He seguido reflexionando intrigada acerca de la raíz del econono social que se sigue viviendo en México reflejado sobre todo en el campo de batalla de las redes sociales, y llegué a una conclusión: en realidad no se trata de chairos versus fifís, ni de AMLOvers versus sus detractores. La raíz es mucho más profunda, tanto como lo es el hilo del tiempo en el que se han construido las enormes zanjas que dividen a quienes han sido pisoteados por la injusticia y la inequidad, comparado con aquellos que han sabido sortear estas condiciones por ciertas ventajas ya sea a razones de tipo económico, cultural, educativo y hasta por el color de piel.

(Foto: Especial)
La cuestión es que no hemos aprendido a vernos bien a los ojos ni chairos ni fifís (si es que existe ese modelo de clasificación social) y a reconocernos como iguales: somos mexicanos en esencia, pero hemos vivido en contextos diferentes. Me atrevería a decir que por un lado están aquellos que han crecido en zonas de alta marginación y pobreza, carentes de oportunidades educativas y económicas, o sorteando la inseguridad, y peor aun siendo excluidos y en algún momento discriminados, observando a lo lejos como los ricos se hacen más ricos año con año, sexenio tras sexenio, y cómo les roban sus oportunidades de bienestar a lo vil y descarado. Ahora, gracias a la globalización que tanto denostan los hasta ahora excluidos, ya tienen acceso al internet y a las redes sociales y se han hecho muy visibles.
Por el otro lado están aquellos que no necesariamente son ricos, es más, hasta viven al día, pero en algunos casos han tenido la buena fortuna de tener quizás acceso a una llave de agua, alimentos, escuela, en algunas franjas sociales hasta estudios superiores, internet, familia (aunque sea disfuncionales), pero que a partir de esa base han podido sobrevivir y esforzarse. A los que sí habría que extrapolar son a los que pertenecen a ese 1 por ciento de la población en México que ostentan el 43 por ciento de la riqueza, ya que se cocinan aparte y son objeto de otro tipo de análisis.
Sin embargo, hay de fifís a fifís: aquellos que sin ser ricos, tienen educación, nociones y argumentos como para hacer crítica, y participan pero que eso no los hace parte de “la mafia del poder”. Pienso por ejemplo en tantos intelectuales y profesionales que han dado al mundo desde libros, premios, conocimiento, patentes, aportes, movimientos ciudadanos, iniciativas, y que han hecho contrapesos en los sexenios donde el neoliberalismo y la corrupción se cobraron a lo grande de las arcas públicas. Gracias a estos seres pensantes y proactivos emanaron instituciones y marcos legales como los de la transparencia y la rendición de cuentas; han luchado por el medio ambiente echado abajo proyectos que atentan contra nuestra soberanía en materia de aguas, bosques y suelos. Hoy son atacados en redes de la manera más cruenta y desconocidos por la horda de bots o por los fans de AMLO que atacan a cualquiera que tan solo levanta el dedo para señalar algo que está mal. Eso no se vale.
Y a este punto ya me perdí: si por ejemplo estudiáramos los perfiles de algunos miembros del gabinete federal actual, encontraríamos a Olga Sánchez Cordero que durante años disfrutó de un sueldo de cientos de miles de pesos; ¿eso la hace fifí? o por estar ahora en el gabinete ¿es chaira? Alfonso Romo, empresario agroindustrial regiomontano, jefe de gabinete de AMLO ¿es fifí o chairo? La Secretaria del Trabajo Luisa María Alcalde Luján, quien tuvo la oportunidad de hacer su Maestría en la Universidad de Berkeley, ¿eso la hace fifí?
Así que como dice el dicho: cuando apuntas con el dedo, hay dos con los que te apuntas a ti mismo.
En realidad no existen los fifís ni los chairos. Existen brechas que no han podido cerrarse entre quienes han tenido oportunidades y entre quienes no las han tenido, por lo que el mapa conceptual o referencial es oponentemente distinto. El hecho es que los dos mundos se comunican a partir del odio, el resentimiento, el miedo, y eso no abona a unificar al país para construir y marchar todos juntos en torno a un mismo proyecto.
Es muy lamentable el odio y el revanchismo con el que se ataca a cualquiera que emita una crítica al sistema actual (ya sea en plan constructivo o no) o que se atreva a entresacar la cabeza para señalar algo que está mal hecho, es atacado y vilipendiado por una horda de críticos recalcitrantes hasta hacerlo pedazos. Todo en aras de la Cuarta Transformación, todo en aras de defender sólo su “verdad”. Eso no es vivir en democracia.
Me parece que todos compartimos y aplaudimos la misma idea de que se acabe con la pobreza y la corrupción; de que el dinero público se destine realmente para que genere bienestar para todos, no sólo para unos cuantos (ello incluye a la clase media que está totalmente olvidada de las políticas públicas y que está en peligro de extinción casi rayando en los márgenes de la pobreza). Queremos que México avance, crezca, se consolide, que brille en la escena internacional; que sea referente para otros países de lo que está bien hecho, como aquella campaña que alguna vez se acuñó: “Lo hecho en México está bien hecho”.
Ampliar nuestras diferencias no abona, ni construye. Reconocernos como iguales y respetar nuestro derecho al diálogo, a la libre expresión y a disentir es parte de las sociedades democráticas, y es algo por lo que juntos tanto los de derecha como los de izquierda en algún momento han peleado en México durante años, e incluso ofrendaron sus vidas. Dividir es perder; actuar en conjunto como un mismo equipo, respetando nuestras diferencias, nos hace ganar a todos. Por ello, ante todo hay que abonar entre todos a launa verdadera cultura del respeto, y dejar atrás la clasificación de chairos o fifís.Todos somos mexicanos.
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