Lo esencial que no es prioritario

Que “lo esencial es invisible a los ojos”, es una observación infaltable para la humanidad en los tiempos que transcurren. Con ella acertó a plenitud  Antoine de Saint-Exupéry en el Principito. Y es que lo superfluo nos lo han hecho pasar como lo imprescindible.

Y tiene plena razón, tenemos una visión que domina el imperativo de nuestras vidas ordinarias consistente en creer que lo inmediato, el consumo de cosas para afirmar estatus, la información novedosa pero intrascendente y frívola para otorgar sentido a vidas vacías, es lo que debe hacerse para que la vida tenga sentido, aunque ello sea un brutal sin sentido.

Y dejamos de lado, y más que de lado, ignoramos lo esencial. Eso esencial de lo que nos hemos desentendido son los factores que hacen posible la existencia de la especie humana. Hemos sido inducidos a creer en la eternidad del planeta y en la infinitud de la naturaleza como proveedor permanente de los bienes que los humanos necesitamos para existir: agua, oxigeno, alimentos y clima adecuado. Cuando se ha hablado de cambio climático y se muestran las evidencias de la elevación de la temperatura planetaria, del camino irreversible de la extinción de especies y la elevación paulatina del nivel de los mares, se prefiere voltear la cara al escándalo mediático y enajenante del momento, antes que encarar una realidad que ya nos está aplastando.

Creemos que la responsabilidad es de otros, de los gobiernos, de los poderes económicos -en gran parte hay razón-,  pero no logramos entender que la voz oportuna de la sociedad civil, de obligada independencia, es el gatillo que debe disparar las acciones de las entidades gubernamentales mundiales y locales que han venido posponiendo, eludiendo y menospreciando esta realidad.

La destrucción ecosistémica que se ha agravado en las últimas décadas siempre parte de transgresiones locales, permitidas por las dinámicas económicas específicas, por los entramados jurídicos que las permiten, por poderes gubernamentales que complacientemente cierran los ojos ante hechos y consecuencias y por sociedades complacientes, distraídas y creyentes fervorosas de que se está caminando hacia el desarrollo, el progreso y la plenitud.

La estadística suele ser empleada como sedante para propiciar la impotencia social. Todos pueden saber, por ejemplo, que Michoacán ha perdido más de la mitad de sus bosques en los últimos 30 años, algo así como 1.3 millones de hectáreas. Es una cantidad abrumadora y trágica para el medio ambiente y el cambio climático, que motiva una pregunta ¿Quién ha podido cometer semejante acción? pero ¿Acaso no tenemos desarrollo, empleos, ingresos? ¿Acaso no somos el primer estado productor y exportador de aguacate? ¿Acaso no van bien los cultivos de frutillas? ¡Es un absurdo frenar el progreso! ¡Es una insensatez revertir la deforestación y el cambio de uso de suelo! Es decir, lo esencial es invisible a los ojos de la sociedad moderna.

La cifra no fuera dantesca si no hubiera habido personas, que por voluntad propia y justificaciones cínicas a modo, fueron desmontando los bosques, si no hubiera habido instituciones gubernamentales y funcionarios que cerraron los ojos o fueron cómplices en las ganancias, a pesar de que la ley prohibía ese proceder.

Lo esencial es invisible a los ojos y es que los ojos han sido acostumbrados, educados, para no mirar lo esencial y observar como importante el espectáculo de un horizonte diseñado con quimeras, por quienes han sido beneficiarios del poder obtenido con la riqueza económica, al convertir en mercancía la naturaleza.

Es elogioso dar testimonio del empeño de un sector de la sociedad para plantar arbolitos. Es un paso significativo de la conciencia social en pro de la naturaleza. Es tratar de hacer visible a los ojos lo esencial: la vida. Sin embargo, es un paso que viene acompañado de desasosiego e impotencia. Son más las hectáreas de bosques que se pierden que las que se puedan reforestar con la voluntad ciudadana cada año.

Para que lo esencial no siga invisible a los ojos y la estadística no se convierta en anestésico se precisa una estrategia que ataque el problema en todos sus orígenes. Debe replantearse la concepción de desarrollo. Muchas categorías, como suele decirse, deben deconstruirse ateniéndonos a la comprensión de la crisis ambiental en la que se encuentra México y el estado. El sentido del progreso debe correr la misma suerte. Las estrategias de “desarrollo económico” deben ajustarse al imperativo del cuidado ambiental y de la sobrevivencia de la especie humana.

Y definitivamente los tres ámbitos de gobierno, federación, estado y municipios, deben establecer un programa de freno total a la deforestación, que aspire a “0” tala ilegal y “0” cambio de uso de suelo, para comenzar a levantar Bandera Blanca ante la pérdida de los bosques y de vida natural.

Si no visibilizamos los bosques y la naturaleza, como esenciales a nuestras vidas, la catástrofe no podrá ser contenida, y de ella no nos pondrá a salvo la cómoda frivolidad de los valores consumistas que nos han inculcado como símbolos de la civilización moderna.