El ceremonial del Fuego Nuevo

Con mucha solemnidad era encendido el Fuego Nuevo en una enorme hoguera, mientras otras de menor tamaño se prendían simultáneamente en los cerros más altos del reino y en todas las comunidades del mismo. (Foto: especial)

En territorio culturalmente reconocido como p’urhépecha, hace 38 años un grupo de entusiastas promotores y profesionistas de la región, entre ellos el sacerdote Agustín García Alcaraz (+ 1998), se dieron a la tarea de recuperar una ceremonia ancestral, cuyo propósito era unir a los antiguos pobladores del reino: el “p’urheecheri Jimpani Uéxurhini” que representa, con el encendido del Fuego Nuevo, el inicio de un nuevo ciclo renovador.

       Según estudios de especialistas, dentro de la cosmovisión del pueblo p’urhépecha, se consideraba que el Sol renovaba su energía anualmente, alrededor de nuestro actual 2 de febrero.  El año p’urhépecha tenía 365 días divididos en 18 meses de 20 días; los cinco restantes, se denominaban “días aciagos” y eran de luto, penitencia y reflexión.  No se trabajaba y como no se prendía fuego en los hogares, se comía fruta seca y una especie de tortillas tostadas.  Los adultos, sobre todo los sacerdotes, bebían maíz fermentado con moderación, como parte del ritual.

       Entre las 10 y las 11 de la noche del último de los cinco días aciagos, justo cuando la constelación conocida como “El Arado” (Orión, o “Tres Reyes”) llegaba a lo alto del cielo, se iniciaba la fiesta.

       El momento destacado de la celebración era la intervención del “Petámuti”, sacerdote que relataba ante toda la comunidad la historia de los p’urhépecha, desde su inicio hasta los últimos acontecimientos de ese día, resaltando siempre su espíritu combativo.  Después, en una ceremonia especial, se impartía justicia a los delincuentes del año.

       Con mucha solemnidad era encendido el Fuego Nuevo en una enorme hoguera, mientras otras de menor tamaño se prendían simultáneamente en los cerros más altos del reino y en todas las comunidades del mismo.

       Con esta ceremonia, se iniciaba también otro rito anual: se entregaban los bastones de mando a los nuevos señores y jefes de cada comunidad y se organizaba la vida productiva, social y cultural.

       En Tzintzúntzan (y simultáneamente en Ihuatzio), que fue la sede del antiguo reino p’urhépecha, se organizó en 1983 la primera fiesta ceremonial del siglo XX y a partir de entonces, se ha venido celebrando en diversas comunidades de las cuatro sub-regiones p’urhépecha reconocidas: la Zona Lacustre, la Meseta, la Ciénega y La Cañada.

       Con danzas, música y cantos rituales; alimentos y bebidas tradicionales que se comparten entre todos los asistentes, en el transcurso del día 1º y hasta la madrugada del día 2, en presencia de los Cargueros (gente de respeto y autoridad moral de cada una de las comunidades), se presenta la oportunidad de renovar, al paso de la rutinaria marcha cotidiana, el conjunto de valores que conforman y perpetúan el sentimiento de pertenencia a un “nosotros” hondamente arraigado en una naturaleza con la cual, hombres y mujeres, al igual que los animales, los árboles, las plantas, las montañas, los lagos, los ríos, los vientos, las lluvias, el sol y la luna, están íntimamente vinculados, desde siempre y para siempre.

       En todas las actividades del festejo participan las autoridades comunales, los barrios y los Cargueros, que representan a la comunidad que “recibe” el encendido del Fuego Nuevo.  Símbolo de la celebración, son la piedra de cuatro caras de forma piramidal, en la que han quedado grabadas una serie de figuras emblemáticas, representando a la comunidad en donde se realiza la ceremonia festiva; y parte importante resulta también la Bandera P’urhépecha, que refleja en sus cuatro colores la unidad de nuestras comunidades, asentadas en las sub-regiones antes mencionadas.

       Antes de encender el Fuego Nuevo (entre las 9 y las 12 de la noche), se reúnen los Petámutis (los principales, que encabezan la Ceremonia) para comentar los pormenores del festejo, para deliberar y tomar una decisión consensada acerca de las solicitudes recibidas de manos de representantes (no políticos, no religiosos, no de instituciones oficiales) de otras comunidades, pidiendo ser tomados en cuenta para tener el honor de ser anfitriones del “E’urheecheri Jimpani Uexurhini”.  En febrero de 2020, por acuerdo de los Principales, se acordó que el día primero el Fuego Nuevo sería encendido en Comanja, Municipio de Coeneo.  Ceremonia que ha debido ser emplazada para el próximo año (2022) debido a la crisis biosanitaria en que nos encontramos.

       El maestro José Luis Soto, quien desde los inicios de estas Ceremonias se ha hecho presente como autor de muchas de las pinturas reproducidas en carteles, que dan cuenta del significado del sitio elegido para el encendido anual, también se ha encargado de exponer ante la comunidad sede, las pinturas y grabados de su autoría, que traducen visualmente la simbología del Año Nuevo P’urhépecha.  “…aunque a primera vista las culturas étnicas parecen dormidas e inconscientes, la espiritualidad originaria existe a través de los tiempos, expresando las particularidades de cada pueblo indígena en sus diversas visiones del mundo, significando sus pensamientos propios del Cosmos y la sociedad, de acuerdo a sistemas estables que se han estructurado a través de milenios.  El pensamiento actual del pueblo p’urhépecha busca revivir en nosotros mismos a los ancestros y su proyecto colectivo de sobrevivirnos como especie, en armonía con la Tierra y con el Cosmos, de donde procedemos”.

       Según diversos estudios, la interacción que se suscitaba entre las manifestaciones de la naturaleza y los hombres en las culturas antiguas, transcurría en medio de los favores y de la observación propios de los ciclos temporales que se sucedían.  Y se desarrollaba en espacios tangibles, donde el drama de la vida y de la muerte se concretaba en la corta y fructífera existencia de las milpas, en el lapso que va desde la siembra de las semillas y la fecundación de la tierra por la lluvia, hasta la maduración del grano por el sol y la cosecha, pasada la cual, las plantas perecen… para dar paso a otro nuevo ciclo.

       Termino recordando a Tata Pedro Márquez, que reflexiona al respecto: “…son portadores más fieles de nuestra cultura, los que están más cerca de la Naturaleza, de los recursos naturales propios de cada región y de cada pueblo.  Los que están viendo todos los días y todas las noches el movimiento de las estrellas, de la luna… los que perciben, por los cinco sentidos, cuando llega un año bueno.  Que observando la luna saben cuándo llegarán las lluvias, cuándo hay que sembrar, cuando hay que cortar un árbol… los que siguen agradeciendo cuando obtienen buenas cosechas, buenas semillas; los que enseñan la lengua, los que conservan costumbre y tradiciones”.