Le ofrezco perdón a Rafael García, porque había mucho que platicar y no me di la oportunidad de escucharlo; le pido perdón por el sufrimiento que vivió de niño, y le pido perdón porque no soy nadie para juzgar y pedirle perdón una y otra vez a nombre de su padre que ya no vive, porque los padres no pueden violentar con saña ni desprecio a sus hijos.
Le pido perdón por lo que diré, porque no puede seguir pensando que su padre era una bestia, y que por ello, no lo puede perdonar. Le pido perdón a nombre de su padre para que pueda descansar en paz, para que él mitigue sus heridas aún abiertas y el dolor que le causa hablar de esto. Le pido perdón porque existe un sistema de género que formó una masculinidad sin sentimientos y que lo aleccionó para ser misógino y macho, para el control y el sometimiento, para la exclusión y la apropiación del cuerpo.

(Foto: Cuartoscuro)
Cuando me narró Rafael, sobre la violencia que sufrió de niño, tenía contenidas las lágrimas de mucho dolor por la violencia recibida, pero aunque quería llorar y gritar no podía, le habían castrado sus sentimientos, funciono perfectamente el sistema de género, los hombres no lloran, los hombres no son rajados, los hombres son machos, los hombre dominan el mundo.
Rafael sabía de pelear, sabía de defender el honor, también sabía de tocar guitarra, su guitarra color negro, también sabía de cantar, supo de tener contactos íntimos carnales, pero nadie le enseño a compartir, a nadie tuvo como modelo para saber qué se sentía amar, vivió en un mundo de violencia, vivió sin amor, peleando y haciéndose el fuerte para que nadie le pusiera un pie en el cuello, ese era el niño de once años que se oponía a vivir en cautiverios, pero que era sometido una y otra vez, a la violencia física, verbal, económica, de abuso y de explotación.
Día a día los golpes y los insultos eran más profundos, mientras más odiaba a su progenitor, cuando más veía la vida que llevaba su madre y sus hermanos, era superior ese sentimiento de impotencia de no poder ayudar, y con la angustia de no provocar la ira y los golpes escondió no solo su cuerpo, también su incapacidad de ayudar y eso lo marco.
Me expresó, con un rostro desencajado, agobiado por el tiempo y porqué necesitaba gritarlo para desencadenarse de aquel “infierno” por el que ha vivido. Nunca lo había contado, era su gran secreto, era una verdad que no correspondía a su estado de vida actual. Rafael ha vivido en agonía por años; ha cargado esta etapa de su vida como una lápida y necesitaba quitársela, tanto en su intimidad y en su razón, solo necesitaba de alguien en quien confiar, de una persona que fuera su escucha asertiva, no pedía consejos, soluciones, o apapachos, él solo pedía que le dieran la oportunidad de expresarse, sin límites, sin entretelones, de manera directa, y así me hizo participé de su dolor de su humanidad y de la racionalidad instrumental de su padre, quien utilizó su razón alcoholizada para hacerle daño.
Cuando estaba frente a él, y ambos frente al mar, su mar de ilusiones, su sirena, como él expresa; vi al hombre, vi al humano, vi al ser sensible, vi a quien baja la mirada reprochándose, una y otra vez lo que no debió haber hecho, pero que lo obligaron hacer, a ejercer, a vivir en violencia.
Rafael reprocha su pasado, porque hoy, en el presente, le lastima porque no lo deja ser feliz. Porque aquello que arrastra en su mente, le ata al pasado, y no le permite en el presente usar esa fuerza violenta para hacerse entender y obedecer por el imperio de los golpes, y mal trato a otros. Hoy sabe que no puede ser violento, pese a que su mayor fortaleza se encuentra en la violencia que pueden generar sus manos, sus piernas, su boca, su mente.
Frente a su mar de ilusiones, me contó acerca de su familia, de sus padres, y de sus hermanos y hermanas; fue pausado, y recorrió cada uno de los capítulos de su niñez, viviéndola en su intimidad y compartiéndolo conmigo, con quien había encontrado ya una luz de esperanza para dejar toda la carga emocional con la que estaba viviendo; pese a ser un relato de mucha violencia y tristeza por tratarse de un menor, él no podía llorar, para hacer que su cuerpo sanara.
Su padre, una persona que vivía en el día a día en una ranchería de Salvador Escalante, de oficio albañil, con discapacidad física, por lo cual utilizaba “bordón”; un hombre que vivía frustrado, con muchos hijos, dedicado al trabajo y al consumo del alcohol, violento con su esposa, con sus hijos, con sus hijas, dominante y castrante. Violento porque él no sabía cómo mandar, aprendió a ser violento y lo replico en sus hijos, con las consecuencias y los trastornos que eso genera: represión y opresión.
La actitud violenta de su padre: en la casa, en la calle, con su esposa, con sus hijos, fue permanente, todos los días. Rafael no era el preferido, y no lo era porque se fue formando en él una rebeldía que se construía en el día a día y detonaba no en su casa, porque en su casa quien controlaba era su padre, detonaba en el espacio exterior, en el espacio público, ahí donde el poder y la autoridad se gana a golpe de violencia, de manipulación y de sometimiento de los cuerpos por la vía de la asimetría del poder y la rudeza; en un espacio público donde se paga la estabilidad con favores, cantando, haciendo mandados, o bien, golpeando y sometiendo, o siendo diversión para otros, jugando rompiéndose la madre en el futbol, pasión para los hombres, contacto visual para las mujeres.
Su padre recibía apoyo de sus hermanos que vivían en los Estados Unidos, como muchos que salen de sus comunidades porque en éstas no hay mucho que fuentes de empleo, Michoacán y Salvador Escalante no dan alternativas a la población y deben de huir, deben de migrar, ya por necesidad, ya por cultura. Su padre recibía apoyo de sus hermanos, y preferentemente le enviaban tenis converses que eran los que utilizaba por su discapacidad.
Esta era otra forma de sentirse que estaba desvalorizado, debía recibir apoyos de otros, situación que lo mantenía frustrado, pero como eso nadie lo entendía, el alcohol lo acompañaba, y centraba su fuerza para ejercer miedo y violencia, para que nadie lo cuestionara. Hizo de su familia un cautiverio, y los oprimió para que nos fueran autónomos ni libres, los quería oprimidos y violentados.
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