
Durante siglos, los seres humanos sólo hemos abusado de la abundancia que ofrece nuestro planeta, llamado Tierra, como si ésta fuera infinita. Desde el momento mismo en que por primera vez caminamos sobre su superficie, provocamos un impacto sobre el mismo, tanto así que apenas en una decena de miles de años nos hemos vuelto la especie “dominante” y en unos cuantos años, una amenaza planetaria.
Sin que quepa ninguna duda: el tercer planeta del Sol, éste que habitamos, está experimentando cambios ambientales drásticos, acelerados por las actividades humanas. Según el Informe del Panel Científico Intergubernamental sobre Cambio Climático, patrocinado por Naciones Unidas en el año 2001, el recalentamiento global ha aumentado más intensa y rápidamente de lo que se temía, pudiendo alcanzar un promedio de entre 1.4 y 5.0 grados en este siglo.
Nos encontramos ante un momento crítico en la historia de la Tierra, una época en que la humanidad tiene ante sí la oportunidad de reflexionar en su futuro y tomar medidas al respecto, si realmente desea continuar compartiendo la excepcional aventura de navegar por el Universo, teniendo como vehículo al Planeta Azul.
Podemos y urge reflexionar, por ejemplo, en que la Tierra, como hogar que nos alberga, es una entidad increíblemente compleja, compuesta por numerosos sistemas de apoyos relacionados entre sí, que estudiados de manera científica, nos están obligando a entender que habitamos un organismo vivo que cuenta con recursos limitados. Y por supuesto, que se encuentra en permanente transformación.

(Foto: Gustavo Aguado)
Una nueva visión de nuestra relación con la Tierra, es la que se está expandiendo por todos los pueblos y naciones que han tomado en cuenta las voces de alarma en cuanto al deterioro ambiental y además defienden los recursos naturales como parte sustancial de nuestra existencia, evitando su mercantilización y afirmando que “Somos Tierra”.
Efectivamente, no venimos de fuera, sino de la tierra misma. Nuestro cuerpo está hecho de elementos, de átomos que no son eternos, que tienen fecha de fabricación, que fueron elaborados por las estrellas, en la explosión de las supernovas que permitieron la aparición –por primera vez- del calcio para nuestros huesos, del hierro para nuestra sangre, del fósforo para nuestro cerebro.
En el año 2017, época marcada por distintos eventos que resultaron catastróficos en varios países (huracanes como el Harvey en Estados Unidos, tifones en Viet-Nam, monzones extremos en India, Bangladesh y Nepal, además de más de 100 desastres asociados con el clima) pudimos conocer la Agenda Mundial Latinoamericana, editada por las Comunidades Eclesiales de Base, que se dedicó a la Ecología Integral, tomando como base la Encíclica Papal “Laudato Sí”.
En su Invitación a la Ecología Integral, toma como punto de partida las siguientes premisas que resultan reveladoras en cuanto a la postura adoptada por la Iglesia comprometida con los
Pobres:
“No fuimos creados un día, sino que somos el resultado de la evolución de especies anteriores. Somos una especie emergente”.
“No somos seres celestiales, sino terrenales, terrestres, telúricos: somos Tierra, la Tierra misma, que en nosotros culmina su aventura evolutiva y la hace más y más consciente. Somos Tierra, somos como su alma misma, ella es como nuestro cuerpo. En nosotros ella ha llegado a sentir, a reflexionar, a admirar, a sentir responsabilidad”.
“No somos el centro del Cosmos, ni de la Tierra, ni del Universo. El antropocentrismo (verlo todo desde la perspectiva y los intereses humanos) ha sido un espejismo interesado; ha sido un error que estamos pagando caro, la Tierra, la Comunidad de la Vida y nosotros mismos”.
“Pertenecemos al Cosmos, al Universo, a la Tierra, a la Comunidad de la Vida. Somos parte de ese misterio. Creernos separados, independientes, desligados, diferentes del Cosmos… ha sido un error nefasto, y muy resistente todavía hoy”.
Con voz profética, la Eatwot: Asociación Ecuménica de Teólogos/as del Tercer Mundo, en su Asamblea realizada en Yakarta, Indonesia, hace siete años, declaró: “Sólo dejaremos de destruir la naturaleza –y de autodestruirnos- cuando nos dotemos de una nueva visión que nos haga conscientes de la dimensión sagrada de la naturaleza y de nuestro carácter plena y orgullosamente natural”.
Y el desafío sigue estando ahí, más vivo y urgente que nunca. A pesar de que la conciencia ecológica crece en el mundo, podemos decir que todavía no hay voluntad política en las sociedades ni en sus gobiernos, ni movimiento suficiente en la opinión pública para el cambio que necesitamos.
Naomi Klein, reconocida ambientalista-humanista canadiense, ha declarado: “En un mundo donde el beneficio económico se pone siempre por encima de la gente y del planeta, la economía climática tiene absolutamente todo que ver con la ética y la moral. Si estamos de acuerdo en que poner en peligro la vida en la Tierra representa una crisis moral, entonces esto nos exige actuar… Y actuar no significa dejar el futuro al azar o a los ciclos de auge y caída del mercado. Actuar significa establecer políticas dirigidas a regular la cantidad de carbono que se puede extraer de la Tierra. Significa políticas que nos conduzcan a emplear un cien por ciento de energías renovables en las próximas dos o tres décadas, o a más tardar, a mediados de este siglo.
Significa compartir el uso de los bienes comunes, como lo es la atmósfera, sobre la base de la justicia y la equidad y no sobre la base de que quien gana se lo lleva todo”.
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