Todo parece indicar que el mundo vive un gran salto civilizatorio. Una nueva civilización pareciera estarse estableciendo en escala planetaria, en países, en regiones y en localidades. No se trata sólo de los cambios científicos y tecnológicos, de las telecomunicaciones y la informática. Se trata también de cambios fundamentales en las relaciones sociales y las mentalidades, que contienen principios y valores que permiten encontrar sentido a la existencia individual y colectiva.
Debe subrayarse, sin embargo, que la parte subjetiva de los cambios no ha sido significativamente destacada y comprendida, como resultado, en parte, del predominio del pragmatismo frente a las ideas y las generalizaciones, que permiten entender la mentalidad en sus causas profundas, el descubrimiento de las grandes tendencias, las posibilidades de la crítica y la construcción de modelos sociales alternativos.
La cultura de la globalización reduce la creatividad del pensamiento, sujetándolo a la aceptación y acondicionamiento de nuevos valores, principios y creencias, como proceso que incluye las desconfianzas crecientes en todo y en todos, los miedos y los enormes vacíos conceptuales. Hoy se considera generalmente que en la esencia de la desconfianza todos aceptan su propia realidad como la única verdad, en una abrumadora y conflictiva dispersión de todos contra todos, donde cada quien tiende a vivir la trágica impotencia que impone su aislamiento.
Por su parte, Michoacán ha estado presente en los grandes cambios, incluyendo los cambios en la mentalidad de los michoacanos en tanto que estructuras subjetivas que le permiten entender y valorar el mundo y su realidad, que tienen ahora características diferentes en comparación con las de hace un cuarto de siglo. El imaginario, los símbolos, las tradiciones, las circunstancias, los valores y principios, la palabra y la imagen misma, han cambiado y siguen cambiando, en consonancia con los cambios de la realidad, incluyendo las relaciones de poder, que en conjunto, determinan la forma como se capta esa realidad, el modo como se organiza en la conciencia y la consecuente conducta individual y colectiva.

(Foto: TAVO)
Las mentalidades colectivas tienen un origen y un fin sin que necesariamente su nacimiento y muerte signifiquen avances en la convivencia, en compartir oportunidades, respeto a las diferencias y objetividad. Al contrario, las regresiones también son cambios, igual que las repeticiones. Se sabe que “el evolucionar hacia un futuro no significa, por definición y en virtud de una especie de necesidad, elevarse, realzarse, fortalecerse”.
En el centro de la nueva mentalidad michoacana podría ubicarse a la creencia y el actuar creyendo que el conocimiento puede sustituirse. Creer no es igual a conocer, mucho menos conocer la verdad, puesto que la creencia tiene como sustento la coincidencia con otros de esa creencia, busca consenso en lugar de la objetividad de los hechos, que no dependen para existir de que se les perciba o se les ignore.
Se puede creer mucho y conocer poco, sobre la religión, la historia, los grandes personajes, sobre el hacer, crear y el tener, poseer, valer por las cosas y no por el ser y sus cualidades. Se ha dicho que en todo caso creer no es una idea sino una idea vivida, bien o mal, correcta o incorrectamente, verdadera o falsa, que permite simplemente vivir sin preguntarse por qué y para qué vivir.
En este contexto, es útil acercarse a algunas de las creencias de los michoacanos del presente en una aproximación a su realidad y tendencias, a sus potencialidades y al futuro que podría anticiparse, pero sobre todo, para mostrar la necesidad de cambiar esas creencias como requisito para el cambio de la misma realidad.
La afirmación de que el trabajo humaniza, crea riqueza y es el fundamento de todo conocimiento, escapa a las creencias de los michoacanos. En el trabajo predomina el sufrimiento sobre la satisfacción: el campesino trabaja con la angustia por las lluvias, plagas y precios finales de venta; el obrero esclavizado, por los salarios y los futuros inciertos para sus hijos; los trabajadores del gobierno, con el temor por la renovación de sus contratos o la ansiedad de cumplir los años para para su jubilación; los profesionistas, buscando “chamba en el gobierno” ante la falta de oportunidades privadas; los empresarios, preocupados por la competencia extranjera. Todo ello representa el marco de creencias michoacanas que actúan como cárceles de la conciencia y negación de las alternativas diferentes.
En política las creencias consideran que si bien los partidos, los políticos y los gobernantes no merecen la confianza por tratarse de mentirosos, corruptos, demagogos, manipuladores e incumplidos en sus deberes generales, siguen existiendo como un “mal necesario” al que hay que someterse con la esperanza de que en esos ámbitos de poder surjan algunos beneficios o puedan compartirse algunos privilegios después de cada elección. No se cree en opciones de la democracia electoral, aceptándose como definitiva, perfectible pero en esencia igual. Se cree en las campañas electorales y se otorga legitimidad a los triunfos a través de las creencias que forman los medios de comunicación.
En otro aspecto, en las creencias sobre los demás, es dramático lo que ocurre por la negación misma de los otros. La absolutización del individuo establecida y estimulada incesantemente por el sistema social convierte al individuo en el centro de la vida social y en el factor fundamental de cuanto se hace o deja de hacerse, es el yo que atropella al tú, al nosotros, a ellos. En el yo está la ética y el valor supremo de cuanto existe, sin importar que el individuo devore a los otros individuos.
Vistas así las creencias michoacanas, destaca la necesidad de que para reorientar el proceso que establece una nueva civilización, es inevitable el cambio de las creencias y, más que eso, su sustitución por el conocimiento de la realidad, tal y como es, con la certeza de encontrar en ella la posibilidad para disfrutar de la verdad, la riqueza y la justicia.
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