Escuchamos hablar de una crisis de salud, de una crisis económica, incluso hasta política en términos de la controversia de atribuciones y facultades constitucionales, entre autoridades municipales, estatales y federales. Sin embargo, poco se habla de la crisis habitacional que inició el 16 de marzo, fecha en que las autoridades federales recomendaron el aislamiento social voluntario y proponen la suspensión de actividades escolares a partir del lunes 23 de marzo. Me atrevo a señalarlo como crisis, pues todos los ciudadanos, nos enfrentamos a una realidad hasta ahora inexplorada: habitar en casa de forma continua.

Hasta un día antes del “Quédate en casa”, en la mayoría de los casos, todos y cada uno de los miembros de la familia, la habitábamos de forma temporal e intermitente, las diversas actividades relacionada con la escuela, el trabajo o el abasto, nos mantuvieron fuera de la vivienda por buena parte del día. En casos extremos, sólo se llegaba prácticamente a dormir. Incluso a algunos desarrollos alejados de la ciudad o de los sitios de trabajo y educación, de se les denomina “colonias dormitorio”. Estábamos acostumbrado a la ocupación temporal de la vivienda y ahora experimentamos lo que representa habitarlas de forma permanente.

Para orientar la reflexión, conviene recordar al arquitecto de origen noruego, llamado Thorvald Christian Norberg Schulz, quien en 1971 desarrolla, con base en lo planteado por Heiddeger, la propuesta de ubicar a la arquitectura como la concreción del espacio existencia del ser humano. Considera que la relación de éste con lo edificado, se presenta al menos en dos sentidos: cuando nuestro comportamiento se ve condicionado por las estructuras formales, es decir, por los espacios que habitamos y, cuando nuestros esquemas mentales son el origen que da forma a las estructuras arquitectónicas.

En otras palabras, lo que ahora experimentamos la mayoría de nosotros, es un proceso de en el que los espacios disponibles en la vivienda, condicionan nuestras actividades y en el menor de los casos, cuando la casa se diseño bajo nuestras estructuras de pensamientos, actividades y capacidades. Hoy, después de algunas semanas, los que hemos podido acatar el aislamiento social voluntario, nos hemos dado cuenta, que en su mayoría nos ubicamos en el primer escenario señalado, donde hemos tenido que acondicionar nuestro comportamiento y actividades a las condiciones que nos marcan los espacios que habitamos.

Más allá de considerarla una situación temporal o coyuntural por motivo de la pandemia del Convid-19, el “Quédate en casa” vino a acentuar las desigualdades en materia de servicios básicos y equipamientos, además de evidenciar que las viviendas, en su gran mayoría, han sido diseñadas para un estilo de vida inexistente y para un prototipo de familia “ideal” que dista mucho de nuestra realidad.

De inicio, hay que señalar que la familia tradicional o tipo, conformada por papá, mamá y dos hijos, representó en el último Conteo de Población y Vivienda, apenas el 25.8%, el resto corresponde a 10 diferentes tipos de familia que se identificaron y que se agrupan bajo las categorías de tradicionales, en transición y emergentes.

En buena medida las dimensiones de las viviendas son consecuencia de la reducción en el “lote mínimo” pues la especulación del suelo urbano y el pretender obtener una máxima ganancia por parte de promotores, nos ha llevado a considerar que lo que se denomina lote mínimo para una vivienda puede ser de 60 metros cuadrados. Pero que, en realidad, es una superficie insuficiente para habitar, cuando la densidad domiciliaria en Michoacán es de poco más de 4 habitantes por vivienda.

Las ciudades de mayor densidad, han sido las más afectadas por la pandemia, así que resulta oportuno valorar la modificación de la normatividad, para aumentar la superficie de lo que se considere como lote mínimo indispensable para un predio unifamiliar, pues se debe garantizar que cada vivienda disponga de un área de jardín, para el beneficio y disfrute de sus habitantes. Hoy en día, hay propuestas urbanas que fomentan el desarrollo de pequeños huertos en casa, para consumo cotidiano y como una estrategia de mitigación al cambio climático, pero las dimensiones actuales de los predios, ni siquiera permiten pensar en este tipo de estrategias y más aún, polarizan el interior de la vivienda y el exterior de los urbano, sin ningún espacio de transición.

Pretender que una familia habite una vivienda de 62 o 66 metros cuadrados, implica, que cada habitante disponga en promedio de 15 mts2, esto equivale a menos del espacio que se destina en la vía pública para estacionar un automóvil. Las viviendas, en harás de garantizar su rentabilidad económica, se han ido reduciendo con el paso de los años; donde se contaban con sala y comedor, ahora se debe decidir entre tener sala o comedor, pues no caben los muebles de ambos espacios. La altura de la vivienda es menor, lo que propicia que se eleve la temperatura del interior de la casa durante el verano, con la incomodidad que esto ocasiona en sus habitantes. Todo en conjunto disminuye la posibilidad de disfrutar de una necesidad básica: la privacidad, pues ésta se reduce únicamente al espacio del baño.

Hoy queda más que evidente que, las zonas urbanas más densamente pobladas, donde las viviendas son más pequeñas, es donde más se demandan espacios públicos para el disfrute de áreas verdes y el desarrollo de actividades deportivas o culturales. Y contrario a sus necesidades, la realidad es que disponen de menos superficie, si se considera un indicador de metros cuadrados por cada habitante. Por esta razón, resulta impostergable, modificar lo relacionado con la donación, para pasar del criterio de un porcentaje de la superficie total del desarrollo, a un indicador de metros cuadrados de área verde por cada vivienda que se edifique. Solo de forma, se garantiza un equilibrio entre lo edificado y la disponibilidad de áreas verdes o de equipamiento.

La Organización Mundial de la Salud, registra para México, al menos 6 epidemias significativas en el último siglo, en 1902 la peste negra, de la variedad “Bubónica” se manifiesta en el puerto de Mazatlán; 1918 Influenza española dejó 500,000 muertos; 1940 Paludismo que dejó 24,000 muertes por año hasta finales del siglo pasado, 1948 Poliomielitis, se registraron 1,100 casos, 2009 Influenza A/H1N1, 2020 Covid-19. Así que lo peor que podemos hacer, es esperar que se termine el aislamiento social y reiniciar nuestra vida cotidiana como si nada hubiera pasado. Debemos pensar en cambios, sobre todo en nuestras ciudades, en nuestra modelo de desarrollo, pues lo vivido, si bien puede considerarse como un asunto pasajero, todo indica que serán episodios más frecuentes y de mayor magnitud, pues nuestra apertura comercial, nos hará vivir, como propias, las diversas realidades que se presentan en el mundo.