
“Dirigida hacia los cuatro puntos cardinales, formada por dos líneas perpendiculares que se cruzan, la cruz es el principio básico de todos los símbolos de orientación. En ella se sintetizan el tiempo y el espacio de acuerdo con la rotación del mundo y con la salida y el ocaso del Padre Sol. Algunas culturas indígenas reconocen siete rumbos cósmicos: Norte, Sur, Este y Oeste; más el espacio vertical que sube, el Cenit; el vertical que va hacia abajo: el Nadir… y una dimensión interior, o centro. La cruz es el símbolo del mundo en su totalidad. Baste recordar la cruz sagrada de Quetzalcóatl”, menciona la antropóloga y promotora cultural, Sonia Iglesias y Cabrera.
Otro apreciado amigo, con la misma profesión y vocación, me dijo que algunas cruces en lugares apartados, habían sido colocadas estratégicamente para señalar el sitio donde se encontraba algún adoratorio precolombino; otras, en el cruce de caminos antiguos, señalan con precisión los puntos cardinales y otras, colocadas en los manantiales (los ojos por donde lloran los cerros), nos hablan de que ahí es un lugar sagrado y merece todo nuestro respeto y veneración… porque los más antiguos sí entendían que estamos hechos de ella.
Cuando niña, por mi abuelita paterna, Guadalupe, supe la historia del emperador romano Constantino, que había derrotado al ejército bárbaro invocando a la cruz de Cristo aparecida en el cielo, en medio del fragor de la batalla, acompañada del mensaje: “Con este signo, vencerás”. En agradecimiento, además de convertirse a la fe cristiana, el emperador pidió a su madre, la emperatriz Elena, que le ayudara a localizar la cruz en la que había sido crucificado Cristo para rendirle culto. La abnegada madre, después de una dificultosa búsqueda, logró su propósito y así llegó a convertirse en Santa Elena “de la Cruz”, a quien con frecuencia se representa portando un farol encendido. Gracias a este encuentro, en el siglo IV de nuestra era, la misma emperatriz logró que los seguidores de la incipiente religión cristiana celebraran, cada 3 de mayo (aproximadamente) el descubrimiento de la Santa Cruz. Así que a Santa Elena le debemos el que este símbolo del martirio de Jesús sea rememorado a través de los siglos.

(Foto: Cuartoscuro)
También desde la niñez nació en mi la curiosidad por saber el significado de tantas cruces que se ven por los caminos, en los nacimientos de agua y otros parajes naturales a lo largo y ancho de territorio mexicano, incluidas, claro está, las que se llevan a los lugares donde alguien ha perdido la vida.
Esas cruces que encontramos en las carreteras, en barrancas, a la orilla de ríos, lagos y presas, con nombres y fechas que dan testimonio de a quién y qué recuerdan, forman parte de un ceremonial bastante arraigado en nuestro pueblo, que parte de la idea de que el alma del que muere sorpresiva y violentamente, se queda desconcertada y atrapada en este mundo sin encontrar su camino hacia el otro plano, llamado eternidad… así que los deudos colocan esas cruces para ayudarles a orientarse desde el lugar del cual partieron. Por ello, son tan importantes como las tumbas mismas, ya que representan la posibilidad de que el alma del ser querido verdaderamente descanse en paz.
• En ocasiones, si no lo hacen los familiares, llegan a ser los moradores del área donde ocurrió el accidente mortal quienes llevan la cruz al lugar, para evitar la presencia de “espíritus chocarreros” alrededor de sus viviendas. Si en un plazo determinado no se “aparece” o existe manifestación alguna de un alma en pena, significa que ha encontrado ya su camino y la cruz ha cumplido su función, por lo que puede ser olvidada o retirada.
Igual sucede con “los encantos”, cruces sin nombres ni fechas colocadas en diversas regiones de México, que señalan sitios en donde suelen presentarse “apariciones” desde hace siglos: seres pequeñitos que supuestamente “cuidan” centros ceremoniales, lugares sagrados o cementerios; extraños animales que cumplen similares funciones, o sobrecogedores personajes, cuya misión se desconoce.
Varias amistades de ascendencia indígena, coinciden en que la cruz ha estado presente en la vida del pueblo mexicano aún antes de la llegada de la religión cristiana a estas tierras. Así por ejemplo, en algunas regiones la cruz es un glifo o signo que representa el cruce de caminos; muchos centros ceremoniales prehispánicos contaban con cuatro templos o cúes orientados cada uno señalando un punto cardinal, como pueden aún observarse en los vestigios arqueológicos de diversas culturas. Y para las mujeres que aún portan el huipil como indumentaria propia, éste extendido, representa una cruz a la que ellas agregan un quinto punto: “Así como en nuestro cuerpo, mis piernas son el sur, mi cabeza es el norte, mi brazo derecho el oriente, el izquierdo es el poniente y el centro es mi corazón.”
Lupita, una amiga oaxaqueña hacedora de huipiles, me decía que seguramente por eso (el portar una prenda con forma de cruz, antes de ser cosida o unida por los costados) se había acuñado la frase: “toda mujer lleva una cruz a cuestas”, cuando en realidad se trata de que al ponernos el huipil estamos conscientes de poder caminar hacia cualquier dirección, siguiendo los dictados de nuestro corazón.
En Pátzcuaro, las cruces colocadas en los cerros Blanco y del Estribo (volcán extinto) fueron bastante veneradas todavía hace pocos años. A la primera, continúan festejándola los trabajadores de la construcción desde temprana hora del día 3 de mayo: suben con sus cruces de distintos tamaños, bien adornadas, para ser bendecidas en la misa que en la cumbre del cerro ese día se celebra y luego la colocan en la construcción en que se encuentran laborando, adonde, por lo general son recibidos por el propietario de la obra, que les ofrece comida y bebida.
Estos días previos al 3 de mayo, como cada año escucho la cohetería en casi todas las poblaciones ribereñas, anunciando la Fiesta de la Santa Cruz y en Pátzcuaro, en los barrios de Tejerías (donde se venera la cruz de los Coyotes) y en el de la Cruz Verde, participo de la emoción que comparten generosos vecinos bien organizados, pero ante todo convencidos de que vale la pena conservar vivas las tradiciones… y las peticiones para el buen temporal.
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