
Si la montaña no viene a Mahoma,
Mahoma va a la montaña.
El trovador es una ópera tremendamente dramática de Giuseppe Verdi (1813-1901) que, con Rigolleto y La traviata, conforman el triduo central que lo catapultó a la gloria y la fama de ser, quizás, el mejor operista que haya existido. Esas obras marcaron un cambio definitivo en la orientación temática de la ópera. Desembocó el romanticismo a su forma más cruda, el verismo italiano. El trovador, basada en el drama teatral homónimo del español Antonio García Gutiérrez, estrictamente contemporáneo de Verdi, es una verdadera tragedia en el sentido del antiguo teatro griego: la calamidad predestinada que, aunque se conozca con antelación, no puede ser evitada, ni por los dioses.

(Foto: Especial)
El drama tiene raíces históricas en la España medieval de principios del siglo XV. Hay disputas militares entre señores feudales de Aragón, y los dos personajes masculinos de la obra sirven en bandos opuestos de una guerra civil. Además, los dos disputan por el amor de la misma mujer, dama del séquito de la reina. Los dos son hermanos, aunque ellos lo ignoran, hijos de un viejo Conde de Luna, principal de una de las facciones enemigas.
La protagonista del drama, el personaje femenino más fuerte de la pieza y probablemente de toda la obra de Verdi, es una gitana ya vieja, que vio morir a su madre en la hoguera, condenada por hechicera por el viejo conde. Juró vengarla, y para ello robó de la cuna a un hijo del conde con la intención de quemarlo en una hoguera. Al hacerlo, la ansiedad la confunde y a quien arroja al fuego es a su propio hijo. El del conde vivió como gitano pensando siempre que era hijo de la hechicera. Ésta tiene ahora dos motivos de desquite.
Anhelos de venganza, duelos de amor y batallas militares, presos, torturas y suicidio, y finalmente la tragedia que ya no terminó de contar, que no se quiere creer y que no se puede evitar. Termina en primera persona con la frase: E vivo ancor!? (¿¡Y vivo todavía!?).
Este drama, horrible, se sublima hasta niveles impensables por la música de Giuseppe Verdi. Es ópera italiana que reconoce y sigue sus antecedentes del clasicismo, con su formalidad, tan clara y lógica cuanto espontánea. Fundamentalmente es romántica por su lirismo luminoso y desbordante, que no reconoce otro modo de expresión emotiva, pero al que se le ha reducido el protagonismo del belcanto. Pero el agregado de Verdi es el dramatismo y profundidad de su entramado completo, teatral y musical, y de sus melodías, empacadas en armonías que sacuden, hasta lo más hondo, el espíritu de los presentes. Es increíble que drama tan terrible se disfrute tanto. Eso se da por la magia de la música, de la moderna ópera italiana y del Verdi joven, ya sabio y todavía vigoroso, que fue capaz de retar a la tragedia misma y convertirla en bella.
Todo esto porque el pasado sábado 1° de septiembre fui a León, Guanajuato, a la función que ofreció el Teatro del Bicentenario con la ópera El trovador, de Giuseppe Verdi, dentro de su programa de cuatro producciones por año.
Lo primero que se disfruta ahí es el teatro mismo, tan bello, moderno y funcional. En esta ocasión, la orquesta fue la Sinfónica de Aguascalientes y el coro, el propio del Teatro del Bicentenario. El elenco de cantantes, en los papeles principales lo formaron el tenor Andeka Gorrotxategi, del país vasco español, la soprano María Katzarava, el barítono Jorge Lagunes y la mezzosoprano Belem Rodríguez, mexicanos estos tres. La dirección de escena y coreografía estuvo a cargo de Ruby Tagle y la dirección musical fue de José Areán.
Consiguieron una producción afortunada, de notable equilibrio de méritos en una obra del más puro y estricto dramma per musica. Mucho disfrutamos la calidad interpretativa de la música, sin que haya cantante, coro u orquesta a quien criticar.
De la producción teatral sí tengo algunas opiniones inconformes. La actuación de los cantantes me pareció un tanto débil, poco expresiva en su lenguaje corporal; como producción de hace un siglo.
Pero mi mayor inconformidad es con la puesta en escena. La obra se situó, con discreción digna de alabanza, en el México del porfiriato, siendo los bandos militares opuestos los federales y los revolucionarios. Los uniformes de los primeros eran inconfundibles. Pero lo que me resultó totalmente chocante fue la primera aparición de Manrico, el trovador, con gabán y sombrero charro. Se notaba que él mismo no se sentía bien. Por fortuna, esa imagen duró poco y no se repitió.
Pero bueno, el resultado final fue venturoso. Estuvimos en una producción muy digna de El trovador de Giuseppe Verdi.
Hasta la próxima.
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