
¿Nuestro mejor regalo? Evitar que se conviertan en consumidores de todo tipo de chatarra.
Tere, maestra de primaria
Resulta lamentable que la educación que se brinda a nuestra niñez en México, como en tantos otros países “en vías de desarrollo”, no tome en cuenta, como prioridad, valores y principios fundamentales para la buena y sana convivencia, así como la orientación necesaria para hacerles copartícipes de la responsabilidad que tenemos todos/as de contribuir en la construcción de una cultura para la paz. Porque no podemos negar que la política educativa de los últimos decenios ha contribuido -aún sin tener plena consciencia de ello- a modificar entre los educandos sus escalas de valores: el ser y el tener se encuentran en constante conflicto, provocando que el individuo tenga como aseveración que sólo cuando se tiene se es, lo que genera enorme confusión, alimentada además por los medios de comunicación y sus propuestas materiales.
La agresividad y la violencia ya son parte de la vida de todo docente, quien no debe soslayar que en las aulas se encuentra la verdadera posibilidad del cambio, tomando como herramientas la comunicación y la prevención. La comunidad educativa toda, debe estar preparada para poder diferenciar cuándo un acto pasa de ser violento a ser delictivo, teniendo en estos casos, la obligación de denunciarlos ante autoridades competentes…máxime si llega a ser el caso de que el agresor fuese un maestro o maestra.
Yo recuerdo que hace unos tres lustros, junto a un equipo de mujeres que se unió a nuestra asociación (CEPREG “María Luisa Martínez”), detectamos un alto índice de violencia y acoso en escuelas primarias y secundarias del municipio de Pátzcuaro, y a pesar de que en nuestro equipo se encontraban representantes del sector educativo y de instancias municipales, directivos de esas escuelas se negaron rotundamente siquiera a sentarse en una mesa para discutir, analizar y proponer medidas al respecto. Así era en ese entonces el desinterés por el tema.

(Foto: TAVO)
Las experiencias que antaño nos llevaron a realizar actividades de coadyuvancia con instancias municipales y del sector educativo nos obligaron a confirmar una convicción asumida: no podemos ni debemos callar lo que cada vez resulta más evidente. En muchísimas escuelas de todos los niveles, existen casos graves de violencia y agresión contra niños, niñas y jóvenes. Por ello, nuestra exhortación a todos los docentes comprometidos/as con las más altas normas de la pedagogía y de la ética, para implementar (de manera personal y colectiva) una campaña permanente de información y educación que permita desalentar cualquier acto agresivo o delictivo dentro y fuera de los recintos escolares, tomando en cuenta de que somos los adultos los encargados de proteger a niños, niñas y adolescentes.
Y a la pregunta: ¿de qué protegerles? De todas aquellas situaciones en las que los infantes puedan correr riesgos físicos, emocional y particularmente riesgo de abuso sexual, cuya prevención y tratamiento requiere de consideraciones específicas. Seguramente muchos hoy día nos damos cuenta de que nuestro país se encuentra en primer lugar en abuso sexual infantil, como declaró la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) a inicios de año. Y lo más grave: la cifra de 4.5 millones de víctimas al año que ofrece el organismo, puede ser más alta, porque según lo registran organismos de la sociedad civil que trabajan en el tema, sólo se llega a denunciar uno de cada diez casos.
Las cifras hablan del gravísimo problema que estamos viviendo a escala nacional… nada de que alguno de nuestros Estados se salva de ello, porque alguna declaración al respecto solo significa la poca o nula importancia que se da a un problema de seguridad y salud pública. E igual que en los casos de violencia contra mujeres, el maltrato y abuso contra infantes muestra la inoperancia del sistema de justicia penal y civil que incluso llega a revictimizar a quienes se atreven a denunciar.
Las relaciones abusivas pueden darse en cualquier momento y lugar. El abusador puede ser, tanto un extraño, como un allegado al niño o niña y suele desarrollar estrategias para que su víctima mantenga “el secreto”, lo que lleva al menor a llenarse de sentimientos de miedo, vergüenza o culpa, entre otros, y suele resultarle muy difícil romper el silencio. El abuso sexual a un menor (niño, niña o adolescente) es quizás el tipo de maltrato físico que resulta más repulsivo para la mayoría de la población, pero al existir tantos tabúes en nuestra sociedad sobre las conductas y comportamientos sexuales, hacen que la mayoría de casos no sean denunciados.
Así, cualquier comportamiento de abuso sexual en el seno de la familia se oculta al exterior y cuando este comportamiento se da en alguna institución educativa y los afectados y sus tutores se atreven a denunciarlo, las acusaciones y la condena se vuelven contra las víctimas y sus familiares, a quienes se llega a amenazar, incluso de instancias sindicales (educativas o de salud).
Las consecuencias comunes de cualquier tipo de maltrato, siempre van a ser psicológicas o emocionales, independiente de los daños físicos o carencias de tipo sanitario que sufra el o la menor. Y desde el tipo de vista emocional, las agresiones y abuso que afectan la seguridad que sienten niños y niñas respecto a los adultos que les rodean, pueden marcarles de por vida. Si no obtienen ayuda emocional, crecerán teniendo a la desconfianza y la agresividad como aliadas.
Pero siempre podemos ayudar: primeramente, no dando la espalda a quienes se atreven a denunciar. Creando una red ciudadana de protección, de seguimiento y acompañamiento al caso, haciendo pública cualquier amenaza que sufran los/as denunciantes.
De manera preventiva, fomentando confianza en nosotros/as adultos/as, para que los menores hablen libremente de lo que desean contar, buscando asesoría con maestros y especialistas (educación especial) que cuentan con experiencia.
Brindándoles la seguridad de que creemos en ellos y les respetamos. Enseñándoles a cuidar y respetar su cuerpo, especialmente sus zonas íntimas, que solamente pueden ser tocadas por ellos/as. Prestándoles mucha atención, especialmente si los notamos comportándose de manera diferente a la que ya conocemos, porque significa que tal vez están tratando de comunicarnos algo importante.
Siempre niños, niñas y adolescentes necesitan de nuestra protección, ayuda, acompañamiento. Resulta como una deuda con nuestra niñez.
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