pasión por conocer las diferentes maneras de pensar y ver la vida, mi amor por la antropología. Desafortunadamente no estudie astronomía, la cual me atraía y aún atrae enormemente.
En la actualidad existe una tecnología muy avanzada que nos permite saber más sobre lo que existe y sucede en el cosmos, pero la humanidad ya casi no dirige su mirada hacia arriba. En las ciudades, por la contaminación, es casi imposible ver las estrellas y lo sucesos astronómicos.
En la madrugada del martes 30 para el miércoles 31 del presente se pudo apreciar una serie de eventos que no se habían repetido desde 1886. El cielo nos regaló el día de ayer una súper luna, una luna azul, un eclipse y una luna de sangre. Cuando lo supe me puse a leer al respecto.
Ahora sé que el término súper luna se utiliza cuando la luna está en su punto más cercano en su órbita alrededor de la tierra, y por ser la segunda luna llena que tenemos durante este mes, se le llama luna azul.
Asimismo la tierra y el sol y la luna se alinearon de tal manera que pudimos observar un precioso eclipse de luna, la cual se vio teñida de rojo, debido a la filtración de los rayos, recibiendo el nombre de luna roja o de sangre.
Maravilloso, ¿verdad?, se dice muy fácil pero imaginemos todo que sucede ahí arriba para lograr con exactitud asombrosa la alineación necesaria para que suceda todo esto. Fenómeno que no se volverá a producir hasta el 31 de enero del 2035.
La luna es hasta la actualidad el único satélite natural conocido de la Tierra y de vital importancia para la vida animal y vegetal, así como la responsable del equilibro de los distintos ecosistemas.
Aún no se sabe del todo qué pasaría si la luna no existiera, pero sin duda nada sería igual a como lo conocemos. Para empezar, las noches serían totalmente oscuras. La atracción gravitatoria de la luna es fundamental ya que produce una deformación sobre nuestro planeta creando corrientes marinas necesarias para los peces y su alimentación. De la misma forma que la tierra atrae a la luna, ésta también nos atrae, creando un efecto de estiramiento del planeta aovándolo. Esto produce un ligero movimiento de atracción a la luna y viceversa, lo que provoca la subida y bajada de la marea dos veces al día.
En mi búsqueda sobre la luna encontré algo que me sorprendió mucho: la luna se aleja gradualmente de la Tierra unos 3.8 centímetros por año. Las consecuencias de este fenómeno podrían ser devastadoras dentro de unos siglos puesto que la luna se encarga de mantener estable el clima de nuestro planeta.
Sin la luna sobre nuestras cabezas los ciclos temporales se volverían caóticos, la Tierra daría una vuelta cada ocho horas en lugar de cada 24, de modo que un año tal como lo concebimos estaría compuesto por mil 095 días. Los vientos serían más huracanados que nunca, con mucha más potencia que los que conocemos en la actualidad. Al mismo tiempo, la atmósfera tendría mucho más oxígeno y el campo magnético del planeta sería tres veces más intenso, con lo que el 80 por ciento de las especies animales se extinguirían.
La luna es de suma importancia para el adecuado funcionamiento de nuestro hogar: el planeta azul, más conocido como, “la Tierra”.
Reflexionando sobre ello, pensé que ciertamente las civilizaciones antiguas lo sabían y de ahí su respeto y veneración.
Todos sabemos que los mayas eran grandes matemáticos y astrónomos. Su calendario y edificaciones perfectas en simetría con fenómenos astronómicos sorprenden a investigadores de todo el mundo.
Observaron que el movimiento de la luna en el cielo no es en línea recta. Su movimiento es en forma de serpiente, subiendo y bajando del plano de la elíptica de tal manera que a lo largo del mes la serpiente celeste lunar hace su aparición en el cielo.
La luna no pasó desapercibida a los antiguos mexicanos. Su representación en los códices, esculturas y deidades es abundante. En el libro Arqueo astronomía en la América Antigua, Jesús Galindo hace notar la importancia que tuvo la luna para diversas culturas mesoamericanas. El autor cuenta que el pueblo otomí, al llegar al Altiplano mexicano, no tenía ningún ídolo ni adoraba cosa alguna, sólo miraban al cielo. Como observadores de la luna, los otomíes erigieron en Metztitlan, que quiere decir “lugar de la luna”, un importante santuario y la consideraban su deidad principal. La llamaban Madre Vieja ya que era la madre creadora y representaba a la luna y a la Tierra a la vez. Su consorte, el Padre Viejo, era el sol, dios del fuego. Crónicas del siglo XVI cuentan que los otomíes contaban los meses por las lunas, de luna nueva a luna nueva. Daban a cada mes 30 días.
Para los mexicas, la luna, llamada Metztli, era una deidad muy importante. Gutierre Tibón, en su libro Historia del nombre y la fundación de México, demuestra que “somos el pueblo de la luna”. Tras un minucioso estudio de códices, tradición oral y lingüística, demuestra que México seria “el lugar del ombligo de la luna”. La etimología de “mexica” y “México” devienen de metzli, la luna, y xictli, el ombligo. Incluso se les conocía e identificaba como “el pueblo de la luna”.
vazquezpallares@gmail.com
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