
Estamos en plena campaña presidencial, y el candidato hasta el momento puntero es observado con lupa por propios y extraños. En el amplio catálogo de datos preocupantes el asunto de su personalidad llama la atención. Desde hace tiempo analistas, periodistas y posteriormente casi cualquier persona con cierta cultura han percibido el progresivo cambio en la personalidad del señor López. De ser inicialmente una persona en apariencia normal, salvo por su machacona insistencia en autoproclamarse «honesto», «indestructible», «rayito de esperanza» y con «calidad moral», fuera de esto se tenía la impresión de que era un político hábil y carismático, sobre todo para determinados estratos socioculturales.
Durante su desempeño como Jefe de Gobierno del Distrito Federal la verdadera personalidad del señor López fue emergiendo. Inicialmente fueron datos aislados: su descalificación, innecesariamente ruda, a la marcha contra la inseguridad etiquetando ofensivamente a los participantes como pirruris; la protección a su tesorero, Ponce, permitiéndole valiosas horas para limpiar los discos duros de sus computadoras; su renuencia para deslindarse de Bejarano. López perdía piso: lo mismo detuvo a un automovilista que le gritó «corrupto», que insultaba a los medios que exhibían sus errores, fundamentalmente Reforma y La Crónica llegando a avalar una lista de periodistas incómodos que deberían ser expulsados del periodismo una vez confirmado su inevitable triunfo en el 2006; y fue precisamente en esa campaña, cuando mareado por los aplausos de sus seguidores, los ciudadanos tuvieron la oportunidad de ver su verdadera cara, la de un político de escasa cultura, que mentía con facilidad esgrimiendo datos que sólo él tenía y jamás pudo exhibir, con un discurso hecho de lugares comunes, adjetivos e insultos, intolerante e incapaz de reconocer errores. Por suerte para México, el pecado por antonomasia -la soberbia- lo perdió.
A partir de la noche en que perdió la elección presidencial, las evidencias de su personalidad fueron muy evidentes, ya sin su careta, el Mesías evidenció, en todo su esplendor, un trastorno paranoide de la personalidad.
Ahora bien, ¿de qué estamos hablando cuando nos referimos a un «trastorno paranoide de la personalidad»? Se trata ni más ni menos de un trastorno que se caracteriza por un patrón de desconfianza y suspicacia general hacia las otras personas, de forma que todo lo que hacen éstas se interpreta como malicioso y producto de una conspiración.

(Foto: Cuartoscuro)
Político taimado y decidido, López continuó, año con año, y con cargo a nuestro dinero, con un plan bien orquestado para ahora sí triunfar en estas próximas elecciones. ¿Ha cambiado en algo? La respuesta es breve, no. Los que lo conocen de cerca afirman: no escucha, descalifica; no razona, agrede; no tiene propuestas novedosas, sólo un gastado discurso de lugares comunes. López Obrador miente, se enreda, se autojustifica todo el tiempo, repite hasta el cansancio las mismas mentiras de siempre, el mismo discurso de lucha de clases, buenos contra malos, pobres contra ricos, su estrategia es dividir, causar conflictos, enfrentar a sus vasallos en contra de quien no piense como él. Su palabra es dogma. ÉL con mayúsculas, es el único dueño de la verdad y el único que puede salvar al país de las garras de la mafia del poder.
El problema ha empeorado ahora con la cohorte de políticos oportunistas de los que se ha rodeado, básicamente provenientes del más rancio priismo de corte populista, anclados en el sexenio de Echeverría, aduladores que obedecen ciegamente las indicaciones del Mesías sin mediar razonamiento. ¿De izquierda López? Negativo: nada que ver con auténticos representantes de la izquierda mexicana como Don Gilberto Rincón Gallardo y el Ing. Heberto Castillo.
López es un reaccionario en toda la extensión de la palabra; enemigo de cualquier reforma, anclado en un pasado de resultados funestos, enfermo de poder que se complace en humillar a sus siervos, sometidos a la voluntad del amo. Frente al Mesías, sus colaboradores permanecen fascinados y paralizados, como un ratón frente a una serpiente. Ni más ni menos.
Este sujeto, con su simplista y básico discurso de odio y venganza ha dividido, al parecer fatalmente, a la sociedad mexicana, ha polarizado y crispado los ánimos de los ciudadanos al grado de que quienes no comulgan con sus ideas son satanizados y agredidos por sus fanatizadas huestes.
Ahora va por México. Si nos dejamos.
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