El cooperativismo, un modelo de desarrollo vigente

En México el movimiento cooperativo es marginal. Según algunas estimaciones, no más del 5 por ciento de la población mexicana está involucrada en alguna cooperativa; esta cifra resulta muy reducida si consideramos, por ejemplo, que en países como Honduras, Costa Rica, Brasil o Argentina dicho porcentaje alcanza hasta el 20 por ciento. Hay varias hipótesis que se manejan en torno a la marginalidad de la empresa de carácter cooperativo dentro del sistema económico de nuestro país.

Se dice que este tipo de entidades son, en tiempos donde predomina la ideología neoliberal, obsoletas, no aptas para competir dentro de un mundo globalizado en el cual se requieren estándares de competitividad y productividad acordes con las exigencias del mercado mundial.

Sin embargo, varios ejemplos de cooperativas exitosas en diferentes partes del mundo ponen en entredicho la presunta inviabilidad de la empresa cooperativa en tiempos de la globalización, en su etapa neoliberal.

Sin ir muy lejos, aquí en nuestro país, la cooperativa Trabajadores de Pascual ha logrado una presencia importante dentro de la industria refresquera y de jugos a nivel nacional, compitiendo con relativo éxito con las grandes empresas trasnacionales. Esta empresa genera casi 4 mil empleos directos y más de 50 mil indirectos exportando parte de su producción a diferentes países como Canadá, Estados Unidos, Panamá, Belice, Jamaica, entre otros. Actualmente cuenta con 4 plantas en distintas partes del país.

El científico social de Costa Rica, Miguel Sobrado, relata en un estudio reciente el éxito alcanzado por la cooperativa Coopesilencio en dicho país centroamericano. Refiere que hace más de 30 años un grupo de ex obreros bananeros y campesinos sin tierra, cuya edad promedio sobrepasaba los 35 años, se decidió a impulsar una cooperativa de producción autogestionaria. Esta decisión, apunta Sobrado, “fue vista por amplios sectores como un idealismo sin sustento; incluso, algunas autoridades gubernamentales le auguraron un pronto fracaso, pues iba, según ellas, en contra de la idiosincrasia individualista costarricense”.

Hoy en día, de acuerdo con este investigador de la Universidad Nacional de Costa Rica, Coopesilencio aglutina a miles de socios, cuenta con aproximadamente mil hectáreas y es una empresa próspera que, además de producir palma africana para exportación, cultivos forestales y otras actividades agropecuarias, tiene un centro de turismo ecológico.

“Los hijos de aquellos jornaleros y campesinos, que en aquel entonces tenían un futuro incierto, estudiaron y son hoy mano de obra calificada. Algunos se desempeñan incluso como profesionales”, anota Sobrado.

En Honduras, asimismo, la cooperativa Coapalma, dedicada a la producción de palma africana, cuenta con una superficie de 30 mil hectáreas, tiene 5 mil asociados y 5 plantas industriales; Hondupalma, por su parte, posee 6 mil hectáreas y tiene 800 socios y una planta industrial que procesa aceite de palma que le permite exportar casi el 25 por ciento del aceite hondureño de esa fruta. Ambas empresas están integradas por trabajadores rurales y hoy en día se abren cada vez más espacios en el mercado mundial frente a las trasnacionales de la palma y el banano.

Es preciso señalar que estas experiencias no fueron producto del azar. Se tuvieron que combinar varios factores para que este tipo de proyectos cooperativos resultaran exitosos. Uno de ellos, sin duda, según el mismo autor, fue la intervención de los gobiernos correspondientes, los cuales implementaron una estrategia de capacitación masiva entre las numerosas personas que en esos países, a principios de la década de los setenta, resultaron desempleadas a consecuencia de una profunda crisis económica.

Se capacitó a la gente en organización con la finalidad de que se formaran empresas asociativas y cooperativas. Las autoridades comprendieron que en la generación de empleo lo realmente importante es la formación de capital humano, en este caso la capacitación empresarial de los desocupados.