¿Continuidad para la post pandemia?

Ante el sufrimiento humano por eventos catastróficos de alcance mundial, que generalmente marcan en el tiempo un antes y un después, existe una inclinación natural a pensar y creer en el rompimiento con los valores civilizatorios previos. En nuestra historia algunos de esos eventos han en verdad provocado cambios civilizatorios significativos. Se han trastocado prácticas económicas, se han modificado las relaciones de poder, las creencias religiosas han tenido giros para dar salida a los sentimientos de orfandad, soledad e impotencia humana; incluso el arte y el ocio han buscado nuevas manera de representación.

Cuando se cree que la humanidad bordea las fronteras límite de su existencia es recurrente el deseo de que las personas experimentarán una revolución de su conciencia, que el mundo después de la catástrofe será otro, de preferencia mucho mejor. Los sentimientos de arrepentimiento que brotan aquí y allá, que van de lo personal a lo social, conducen naturalmente a la condena de los estilos de vida y valores que han sido puestos en jaque por la catástrofe.

De la capacidad y alcance destructivo del evento ha dependido el impulso para la transformación. Si la economía ha quedado en ruinas emergerán nuevas prácticas -no siempre mejores, eso sí- para generar, acumular y distribuir riqueza. Si el Estado ha sido rebasado las sociedades buscarán nuevas opciones en el ejercicio del poder y trastocarán las relaciones entre las instituciones del Estado y los intereses de las personas. La reflexión sobre el sentido de la vida logra imponerse a la rutina cómoda que ofrecían los tiempos previos a la tragedia. La magnitud mundial del evento, por otra parte, obliga a la crítica reflexiva sobre la corrección de los caminos de la humanidad, pone en duda los valores de la civilización contemporánea.

Frente a la catástrofe que está en curso aún no se distinguen los rasgos de  esos cambios. Incluso puede decirse, frente a la evidencia que existe, que las sociedades y sus gobiernos parecen caminar tratando de recuperar la continuidad de los valores previos a la pandemia, como si fueran autómatas. Ello es lógico y puede explicarse por el natural aturdimiento que ocasiona la tragedia. Recordemos que ningún gobierno tenía previsto en sus planes enfrentar semejante contingencia y por lo tanto no disponía de un acervo de ideales que configuraran un proyecto alternativo de sociedad, tampoco tenían uno de alcance global.

La única carta hasta ahora disponible por los gobiernos es la de la continuidad. Es lo único que les otorga certeza. Porque no hay cosa más segura que caminar como se estaba caminando durante el último siglo. La incertidumbre, lo saben, puede conducir a un desastre mayor. Y sin embargo, abrir y hacer lo mismo que antes es tratar de caminar por un camino que ya no existe, aquello es un sendero que destruyó por completo la pandemia. De la misma manera que miles de ciudadanos se resisten a creer en la existencia del Covid-19, como medio para conjurar su propio miedo, los gobiernos por su parte tratan de convencerse de que nada ha pasado y que la vida puede reabrirse como antes, también como medio para conjurar su pánico ante la incertidumbre de sus políticas rebasadas por la pandemia.

Las sociedades y gobiernos que más rápidamente comprendan la nueva realidad, es decir, que más pronto salgan de la confusión y el aturdimiento, que más pronto propicien la reflexión de sus valores civilizatorios, el sentido de la vida, el para qué de sus sociedades y el por qué y para qué de la vida planetaria, tendrán mayores oportunidades para sortear las rupturas sociales que siempre se derivan de las tragedias.

Esta tarea de la humanidad, de sus sociedades, sólo puede ser satisfactoria y por ello exitosa a partir de la libertad y de la democracia. Los nuevos consensos para que den soporte a la sociedades de la post pandemia, para que sean fuertes, durables y eficientes frente a otros retos semejantes, deben encontrar la vía libre sin obstáculos impuestos por quienes detentan el poder detrás del Estado, es más el Estado debe ser su promotor y facilitador.

Un nuevo entramado de críticas y valores debe estarse gestando de manera silenciosa bajo la sombra ominosa de la pandemia; críticas y valores que terminarán por imponerse a los valores civilizatorios que demostraron su fracaso ante la más moderna de las amenazas originada por estos mismos valores.

El riesgo de que los populismos y la frivolidad política, con su bagaje de explicaciones demagógicas, que promueven el odio y la distorsión con mediáticas post verdades, traten de ocupar este espacio debe reconocerse, denunciarse y derrotarse. Sólo pospondrían la reconstrucción que sobre mejores valores requiere la crisis que estamos atravesando. Romper la continuidad y propiciar la reflexión crítica para edificar nuevos ordenes sociales y globales desde la libertad y la democracia es lo que viene. No podemos seguir funcionando con prácticas y creencias que están siendo superadas por la pandemia.

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