
Podemos afirmar que casi diez meses después de haber sido empoderado o entronizado en la Presidencia de la República, Enrique Peña Nieto logró, tal vez por convencimiento, por ingenuidad o por el pago compensatorio que dio como gratificación económica a los directivos del ahora Partido de la Involución Democrática (antes PRD) para que le fuera aprobada la iniciativa de ley que minimizó y casi logra la extinción del sistema energético nacional, compuesto principalmente por la Comisión Federal de Electricidad (ahora de la oscuridad), por Petróleos Mexicanos y por la industria de la petroquímica, mismas que tienen en la actualidad menos petróleo que vender (lo importamos), menos nacionalidad y una industria petroquímica totalmente en manos de industriales mayoritariamente de origen extranjero.
Las bondades que hipócritamente Peña Nieto exponía ante los dirigentes del PRI, PRD y PAN en esos sus primeros meses de gobierno, y que los compartía y difundía propagandísticamente un día sí y otro también, fueron una verdadera mentira, pues afirmaba que el desarrollo nacional se detonaría, que seríamos los mexicanos los que decidiríamos hacía dónde se iría o se invertiría la renta petrolera y que estaba seguro que con la privatización de estas industrias se generaría (casi de inmediato) más de medio millón de empleos adicionales (Reforma Energética, 19 de agosto de 2013, Jorge Rocha (ITESO)).

(Foto: Cuartoscuro)
Su apuesta era por que creía que el Producto Interno Bruto (PIB) crecería en uno por ciento, que habría más transparencia en los contratos que celebrara Pemex con los inversores y, ríase el lector, “que el petróleo, el gas natural y Pemex seguirían siendo patrimonio de los mexicanos”, etcétera, etcétera.
En estos largos seis años que afortunadamente están por terminar se ha difuminado Peña Nieto y disminuido considerablemente (dudo que alguna vez la tuviera) su capacidad operativa, pues estas industrias, principalmente la que fue expropiada en 1938 y que durante más de 70 años fue pilar y sustento del o para el desarrollo de nuestro país, atraviesa por una situación difícil debido a la inutilidad de sus propios directores y por la tendencia presidencialista de desincorporarlos y entregarlos totalmente a manos particulares. Afortunadamente está por terminar su bad sexenio.
Ahora gran parte de la industria petrolera, petroquímica y eléctrica está en manos prácticamente de aquellas empresas extranjeras que en los años de antes de la expropiación cacicalmente mandaban en México.
Pero no hay por qué preocuparse por estas industrias que prácticamente ya no están bajo la coordinación del Estado mexicano, pero sí en manos de la IP (no necesariamente nacionalistas), a los que les ha ido requetebién, además los precios de los energéticos indispensables para los mexicanos han subido de precio, impulsando una red de incrementos tanto en alimentos como en diversos enseres, los precios van hacia arriba, deteriorando aún más el nivel de vida de los más débiles.
Muchos no han podido soportar la pobreza y otros, para medio sobrevivir, se han enlistado en las filas del crimen organizado. ¡Han tomado esa decisión porque no tienen otra alternativa!
Los precios en general han ido en aumento constante sin miras a que el gas, la electricidad, los alimentos, tengan la tendencia de bajar de precio y, al contrario, los valores de éstas son un insulto para los mexicanos, principalmente para los más desvalidos. Por otra parte (y disculpen el sarcasmo), el número de pobres ha bajado “precisamente porque ya no tuvieron nada para comer”.
Estos son los resultados de un sistema de gobierno prostituido que en estos largos seis años (principalmente) no ha tenido el tino alguno. La máxima autoridad se ha dejado regañar por autoridades extranjeras, nunca, en el último siglo, habían ridiculizado a un Presidente de México y más bien, en toda América se hablaba de ellos con respeto.
¡Afortunadamente el actual está por terminar!
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