Se cumple un lustro de la muerte de José Emilio Pacheco, el 26 de enero, y si viviera –por el contrario– nos dispondríamos a celebrar 80 años de su nacimiento, el 30 de junio próximo. Sin embargo, estos últimos cinco años de su ausencia física, tienen una característica especial: varios títulos de y sobre su obra se han publicado y podemos ya leer con beneplácito una excelente antología de su columna Inventario; la aproximación definitiva de Cuatro cuartetos de T. S Eliot; la reedición de los ensayos sobre Ramón López Velarde, con epílogo de Marco Antonio Campos; asimismo, El reposo del fuego (y otros poemas) que en Morelia se publicó el mismo año de su muerte; y, Laura Emilia Pacheco dio a conocer: José Emilio Pacheco: a mares llueve sobre el mar, y en El Colegio de México, una edición colectiva con textos de varios autores, editada por Ivette Jiménez Báez: José Emilio Pacheco: reescritura en movimiento.
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(Foto: Especial)
La biografía de Pacheco, publicada por su hija, tiene parecido con aquel que registra uno de los hijos de Dante y que publicó inmediatamente a la muerte del poeta.
La similitud, afortunada, es que Laura Emilia es una traductora que resuena en nuestras lecturas y es una excelente ensayista. Para conocer la obra de su padre, traduce un texto de Michael J. Doudoroff: “José Emilio Pacheco: recuento de la poesía, 1963-86”, incluido en La hoguera y el viento, de Hugo J. Verani.
Esta lectura angular de Laura Emilia registra hasta tres horizontes como posibilidad de un diálogo extendido por lo que ella quiere trasmitir cálidamente del poeta, ensayista y traductor; un primer registro es casi imaginario: sucede por poemas que va citando e invita a la lectura y busca atentamente la esencia de la voz del poeta.
La otra es que tiene que ver con las huella de la vida un tanto pública y privada: nos dice como era, donde vivió; recuerda que ejercía con disciplina su condición de poeta y escritor. En una parte describe al autor desde la intimidad, en el hogar; presente el escritor dedicado de tiempo completo a las letras y es seguido por esa vida sencilla, rodeada de lecturas y relecturas.
Recuerda que nació en la Ciudad de México, en la colonia Roma y, después se cambió a la Condesa; a los tres años sabía leer y que una de las cosas que mejor recuerda Pacheco, con más cariño, son las historias que le contaba su abuela Emilia Abreu.
La línea narrativa elegida por Laura Emilia es sencilla, sin sobresalto, toma como diálogo un gato (Orso) y recuerda: “José Emilio vive inmerso en la escritura”, le encantaba oír música y leer poesía; a los cuatro años, era capaz de escribir con facilidad. Para esto, recupera la noticia central que decía que “su abuelita lo enseñó a narrar”. “Esto tuvo gran influencia en su vida y, gracias a ella, se volvió escritor”.
La síntesis de lo que escribe Laura Emilia tiene un punto de partida: “José Emilio Pacheco: a mar llueve sobre el mar”; “Instantáneas de la historia: vida de palabras”, y termina con la “Cronología” detallada y las “Fuentes” bibliográficas para así situar la presencia de los poemas que a lo largo de estas páginas se incluyen y seguir y saber algo más, aunque sea mínimo de las cosas que no le gustaban o resaltar que era lo que le fascinaba: los colibríes y el pan, por ejemplo, etc., y termina con ésta o aquella instantánea. Tengo la sensación que es una lectura en extremo tierna y detallada. La trayectoria literaria aquí representa los 75 años de la vida terrenal de José Emilio Pacheco.
Laura Emilia para aquellos días finales del poeta anota con detalle y precisión: “el 24 de enero escribe su columna Inventario. El 26 de enero, José Emilio y Orso se retiran a su árbol junto a un río que lleva al mar, donde residen actualmente”.
El último inventario es del 24 de enero de 2014…, la segunda entrega de La travesía de Juan Gelman, la dedicatoria es para Gabriel Zaid en sus ochenta, con cincuenta años de afecto…; el árbol al que se retira, el 26 de enero de 2014, Laura Emilia detalla: “apenas en 2013, José Emilio, Cristina y yo fuimos a Macedonia donde a él le entregaron un premio (ha ganado varios). Parte del homenaje consistió en sembrar un árbol que lleva su nombre, en medio de un bosque donde hay árboles plantados por otros poetas, como el español Rafael Alberti y el inglés W. H. Auden. El lugar nos gustó mucho. El árbol crece sin parar. Ahora estamos aquí, bajo su fronda, escribiendo poemas y mirando el paso de las nubes, junto al río que lleva al mar”.
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