
No falla, en reuniones de amigos, de trabajo, sociales y quizás hasta en misa, el tema sale a relucir: los baches de Morelia. La verdad no importa dónde se está, con quién se va, con quién se encuentra, el asunto es que todos se quejan de las condiciones de las calles, imposibles de transitar con cierta tranquilidad; quizá no se requieran aparatos especiales o detectores de velocidad en cada calle o avenida para implementar las repudiadas fotomultas de tránsito porque al menos que uno quiera destrozar su auto o tenga instintos suicidas, eso de andar a toda velocidad por la capital michoacana puede ser una fantasía, a no ser que transite por alguna de la pocas avenidas parejitas, que haciendo memoria está complejo tener presente.
Resulta demasiado complicado viajar con tranquilidad en las colonias morelianas, inclusive por el mismo Centro Histórico, ya que no se salva de los desperfectos en el pavimento. El flujo vehicular semana a semana va en aumento, luego entonces, el peso total que representan miles de autos dañan la carpeta asfáltica o de lo que sea, situación comprensible porque es parte del uso normal que tiene que darse a una vialidad, la cuestión es que entre el cemento, el asfalto o el adoquín que se invierte y el tiempo programado para su duración no existe coherencia ni lógica alguna, porque es de sentido común que si una avenida tuvo la suerte, la fortuna o la casualidad de ser elegida para restaurarse, al poco tiempo sufrirá del mismo mal que padecen centenares de calles: el síndrome del bache eterno.

(Foto: Cambio de Michoacán)
Los baches son como los virus en el cuerpo, se resisten a morir, así como el sistema inmunológico ataca, intenta destruir todo agente extraño que entra en nuestra humanidad corporal, así cada bache que se arregla, que se cubre, logra renovarse porque en un dos por tres el mismo bache está para recibir de nuevo a cualquier vehículo con los brazos o los pozos abiertos; sobre todo cuando existe un gran aliado para no echarles a perder la esperanza de resurgir: los responsables de bacheo, que en lugar de implementar material de calidad, con una capa sólida, juegan a los caminitos poniendo, cuando lo hacen, capas demasiado delgadas con material de segunda, contando con la complicidad de uno que otro irresponsable, que saben lo que se está haciendo o lo que se ha dejado de hacer y prefieren guardar silencio; lo peor de todo es que deben existir inspectores de obras para avalar y autorizar la entrega-recepción de las obras realizadas o renovadas y también se hacen de la vista gorda. La corrupción se refleja en todas sus dimensiones.
Donde quiera que vayamos es tan común encontrar un bache como encontrar un Oxxo o un depósito de cerveza, los vemos de día, de noche y toda la semana; Vivilladas ha llegado a pensar que inclusive existe un cierto enamoramiento, un amor platónico, entre el chofer y el inmortal bache, ya que cuando de milagro no se encuentra, la nostalgia se apodera de su admirador aunque lo más seguro es que suceda igual que con los amores eternos: al rato regresarán.
Lo complicado y molesto de la diversificación de baches es que sin importar modelo, color o categoría, ni clase social, daña amortiguadores, llantas y la suspensión de cualquier automotor; no pasa mucho tiempo para que, inclusive tal y como ya lo señalamos, los autos recién salidos de la agencia, al paso de algunos meses, parezcan sonaja y sin opción para que se haga efectiva la mentada garantía porque ante el fantasma de los baches pareciera que no existe cura alguna. Ahora, si los nuevos se dañan, imaginemos lo que pasa con modelos más añejos. Sean unos o sean otros, al asunto es que cada desperfecto repercute en los bolsillos de los contribuyentes que de una y mil formas pagan sus impuestos.
No todo el problema estriba en lo económico, está en riesgo también la seguridad de las personas, tanto para los que van sobre ruedas como a los propios transeúntes; no son pocos los accidentes que pasan por no contar con la mayoría de avenidas en condiciones adecuadas. Eso de ir esquivando uno y otro megabache ha incitado percances serios en las vialidades: choques, encontronazos por alcance y hasta hace tiempo una persona atropellada por un chofer que, al intentar esquivar un bache, subió a la banqueta lastimando seriamente a dos pequeños inocentes. Sobre la salida a La Huerta, un tráiler causó un accidente que por mera suerte no terminó con la pérdida de vidas humanas.
Es muy cierto que la capital tarasca es una ciudad añeja, que no ha tenido un correcto mantenimiento o innovación de infraestructura, que gobiernos municipales han ido y venido y no existe un proyecto integral para su atención y en consecuencia, tampoco presupuesto suficiente, o al menos conveniente para disminuir el problema; la situación es que todos han dejado de lado o han minimizado su impacto y cuando se intenta algo positivo, las cosas no salen bien. Recordamos una súper máquina llamada popularmente El Dragón que compró Fausto Vallejo en el último periodo que estuvo como presidente municipal, por cierto carísima, el gusto duró unas pocas semanas porque nunca fue la maravilla que prometieron, salió la misma gata nomás que revolcada.
Alfonso Martínez, presidente “independiente”, ha anunciado un proyecto interesante para señalización y bacheo que según vendrá a resolver de manera efectiva gran parte de la problemática presentada. El Ayuntamiento local autorizó 70 millones de pesos para dichas tareas; es positivo que existan planes y presupuesto para hacer de Morelia, en ese sentido, una ciudad digna tanto para quienes viven en la localidad como para los visitantes. Sería muy interesante que la aplicación de los recursos tuviera un seguimiento formal tanto en la correcta aplicación como en la correcta ejecución de las obras o acciones programadas; ya lo apuntábamos, algunos gobiernos han trabajado con el propósito de solucionar la gran inconveniencia que representan los baches pero todo ha quedado en buenas intenciones o en deficientes ejecuciones.
Deseamos que de mucho sirva el plan municipal mencionado, aunque tenemos la certeza de que, con todo y que represente una suma considerable de dinero, a todas luces será insuficiente pero en algo puede servir para desterrar poco a poco la terrible plaga citadina que representan los baches. Ahora que si de plano sería inoperante el proyecto, tomémoslo por el lado amable y si antes se adoptaba un árbol… ahora adoptemos un bonito bache.
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