Dándole la cara a la muerte…

Muchos piensan que no existe, muchos piensan que nada les pasará, sin embargo, el Covid es real y mortífero.

El contagio en nuestro país está más fuerte, justo ahora que la gente está cansada, que se le acabaron los ahorros y se ve obligada a salir para darle la cara a la muerte para seguir viviendo.

Así de grave están las cosas. No nos lo dicen para no asustarnos. Absurda actitud, ya que con el hecho de negar la realidad esta no deja de existir.

Recuerdo cuando varios personajes del gobierno, entre ellos el gobernador de Puebla, con la sonrisa en la boca decían que el Covid era una enfermedad de ricos, que los pobres no tenían de que preocuparse.

La realidad demuestra lo contrario. Hoy vemos que el Covid-19 tiene rostro de desigualdad y  de injusticia.   La corrupción y el no querer ver lo que realmente pasa tienen mucho que ver con lo que actualmente padecemos. Y es que para anular la corrupción no basta el decreto y/o el discurso, tienen primero que cambiarse los patrones mentales y de conducta. Son patrones socio- culturales no fáciles de erradicar, sobre todo por la pobreza y desigualdad que imperan.

Pareciera que el Covid vino, entre otras cosas, a quitar máscaras y develar mentiras y corruptelas no solo de otras administraciones, sino incluso de esta, sobre todo a nivel salud. La pandemia afecta, contradiciendo declaraciones de hace meses, principalmente a los pobres.

 Siete de cada 10 mexicanos que han muerto por la pandemia (71 %) tenían una escolaridad de primaria o inferior, estamos hablando de que la mayoría no terminó la primaria, algunos habían asistido a preescolar y muchos más no tenían estudios.

El 46 % eran jubilados, desempleados o tenían un trabajo informal y más de la mitad de las defunciones ocurrieron en unidades médicas para población abierta, es decir, que las personas no tenían acceso a la seguridad social.

En el estudio “Mortalidad por Covid-19 en México. Notas preliminares para un perfil sociodemográfico” del doctor en Ciencias Sociales, Héctor Hernández Bringas, del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM, confirma que la nueva cepa del Coronavirus pega más a la población vulnerable, de escasos recursos y con menos oportunidades de salir adelante.

Los mayores porcentajes de muertes que han ocurrido son de   choferes, enfermeros, ayudantes, peones, vendedores ambulantes, artesanos, trabajadores en fábricas, reparación y mantenimiento.

Yo añadiría migrantes indígenas a la Ciudad de México, como ha sucedido en el campamento Otomí de la colonia Roma. Así como Tarahumaras en la Sierra de Chihuahua y Mayas de Yucatán.

Los anteriores resultados son derivados de la investigación que toma como base las estadísticas de la Secretaría de Salud y los certificados de defunción expedidos hasta el pasado 27 de mayo, donde también se desprende que el 70 % de los muertos por Covid-19 son hombres. Han fallecido 2.1 hombres por cada mujer.

Por razones personales, he pasado la mayor parte de la pandemia en la Ciudad de México, estuve tres meses prácticamente sin salir a nada; lo vívido ha sido toda una experiencia.

Los primeros días al despertar pensaba estaba en una pesadilla, sin embargo, el cantar de cientos de aves, el cielo limpio, la calle vacía y el silencio, me daban esperanzas de algo mejor.

Observe que la pandemia se vivía (se vive) de distintas maneras según la clase social y la escolaridad. No es lo mismo la pandemia en Polanco que incluso en Las Lomas, o en Coyoacán que en Iztapalapa o en Tláhuac que en la Del Valle.

Esto mismo sucede en diversas ciudades del país. En Morelia no es lo mismo la pandemia en tres Marías o Altozano que en colonias de bajos recursos.

La cotidianidad y los hábitos de consumo fueron trastocados totalmente.  Las ventas por internet y servicio a domicilio eran y son aún un recurrente salvavidas de la clase alta y media.

El comercio ambulante ha dejado muchos productos que antes se vendían por la venta de cubrebocas y caretas.

El gel antibacterial, el spray, las toallitas Clorox, son mercancías sobre valoradas e imposibles de encontrar. Los tapetes sanitizantes, los cubrebocas fashion, eran y son artículos de primera necesidad para algunos, mientras millones de gente pobre andan sin cubrebocas y salen a las calles sin protección alguna a trabajar en lo que se pueda. Cargadores, afanadores, mecánicos, prostitutas, vendedores de helados, muchos músicos autodidactas, etc.

Se pueden ver, sobre todo a indígenas, en los camellones pidiendo dinero, y/o intercambiando artesanías por algo para comer. Duele profundamente ver la injusticia a flor de piel; los niños sin protección alguna, al igual que sus padres encarando a la muerte para sobrevivir. Los niños sonríen sin saber que la calaca quizás se los lleve en cualquier instante.

Jardineros, plomeros, albañiles, repartidores de todo tipo, salieron a las calles antes que nadie. El empleo informal, ese que no tiene prestaciones, ni son sujetos de crédito, ni tiene seguridad social fueron y son los más afectados.

En las colonias sobre todo de clase media (lo que queda de ella en apariencia), los perros sacaban y sacan a sus dueños a pasear.

Los paseadores de perros, que antes solo se veían en Las Lomas y Polanco, ahora están en muchas colonias.

Todo ha cambiado, y al mismo tiempo todo sigue igual. La impunidad y la injusticia no han sido eliminadas ni por tan poderoso virus.

La muerte se ha instalado, pareciera se siente en su casa. Desde hace años se instaló a la largo y ancho de nuestra patria. La guerra entre cárteles por los territorios, los feminicidios, los miles de desaparecidos, los miles de muertos por combatir el crimen han hecho que la gente ya no ponga atención en cuantos muertos de Covid hay, sino lo que les importa es salir, sin preocuparles encontrarse a la muerte a la vuelta de la esquina.  Faltan cuatro meses para el primero de noviembre, día en que el mexicano hace de la muerte vida y fiesta.

Mientras tanto cada uno de nosotros, día a día, cada quien, a su manera, le damos cara a la muerte.