Conductas Violentas

       Seguramente para muchas personas que permanecemos atentas al acontecer social -aún desde el confinamiento-, no ha pasado desapercibido el incremento de agresiones de género y de actos violentos en la familia en los últimos meses, a nivel nacional y mundial.  En el país, la violencia que se experimenta, incluido el tráfico y la explotación sexual, hasta hace tres meses se contabilizaba por los feminicidios cometidos al día, llegando a un  promedio de siete u ocho. 

Obviamente y con motivo de la expansión del brote epidémico denominado Covid-19, entendemos que los índices de la violencia han ido en aumento, aunque de momento la atención para esta otra pandemia se haya invisibilizado.

       La violencia, como casi todo en la vida, se aprende.  Desde nuestro nacimiento, los seres humanos vamos formando nuestra personalidad y elaborando estrategias para enfrentar la realidad, por medio de una constante interacción con el medio ambiente.

       Entonces, resulta evidente el hecho que de la calidad a ese entorno social pase a depender, en buena parte, el equilibrio de nuestra vida futura y de ciertas estrategias esenciales para la supervivencia, como por ejemplo la sociabilidad y la adaptabilidad a las condiciones ambientales o estresantes que caracterizan cualquier relación humana.

       Todos y todos aprendemos desde pequeños a relacionarnos viendo cómo se relacionan los adultos.  Aprendemos a resolver conflictos observando cómo los mayores los resuelve.  También aprendemos a querer, a tolerar y a comprender, si nos sentimos queridos, comprendidos y tolerados… o bien, aprendemos todo lo contrario si es el ejemplo que tenemos de nuestros mayores o de quienes nos rodean.

      Si nuestras necesidades biológicas y emocionales se satisfacen razonablemente, comenzamos a desarrollar el sentido de seguridad en nosotros mismos y en los demás. Si, por el contrario, nuestras exigencias vitales son ignoradas, tenderemos a adoptar un carácter desconfiado y temeroso. 

Estudios recientes realizados en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, España y Holanda indican que la violencia es un comportamiento aprendido: más del 80 por ciento de los hombres que maltratan fueron testigos o víctimas de malos tratos en su niñez.

       Amigas maestras y educadoras coinciden en afirmar que no basta con desear o creer que se ama a un hijo o hija; lo fundamental es expresarlo de manera que los pequeños tengan efectivamente la sensación de ser queridos, de ser comprendidos, de hacerles sentir que son importantes en nuestra vida.  Es necesario dedicarles tiempo y preocuparse por conocerles, descubrirles, atenderles y respetarles. Y resulta esencial, para prevenir comportamientos agresivos durante la juventud y madurez, tratar a niños y niñas con paciencia y serenidad, evitando imponer actitudes de manera excesivamente autoritaria, sino con cariño y respeto, “pensando cómo nos gustaría ser tratados estando en su situación”.

       Un alto porcentaje de estadísticas a nivel mundial, nos dicen que los menores y las mujeres son las principales víctimas de malos tratos, ello debido a principios culturales, costumbres sociales y normas religiosas que han defendido e inculcado tradicionalmente la subyugación casi absoluta de la mujer al hombre y de los pequeños a sus progenitores.  Sin ir tan lejos, en nuestra cultura y desde hace muchos siglos, a los padres se les ha conferido una autoridad incuestionable sobre su descendencia, y al hombre misma autoridad y poder sobre su mujer.

       Además de ejercer un dominio ilimitado, el hombre se ha sentido hasta hace poco, con derecho a ser obedecido, a la lealtad y al respeto incondicional de sus hijos, hijas y de su esposa. Pero afortunadamente, hoy nos encontramos en la posibilidad de construir mejores relaciones de pareja y en familia, gracias, entre otros factores, a que la mujer se ha incorporado al trabajo fuera del hogar y ha ido ganando, con distintas formas de lucha, una autonomía y una independencia que le están permitiendo decidir sobre su vida y no tolerar una situación de dominio por parte de su pareja.

      Hay que reconocer que existen una serie de circunstancias que inciden en la conducta violenta. Factores genéticos, sociales, culturales y psicológicos, entremezclados, configuran poco a poco los comportamientos violentos.  Sólo identificándolos se puede centrar el interés en las medidas preventivas y constructivas necesarias para modificar dichas conductas violentas y cambiarlas por otras serenas y pacíficas.

       Científicamente se ha determinado que los factores biológicos como la herencia, las hormonas o la disfunción neurofisiológica no actúan de forma específica como causantes de la violencia.  Más que como un mecanismo específico, los factores biológicos inclinan la balanza hacia el deterioro de la capacidad del individuo para conseguir sus objetivos mediante medios no violentos, o hacia el aumento de su impulsividad, irritabilidad, irracionalidad o desorganización de la conducta, pero no son las causas de la violencia.

       Son tantos los factores que intervienen e interactúan en el proceso de la formación de la personalidad, que no resulta sencillo individualizar en cada caso lo que puede ser o no un ambiente afectivo correcto.

       Según diversos estudios, los comportamientos violentos están relacionados con conocidos eventos sociales y económicos que tienden a aumentar el nivel de estrés y de tensión en el hogar: la pobreza, el desempleo, la inseguridad laboral… y hoy agregamos el temor al contagio de un virus hasta desconocido, que además nos demanda permanecer confinados en hogares que no siempre resultan armónicos.

       Datos de ONU Mujeres, indican que la violencia de género sigue siendo una “pandemia global”, que ocurre en espacios públicos y privados.  En el mundo, una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual, principalmente por parte de su pareja, ya sea en el hogar, en la calle o en conflictos armados. Y en uno de cada dos asesinatos de mujeres, el responsable fue un compañero sentimental o un familiar.  Los tiempos que corren, resultan idóneos para contribuir a erradicar las conductas que violentan… desde lo personal.