Inmediatez y crisis ambiental

Cuando en el mes de enero de este año se hacían las proyecciones devastadoras  por el Covid-19 se adelantaba también que la sociedad planetaria entraría, por esta razón, a un proceso de toma de conciencia y que de esta tragedia se derivaría una suma civilizatoria.

Ha sido tradición en el pensamiento moderno creer que de las tragedias humanas y naturales las sociedades siempre optan por caminar en línea ascendente para ser mejores. Esa percepción, sin embargo, ha dejado de lado un hecho significativo: que la historia está plagada mayormente de acontecimientos críticos cuya solución camina siempre en sentido contrario a las soluciones positivas esperadas. Hemos sido víctimas de esa candidez que se solaza con un optimismo que sólo existe en el  mundo de los deseos.

La crisis sanitaria mundial por el Covid-19 no ha propiciado, como se preveía, una evolución en la conciencia social. La respuesta que muchas sociedades y sus gobiernos han dado, no sólo adolecen de inmediatez, sino que van más allá, han reaccionado desde la ineptitud, la credulidad y hasta el negacionismo. Las sociedades se parecen mucho a sus gobiernos, después de todo, esos son los líderes que han elegido y como tal comparten las mismas limitantes que hacen imposible la construcción de una conciencia superior, como se anticipaba en enero pasado.

Esta misma visión prevalece frente a la crisis ambiental que avanza destruyendo los ecosistemas del planeta y cuyos efectos no sólo están tocando las puertas de los hogares del mundo sino que ya están adentro en sus comedores, en sus habitaciones y en la estabilidad de su salud. Por el sólo hecho de que presenciemos y suframos la devastación de los ingobernables incendios de California y Australia, la documentada pérdida de glaciares, el abatimiento de las selvas amazónicas, el incremento anual de las temperaturas, la escases de agua y los conflictos sociales para acceder a ella, o la pérdida en Michoacán de más de la mitad de sus bosques en un poco más de 25 años, no por ello, en automático está constituyéndose una nueva y esperanzadora conciencia social.

La inmediatez, como condición actual de la conciencia moderna, que se regocija con los pasos diarios de una existencia regida por el placer del consumo, sin advertir el rumbo catastrófico que está tomando, no podrá recapacitar a tiempo, como ya es necesario, sobre los cambios que deben adoptarse en el estilo de vida de las sociedades, en el contenido de las leyes, en los presupuestos públicos, en los valores que deben fomentarse desde las escuelas y los hogares, y sobre todo en los compromisos de los gobiernos del mundo.

El Covid-19 y el cambio climático son evidentemente tangibles, incuestionables como hechos que están ahí para abrumarnos y abatirnos, pero estamos cometiendo el error de creer que hay una solución técnica, que externa a nuestro modo de ser y vivir, aparecerá para solucionar el fondo de la problemática.

No alcanzamos a comprender que hemos llegado a un punto en que los valores que por siglos han sustentado a nuestra civilización ya son insostenibles. El antropocentrismo es una dulce trampa que nuestra civilización ha creado y de la cual nos rehusamos a salir. Somos la única especie que celebra con su estilo de vivir el advenimiento de su muerte.

La manera en cómo la economía ha mirado a la naturaleza: proveedora antes que como un conjunto de ecosistemas esenciales para la existencia humana, ha hecho posible la destrucción del planeta, y todo ello justificado con nuestra concepción del progreso,  permitido en las normas de derecho que las naciones se han dado.

Ante el Covid-19 y el cambio climático los estados y las sociedades han respondido desde la inmediatez estéril. Asustadas ante las pérdidas materiales, antes que humanas, están optando por regresar a los valores de siempre. Nada les dice el hecho de que el Covid-19 proviene de una zoonosis resultado del tipo de relación establecida con la naturaleza; nada les dice que los incendios de California son efectos precisos del calentamiento global, producido por los gases de efecto invernadero emitidos por la maquinaria de nuestra economía, la tala de bosques y selvas y el uso de combustibles fósiles. Ni los gobiernos del mundo ni las sociedades hemos avanzado hacia una conciencia superior; no por el hecho de sufrir estas crisis emergerá una nueva conciencia. Hace falta la crítica de los valores que soportan las creencias que nos han llevado hasta aquí; hace falta la crítica a los gobiernos que teniendo la responsabilidad de anticiparse a la catástrofe han preferido cerrar los ojos y beneficiarse políticamente con los financiamientos que les ofrecen los poderes fácticos que hacen fortuna a costa de la naturaleza. La imprescindible crítica al poder, del signo que fuere, es condición fundamental para que esa nueva conciencia se constituya y para tomar una ruta en verdad nueva.

Han encontrado en la cortina inercial que fomenta la inmediatez el lugar perfecto para ocultar sus omisiones y permitir que la crisis ambiental continúe su escalada y la pandemia avance por todos los caminos del mundo. Han optado por esperar la solución técnica -respuesta clásica de una modernidad agotada- para no sacrificar los modos tradicionales de vida.