Conocerme y cuidarme

Recientemente, cuando una conocida contemporánea, a manera de saludo me gritó, de una acera a otra: “¡Cuídate!”, antes de esperar mi reacción ya estaba atravesando la rúa vehicular para hablar conmigo a través del cubrebocas y agregar, con toda la amabilidad puesta en sus palabras: “Me parece que lo más adecuado de mi parte, sería la frase ¡a cuidarnos!, ¿verdad?”.  Lo que derivó en una breve charla en la que cada una de nosotras trajo a la memoria algo de lo aprendido en un taller que compartimos hace años, dedicado, precisamente, a prácticas de autocuidado.

Algunos de los apuntes hechos en aquellos momentos, vuelven a llamar mi atención, seguramente porque con otras amistades hemos comentado recientemente cómo entre nuestro círculo familiar o laboral, encontramos personas de entre 50 y 70 años que empiezan a mostrar signos de “olvidos” frecuentes, agudizados, -como afirmó nuestra compañera que trabaja en Educación Especial- durante este confinamiento obligado que ha aislado a quienes anteriormente llevaban una vida activa y de cercanía a diferentes  personas de la familia, del barrio, de la comunidad.

Tengo a la mano un folleto que ha circulado en algunas instituciones de salud, aunque no de manera frecuente… lo que me obliga a pensar que la medicina preventiva en nuestra sociedad todavía no cuenta con el interés suficiente.  Al leerlo, me resulta parecido a una rápida evaluación que cualquiera puede efectuar, para sí o para quien la acepte: “Si usted ha observado que frecuentemente se le olvidan las actividades que tiene que realizar, o datos precisos de actividades pasadas, es momento de contestar las siguientes preguntas: ¿Qué fecha es hoy? ¿En qué año estamos? ¿En qué mes estamos? ¿Qué día del mes es hoy? ¿Qué día de la semana? ¿Qué hora es, aproximadamente? ¿En qué lugar estamos? ¿En qué país? ¿En qué Estado? ¿En qué ciudad o población? ¿En qué colonia?  Si a muchas preguntas no pudo (o titubeó) responder, sería conveniente que acudiera una valoración de su estado de salud”.

Los anteriores cuestionamientos, a pesar de su sencillez, pueden ayudar a detectar lo que posteriormente llegará a convertirse en un riesgo para la salud mental.  Y con la información proporcionada en el mismo folleto, tuve oportunidad de “poner la barba a remojar”, porque a pesar de lo que pueda yo hablar y opinar acerca de la salud, con frecuencia “olvido” llevar a la práctica sencillos preceptos que resultan casi sagrados para cuidar, de una manera eficiente, de nosotras/os mismas/os… máxime cuando tenemos cerca a personas que (por una u otra razón) no pueden valerse por sí mismas: por enfermedad, por discapacidad, por edad (niños/as y ancianos/as).

Y es en estos meses transcurridos desde la aparición del denominado Covid-19, cuando resulta de suma importancia reconocer que podemos hacer un alto en el camino (además de que la situación lo amerita) y atendernos de manera integral, como realmente lo exige nuestra persona, todo nuestro ser.  Es momento de compartir nuestros conocimientos y saberes en cuestión de salud (emocional, mental, espiritual, física) y ratificar la frase acuñada por quienes nos han enseñado que la salud es “cosa nuestra”: “Saber es poder” y somos las mujeres quienes entendemos ese poder como verbo a conjugar y una tarea a compartir.  Con lo que sabemos y aprendemos juntas, podemos transformar no sólo nuestro estado físico y emocional, sino que también podemos hacer mucho para mejorar las condiciones de vida básicas y necesarias para que nuestra salud y la de nuestras familias y seres cercanos sea buena.

Es tiempo de reconocer que saber  es poder aprender cada día, poder cambiar, poder estar en desacuerdo, poder explorar y poder disfrutar; saber es poder ser libres e independientes y también poder amar y apoyar el bienestar de todos los que nos rodean.

A lo largo de nuestras vidas, podemos dar pasos firmes para mantener una buena salud y reducir el impacto de la enfermedad o de condiciones crónicas cuando lleguen más años.  Este tiempo además, casi nos está obligando a hacerlo.  Actualmente, aunque no resulta igual para todas las mujeres, existe mayor información acerca de la manera en que podemos cuidar de nosotras mismas y, por supuesto que la mayoría, por lo menos intuímos, qué tipo de hábitos pueden -o no- servirnos para el resto de nuestras vidas.  Podemos prescindir de consumir tantas grasas y azúcares, el alcohol, el tabaco, tranquilizantes y medicamentos, y aumentar la ingesta de frutas, semillas y verduras de temporada, por ejemplo.  Y ¿qué tal adquirir el buen hábito de caminar?  Todo lo que sea posible.

Está probado que muchos de los rasgos del envejecimiento, incluso de los considerados alguna vez como “biológicamente inevitables”, pueden prevenirse y ser incluso reversibles con algunos cambios de hábitos, entre los que se encuentran también los actitudinales (cambio de actitud).  La vejez no es algo que nos obligue a sentirnos derrotadas/os.  Pero nuestro objetivo no debe ser simplemente vivir más tiempo, sino lograr la más alta calidad de vida posible mientras vivamos.

A pesar del importante papel que podemos desempeñar en el cuidado de nuestra propia salud, a veces tenemos que recurrir al sistema médico y como mujeres de mediana edad o de edad avanzada, nos encontramos enfrentadas a distintos obstáculos para obtener una buena atención.  Las mujeres adultas (y tal vez igual los varones) no cuentan demasiado para los “profesionales” de la salud.  En nuestro caso, los trastornos físicos y emocionales son caracterizados como un síndrome posmenopáusico.

El profesional médico y otro personal de salud comparten (por desgracia) las actitudes culturales negativas hacia las/os ancianas/os.  En contextos médicos, esto puede tomar la forma de evasión activa o disgusto, o un patrón de paternalismo menos obvio, pero sin dejar de ser discriminatorio.  La discriminación por edad, que modula muchas actitudes de médicos hacia sus pacientes mayores, se magnifica con el sexismo.

Pero, ¿quién mejor que nosotras/os para conocernos, querernos y cuidarnos?  Somos cada vez más las mujeres (sobre todo) que pensamos en nuestros años de vejez como la época en que aprenderemos más de nosotras mismas, permitiéndonos así ser más comprensivas, solidarias y amables… con nosotras mismas.

De momento y tomando esta crisis bio-sanitaria como una oportunidad excepcional, no está por demás recordar a los jóvenes que nos rodean que ellos/as también envejecerán… y que tomando en sus manos el cuidado de su salud, pueden lograrlo con dignidad.