Trump en la escuela: De la democracia a la digitalización

Uno de los efectos secundarios de la pandemia es la digitalización educativa en todos sus niveles. Hemos estado tan preocupados por el contagio que nos olvidamos de las posibles consecuencias del acceso irrestricto de lo digital en nuestro ámbito. Desde la más tierna infancia hasta los estudios de posgrado comenzaron a formar parte del mundo digital. El homo digitalis aparece con toda su fuerza en nuestro mundo enfermo de pandemia y de capitalismo para adueñarse de nuestras escuelas y formas o modos de educar. En un acto de ingenuidad revestido de buena fe, dimos por supuesto que a nadie haría daño este proceder. Era tan terrorífica la posibilidad de contagiarnos que nos dejamos llevar por el camino que se nos indicó sin pensarlo detenidamente ni proponer nada alterno: clases virtuales para todos con carácter de urgente puesto que somos un país democrático. La democracia se justifica con ese para todos que bien sabemos que es una gran mentira puesto que todo aquel que no pueda o no quiera pasar su vida frente a la pantalla automáticamente es relegado de nuestro sistema democrático.

Se puede leer entre líneas que no debemos detenernos ahora ni nunca. Se pierde demasiado si la educación también se detiene; es más, para qué detenerla si la podemos hacer de modo virtual como muchas otras actividades que disocian nuestra presencia corporal de su representación en la pantalla. El internet 2.0 requiere de una representación en donde su presencia real queda subordinada a ella: Facebook sabe más cosas de nosotros que nosotros mismos y también sabe cómo sacar partido de la información que obtiene tan ingenuamente.

Recordemos, como nota al pie, que la historia de la educación nos muestra siempre su necesaria cercanía y complicidad hacia los discursos e intereses de aquellos que imponen con su palabra lo que el resto deberemos ejecutar con nuestros actos. Amos, les dicen a los que desean que todo marche. Nuestro amo mercado mundial nos indicó el camino de la digitalización como respuesta ante lo imposible de la pandemia y nosotros, como niños exaltados, corrimos a cumplir con su deseo.

Las casas maltrechas en las que habitamos se convirtieron rápidamente en aulas digitales. El gato protestó al principio por la violación a su privacidad pero terminó adaptándose como todos los demás. De pronto, en un efecto de contragolpe que nos tomó desprevenidos, la educación se tornó virtual. Ya no se podía ni se puede pensar en acto educativo alguno de no ser por intermedio cualquier plataforma digital contralada por algoritmos invisibles. La pantalla se convirtió en el hábitat cotidiano de la comunidad educativa y los algoritmos en míticos seres que controlan sigilosos nuestra exista.

Pero… un momento, ¿en verdad lo más grave es que nadie esté enseñando nada ni, por supuesto, los estudiantes aprendiendo como se debería? ¿De ser así, tan sólo deberíamos esperar la normalización de las circunstancias para volver a la vieja escuela de siempre? ¿En verdad estamos delante de un problema pedagógico únicamente o podemos ver ahí tintes políticos, económicos e ideológicos?

Veamos un ejemplo de la historia reciente en dónde la digitalización acompañada de la psicología determinó nuestro destino. Hace tan sólo cuatro años el mundo despertó con la inesperada noticia de que Donald Trump había ganado las elecciones en Estados Unidos de Norteamérica y ya era felicitado por los líderes de todo el mundo mientras que su contrincante aceptaba confundida la derrota. Fue un duro golpe para nuestro país del que quizás aún sufrimos las consecuencias. ¿En qué se basó la inesperada victoria de Trump? Responderemos en corto: en la digitalización de la cultura norteamericana vía el uso masivo de Facebook como el modo de vida cotidiano de los habitantes de aquel país. Me explico y lo siguiente ha sido motivo de litigios alrededor del mundo que no han servido siquiera para inquietar al poder económico mundial que Trump representa con singular destreza.

Ofrezco una breve reseña del documental titulado: “nada es privado”, donde puede encontrarse suficiente evidencia del modo cómo Trump se benefició de la digitalización. A través de la enorme cantidad de datos e información que Facebook vendió impunemente a Cambridge analytical, compañía internacional dedicada a intervenir en favor de algún candidato generalmente de derecha o de extrema derecha, logró elaborar un “perfil psicográfico” de cada uno de los votantes norteamericanos en aquella elección para después persuadir a “los indecisos” vía una intensa y nunca antes vista campaña publicitaria elaborada de manera personalizada que al final logró orientar el voto hacia el partido republicano. Destaquemos que esta campaña implicó un auténtico bombardeo de noticias e informaciones de todo tipo: cada vez que alguien abría su correo electrónico o miraba un video en Youtube aparecía un anuncio personalizado en función de su propia información que le recordaba cómo es el mundo y lo que debía hacer o dejar de hacer. La información otorgada a Facebook retornó como un boomerang para imponer un presidente.

Cambridge analitycal generó un perfil psicográfico con más de 5000 datos provenientes del Facebook de millones y millones de votantes americanos. A través de este perfil, Trump y sus asesores pudieron saber todo de sus votantes: qué decirles y qué no decirles, cómo convencerlos, cómo hablarles, pero también sus gustos, deseos, intereses y motivaciones en la vida. Aquí aparece la Psicología como psicologización de la cultura. El poder es ahora el poder de la información vía el perfil psicográfico. De pasada vemos aquí cómo la Psicología trabaja al servicio del poder político y económico. Y lo hace muy bien.     

Al final Trump ganó contra todo pronóstico. Nos damos cuenta que los seres humanos somos mucho más manipulables que lo que suponemos. Quizás estemos delante de uno de los mayores éxitos del marketing digital y al mismo tiempo, de uno de los grandes fracasos de la democracia moderna, ese comodín en el discurso que como as bajo la manga sueltan los políticos de vez en vez.

Bien, para concluir permítanme plantear una pregunta: ¿Cuál va a ser la consecuencia de nuestro acto? ¿Qué pasará con la educación luego de este periodo de confinamiento que nos introdujo a la digitalización por la fuerza? Así como Facebook vendió millones de datos de sus usuarios para que Trump resultará ganador, qué rumbo va a tomar toda la información que nosotros mismos entregamos a plataformas como Google, Skype, etc., que en realidad son compañías internacionales que se mueven bajo la lógica del mercado mundial y por lo tanto, desean dinero y nada más. Más claro: Estamos entregando nuestro sistema educativo al mercado mundial. Ni siquiera nos damos cuenta de ello. Hemos dado un paso del que parece no haber retorno. ¿Qué será de nosotros?