Orígenes del cooperativismo: La experiencia de Rochdale

El cooperativismo como movimiento mundial, con valores y principios que le dan identidad, es relativamente nuevo. Las cooperativas, tal y como se conciben actualmente, tuvieron su origen hacia finales del siglo antepasado en algunas naciones europeas (Francia, Gran Bretaña, Alemania, Dinamarca, entre otros países). Sin duda, el hecho histórico que marcó definitivamente al cooperativismo a nivel mundial lo constituye la experiencia de Rochdale, reconocida como el principio del sistema cooperativista moderno. Los Justos Pioneros de Rochdale se les llamaron a 28 tejedores de franela, quienes en 1844, ante las deplorables condiciones laborales en que trabajaban, decidieron constituir una cooperativa de consumo, una tienda miscelánea en esa ciudad inglesa.

Florencio Eguía Villaseñor, destacado cooperativista mexicano, recuerda en uno de sus textos que “el pueblo inglés, más que otros de Europa, atravesaba hacia la mitad del siglo XlX por una crisis aguda. Sus obreros vivían miserablemente por lo reducido de sus salarios. Pedían aumentos pero se les negaban, originando huelgas y un malestar económico general. Se buscaban soluciones a través de los representantes obreros, pero no se lograban resultados satisfactorios”.

En este contexto económico, los obreros textiles de Rochdale un día decidieron examinar su situación económica y buscaron la causa de la miseria en que se encontraban. Llegaron a la conclusión de que la falta de equilibrio entre las remuneraciones percibidas por su trabajo y los gastos necesarios para su subsistencia se debía, principalmente, a los excesivos precios que se veían obligados a pagar por los artículos que consumían. En efecto, como lo señala Walter Montenegro en su clásico libro “Introducción a las Doctrinas Político- Económicas”, en ese tiempo los precios de las mercancías “crecían desmesuradamente como consecuencia de las sucesivas ganancias o utilidades acumuladas –sobre el costo original de las mercancías- por la cadena de intermediarios situados entre el productor y el consumidor”. En la mayoría de los casos, dice este autor, esos intermediarios eran innecesarios y su actividad, movida por el incentivo del lucro, se nutría a expensas de una víctima permanente: el consumidor. Con la creación de la cooperativa (cuyo inicio implicó un gran esfuerzo de ahorro de los trabajadores) dichos obreros eliminaron las causas de sus problemas económicos: a los intermediarios y al incentivo de lucro sustituyéndolos por una organización de consumidores, dispuestos a servirse a sí mismos, con espíritu no utilitario sino de cooperación. Así, se adquiría directamente los artículos que se necesitasen de las fuentes mismas de producción. El éxito de esta empresa fue inmediato. Con esta experiencia se sentaron las bases para la difusión del cooperativismo a nivel planetario.

Esta experiencia, sin embargo, no constituye la primera cooperativa del mundo, pues fue precedida y acompañada por otras numerosas experiencias; pero es, sin duda, la primera de su tipo que asimiló sabiamente las enseñanzas resultantes de las experiencias realizadas, expuso en forma concreta e integró dentro de un sistema sus principios o bases esenciales de organización y funcionamiento. Las normas de organización y funcionamiento que permitieron el éxito de los tejedores de Rochdale, han sido adoptadas, revisadas y formuladas varias veces por la Alianza Cooperativa Internacional (ACI), organismo rector del movimiento cooperativo a nivel mundial, fundado en 1895 a iniciativa de los cooperativistas de Francia y la Gran Bretaña. Durante el congreso de la ACI celebrado en la ciudad de Manchester, Inglaterra, en 1995, se adoptó la denominada “Declaración de Identidad Cooperativa”, que incluye la definición de cooperativa, así como los valores y los 7 principios que debe observar toda sociedad cooperativa en cualquier parte del mundo. Dicha declaración, por supuesto, se inspira también en los principios rochdalianos.

De esta manera, podemos afirmar que el cooperativismo no es producto de altas especulaciones académicas. Su teoría no fue concebida por solemnes filósofos o economistas. Lo engendró, sin pompa intelectual, el sentido común de un grupo de trabajadores enfrentados con el problema de aritmética elemental de su presupuesto doméstico. Y como dice Montenegro: “no nació de una escuela ideológica, sino de 28 cocinas que no alcanzaban a abastecerse”.