Por un espacio de dos horas nos tuvieron al borde de la silla, emocionados como en un partido de futbol y cada quien hacia su quiniela para ver quién saldría ganador. Las expresiones en el rostro de los que atestiguaron el primer debate presidencial fueron de una amplia gama: emoción, enojo, risa, desencanto, interés, confusión. Los candidatos se mostraron tal cual, y dejaron entrever su psique que los persigue por doquier; cada uno apasionado según su propio estilo tratando de convencernos que son la mejor opción, pero desafortunadamente en el recuento final parecían ser nómadas predicando en el desierto, porque el rechazo hacia la clase política, los partidos y el status quo del sistema es lo que prevalece en la inmensa mayoría del electorado, y poco lograron conectar.

(Foto: Cuartoscuro)
Lo triste del caso fue que los discursos de nuestros candidatos no emanaron de un proyecto de nación en común, ya que cada uno lo entiende diferente. Hay por ejemplo quien abona a la continuidad del sistema con algunas pequeñas mejoras; otro que propone un cambio radical y que atemoriza a varios; el que pretende juntar el agua con el aceite y no sabemos si su fórmula funcionará; quien apela al sentimiento de los valores tradicionales y la solidaridad de género, y quien de plano se llevó las palmas en lo que refiere a la respuesta hilarante que causó en la sociedad a través de los memes como el que propuso «mochar» las manos al que robe, como si estuviéramos en Singapur (que por cierto allá si funcionó este método extremo con la pena de muerte para acabar con la corrupción).
En una encuesta hecha a través de una televisora local se entrevistaron a varios ciudadanos: la mayoría ni vio el debate, y a los pocos que lo vieron, los decepcionó. Incluso algunas cámaras empresariales se pronunciaron en el sentido de que nos quedaron a deber nuestros candidatos. Por ello, habrá que ver si mejoran en el próximo ejercicio: Meade tendrá que salir de lo acartonado, y ser más genuino y carismático; Margarita, más estructurada y relajada; Anaya, bajarse del ring y abocarse a las propuestas; el Señor López Obrador, espero sí deje claro los cómos, más que el mensaje de la injusticia social que apela al enojo de los más desprotegidos (hay otro universo de ciudadanos a los que les gustaría ahondar en torno a sus ideas); y El Bronco, pues no ser tan locuaz ni simplón.
Nos quedaron a deber sí, porque queremos saber más de las propuestas que de golpes bajos; todos buscamos la paz y la prosperidad, queremos que se acabe de una vez por todas con la corrupción y que se nos quite el miedo para poder vivir a plenitud. Y a la luz de esos principios que nos son comunes como sociedad, cada uno de los candidatos debería enarbolar sus propuestas y sus visiones, más que tratar de descalificar o enlodar a quien vaya en el puntero de las encuestas. No siempre la descalificación habla bien de quien la emite, es un mecanismo subconsciente de neuromarketing; en cambio lo positivo, genera una dinámica también positiva contagiosa. Hablemos mejor de paz, de construcción, de armonía, de felicidad, porque lo otro nos satura e inunda y francamente ya nos tiene hartos y muy enfermos. Tómenlo en cuenta señores candidatos y por favor púlanse para el siguiente encuentro…
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