El oficio del psicoanalista

Cuando se es escuchante del inconsciente hay muchas tardes estériles en donde no pasa nada con nadie… (Imagen: especial)

Es tan hermosamente doloroso dedicarle tu vida al psicoanálisis, ese enorme síntoma revelar del malestar de nuestro tiempo… Entregarle tus tardes, tu nostalgia, tu angustia toda a cambio de una simple promesa… algo por venir que no ha llegado todavía. El sujeto que deseamos construir es apenas una promesa, una tenue silueta que irrumpe desde el pasado que nunca deja de pasar.

El sujeto del psicoanálisis apuesta por la vida, por la palabra y la transformación, mientras encuentra en el sinsentido de sus producciones el impulso que necesita para ir más allá de sí mismo y vencerse.

dejándose enseñar por su propia historia.

Algunas veces se siente muy lejano el porvenir. Inmensa la tarea. Fallan las fuerzas y dan ganas de renunciar, pero que de pronto, la palabra plena desborda en todas direcciones y ciertos actos constituyen en el presente aquel lejano mundo de paz en el que deseamos habitar. Ese mundo que hoy se encuentra eclipsado por nuestros propios actos en medio de esta pandemia que es enorme síntoma del capitalismo avanzado de nuestro tiempo.

Cuando se es escuchante del inconsciente hay muchas tardes estériles en donde no pasa nada con nadie… Porque debo decir que escuchar al otro implica correr el riego de ser tocado en lo más sensible de la historia que me constituye. Escuchar al otro implica no dejar nunca de recorrer esos fragmentos deshilachados que a duras penas he armado durante mi niñez hasta poder decir mi nombre en primera persona.

Escuchar es recorrer sin tregua ni perdón, la fragilidad siempre presente por detrás de mi propia identidad. Agujero interminable en el centro de mi ser donde he venido a colocar todos mis imposibles

que son muchos y no descansan jamás. Justamente eso es lo que me permite escuchar al otro, pues siempre hay en mí algo que falla y que duele: “eso” que por las noches insiste en producir sueños enigmáticos de los que muchas veces no comprendo absolutamente nada. Sueños que al despertar

tan sólo me dejan con mil preguntas preguntándome: esto que me ha querido decir.

Se escucha al otro con lo que duele y angustia, porque la vida duele y se sufre y se padece: duele el cuerpo y el alma pero duele más el semejante y la relación que hacemos con él.

No estamos hechos para ser felices, como dice la psicología barata de nuestro tiempo. No somos felices, ni lo seremos. La muerte es enigmática y horrible, tan larga y silenciosa como una noche de insomnio y de preguntas que no tienen respuestas; su llegada nos acecha todo el tiempo también a las personas que más amamos y que más odiamos pues son exactamente las mismas. No hay odio sin amor y aún el más tierno de los sentimientos implica cierta dosis de dolor.

La separación de los amigos o el adiós de los amantes es un dardo envenenado que va minando la felicidad aquella de los atardeceres infantiles. Ese mundo lejano y nostálgico donde los padres eran buenos y fuertes y el amor una dulce promesa que aspirada a reunificar mi ser en una unidad indisociable. Todo lo contrario de lo que hay en el centro mi ser: un vacío por donde se asoma el mundo y todas sus contradicciones, injusticias y mentiras. Eso mismo hay en mí y por eso y desde eso puedo escuchar al otro. Ser psicoanalista es no despegarse nunca de los fragmentos que constituyen la metáfora de la vida. El océano inmenso de preguntas sin respuesta concreta.

Soy alguien que por un gesto de locura o de estupidez, se dedicó a ejercer un oficio. Un oficio indispensable y necesario como cualquiera de los otros miles de oficios que la gente ejerce esparcida por el mundo. No soy un científico, ni un sabelotodo, ni un gran teórico de la física cuántica, de la matemática moderna o de la teoría lacaniana del discurso… Debo confesar que eso me da un poco de risa pues en realidad no tengo seguridad social, ni sueldo fijo, ni garantía ninguna de subsistir en mi trabajo, acaso estoy en el mismo nivel laboral que el obrero, que lucha por llevar el pan a casa o el profesor universitario de carácter interino que anda por las mismas.

No entiendo por qué se ve o se ha querido ver al psicoanalista como algo muy elevado o superior, pues tan sólo se trata de un oficio (imposible hay que decirlo) que me permite encontrarme en lo más íntimo con mis semejantes que es al mismo tiempo lo más externo, lo más visible del mundo y la cultura: este caos que nos envuelve por todas partes.

Así como el carpintero trabaja la madera yo trabajo la palabra, hay que darle todo su valor a la palabra

pues ella es capaz de matar monstruos y detener tempestades. Con las palabras construimos una casa para el ser en la que no se está quieto el sujeto del psicoanálisis pues contagia siempre a los demás

de una inercia deseante que parece infinita… Se forma así una pandemia de deseos encontrados

que terminan por revolver el mundo y por mostrarnos a todos que aún se puede vivir…

La vida es la fuerza del psicoanálisis.