Festejos rituales invernales

He tenido la fortuna, a lo largo de mi ya larga historia, de contar entre mis amistades a un grupo diverso de antropólogos/as a quienes debo unos empecinados afanes de indagar, sobre cualquier tema, realizando un amplio sondeo que en las más de las veces me lleva encontrar muchas más preguntas que respuestas.

       Uno de ellos, que además de antropólogo y arqueólogo se conducía como apasionado tradicionalista, me instruyó, hace muchos años y luego de acaloradas disertaciones, acerca del por qué los pueblos del hemisferio norte (sobre todo), hacen de la temporada invernal motivo de reverencia al fuego y en todas sus manifestaciones: pequeñas velas, los foquitos ensartados en “series”, los leños encendidos en fogatas o en las chimeneas y aún las velitas del pastel de cumpleaños, que tienen en común un origen en épocas muy anteriores a la celebración del nacimiento de Cristo.

       Él afirmaba que “desde su aparición en la Tierra, el hombre ha buscado tranquilidad y reposo físico y espiritual alrededor del fuego.  Lo mismo en el invierno para calentarse del frío, que en las demás temporadas, para ahuyentar a las bestias depredadoras, así como para poder cocinar sus alimentos.  Para el solsticio de Invierno –el día más corto del año-, el hombre primitivo pensaba que la hora de la muerte del Sol había llegado y como intuía que el astro era el dador de la vida, encendía hogueras en un intento de revitalizarlo”.  Estas mismas aseveraciones las descubrí después, al dar lectura a La Rama Dorada (James George Frazer).

       Al paso del tiempo, nos hemos dado cuenta de que durante miles de años los pueblos de la antigüedad ya celebraban la Navidad –o nacimiento- del Sol, precisamente entre el 21 y el 25 de diciembre, el día más corto del año, según el calendario juliano.  Y para los antiguos egipcios, el renacimiento del Sol era lo que en la actualidad es Navidad y, por ejemplo, la víspera del día del solsticio, después de orar, los fieles salían de sus casas para gritar a los cuatro vientos: “¡La virgen ha dado a luz!, ¡la luz está creciendo!”.

       Para aprovechar esta arraigada costumbre entre los coptos de Egipto, fue que la Iglesia Católica instituyó la misma fecha para celebrar la Natividad de Cristo, pero esto ocurrió hasta el siglo V de nuestra era, cuando los misioneros convencieron a miles de paganos de que el hijo de Dios era el creador del Sol.  Así, el fuego se fue convirtiendo en el motivo central de las festividades navideñas y muchos pueblos en el mundo lo relacionan con la renovación de la fe y la esperanza.

       En cuanto a las Posadas, son una forma de preparación para el Nacimiento del Niño Jesús.  Durante nueve días se rememora el caminar de José y María cuando fueron a empadronarse a tierras de Belén y en el trayecto tuvieron que buscar un lugar para recibir al hijo que finalmente llega al mundo arropado en un humilde pesebre.

       La Navidad fue celebrada como tal en el siglo IV, durante la época del emperador romano Constantino (primer emperador romano convertido al cristianismo).  El juntó el “día del sol pagano” y el Sabbath (día santo para los judíos) y creó, además, lo que ahora es el domingo.  San Agustín de Hipona fue la persona que introdujo la Navidad en el Reino Unido junto con el cristianismo, en el siglo VI.  Él descendía de los países que utilizaban el calendario romano, así que celebraban la Navidad el 25 de diciembre.  Poco a poco, desde Gran Bretaña y de Europa Occidental, la tradición de la Navidad se extendió por todo el mundo.

       La tradición más apreciada de la Navidad mexicana, es el Nacimiento, un arreglo elaborado con figuras de barro, cera, madera, metal tela u otros materiales, que representan el nacimiento del Niño Jesús y estampas bíblicas.  En algunos lugares el Niño Jesús es mecido por padrinos, para que duerma, antes de colocar la figura que le representa en la cuna o pesebre, durante la víspera de Navidad.  A San Francisco de Asís se le acredita la preparación del primer Nacimiento en una cueva italiana, en el año 1223.  La Navidad de ese año lo sorprendió en la ermita de Greccio y allí tuvo la inspiración de reproducir en vivo la escena del Nacimiento de Jesús con personajes del pueblo.

       Existen diversas hipótesis surgidas de algunas fuentes históricas respecto a la tradición del árbol de la Navidad.  Una de las más aceptadas, habla de que la incorporación de árboles de abeto como parte de la celebración cristiana comenzó hace unos 400 años en Alemania, diseminándose hacia la mayor parte de Europa en el siglo XIX.  Durante la guerra de revolución norteamericana, los mercenarios del Hessian trajeron la costumbre a Estados Unidos.  En la Navidad de 1804 los soldados en la fortaleza Dearborn (ahora Chicago) acarrearon árboles a sus cuarteles y los adornaron con semillas, velas encendidas y algunos trozos de metal que producían, al chocar entre sí, sonidos de campanas.

       La flor de nochebuena es de origen mexicano y representa el amor y la esperanza.  Desde nuestro territorio se diseminó por todo el mundo y su presencia se ha vuelto imprescindible durante estos festejos.

       En el siglo XIII y de la mano de los franciscanos, nacieron los primeros cantos navideños, que han derivado en los hoy conocidos como villancicos.

       Las piñatas fueron introducidas con la evangelización a tierras americanas y en principio representaban la dureza del corazón (la olla de barro) que era necesario romper, para permitir que salieran de él todos los “dones” que otorgaba la fe cristiana.  Por eso la representación de una estrella de siete picos era el símil de los siete pecados capitales que habían de ser destruídos para ofrecer “lo mejor de sí”: los dulces y frutos de temporada.

       El pavo de Nochebuena tuvo su origen en México en el siglo XVI.  Los aztecas se lo dieron a probar a Hernán Cortés, a quien le agradó y llevó a España; desde donde se incorporó a las principales celebraciones de fin de año.

       La tradición de dar o intercambiar regalos el día de Navidad, tiene un origen incierto, aunque muchos creen que se originó en el festival romano de la Saturnalia, que se celebraba después de las cosechas y propiciaba el compartir de los frutos y semillas obtenidas en la temporada.

       Lo cierto es que, aun desconociendo el origen de nuestros rituales, se siguen transmitiendo generación tras generación, continuando vivos y presentes en cada rincón de una nación rica en tradiciones, formando parte de nuestro patrimonio cultural.